Paul Antoine Matos
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán
La Jornada Maya

Mérida, Yucatán
Viernes 23 de septiembre, 2016

A través de sus dedos, seres fantásticos cobran vida. No necesariamente son leyendas, como los dragones a los que se dedica actualmente. Puede ser la flora y la fauna de las selvas, los cenotes y las ciudades de Yucatán. José Luis Loría pinta por igual gatos intelectuales, colibríes mágicos o pitahayas frescas.

Para la entrevista, eligió la Casa del Té, en el Centro Histórico de Mérida, porque en su hogar convive con 50 gatos. Viste una camisa con bordado, una gorra negra con una estrella roja en el centro y unos lentes oscuros cubren su rostro. Detrás de ellos, sus ojos afectados por el tiempo y la dedicación a la pintura; apenas tiene un 15 por ciento de percepción en el derecho, su vista en el izquierdo es de 70 por ciento.

La vida de José Luis Loría se define por contrastes. La luz y la oscuridad en su vista. La catarsis y el éxtasis. Ambos extremos están presentes en su obra, pero también en su historia.

Esa disputa entre antagonistas la vive incluso desde que nació un 26 de septiembre, fecha que, desde hace dos años, comparte con uno de los sucesos del que declara es “el hecho más vergonzoso para México desde el 68, que nos lastimó y nos sigue lastimando a todos”. Se trata de la desaparición de 43 estudiantes de la Escuela Normal Superior “Raúl Isidro Burgos”, en Ayotzinapa.

“Es la imagen más bárbara de México en el exterior y en la actualidad se suman más, ya tenemos Nochixtlán. Tiene que parar”, manifiesta el pintor, a días de cumplir 65 años.

Al otro lado de la tristeza que puede representar compartir ese día con un suceso que marcó la historia de México, también celebra junto a uno de sus grandes amigos un cumpleaños. Dos días antes del 26 de septiembre, el escritor Juan Villoro Ruiz festeja su natalicio.

La amistad entre ambos se remonta 30 años, cuando Villoro viajó a Yucatán para escribir [i]Palmeras de la Brisa Rápida[/i], en la tierra de su madre, a quien también conoció durante un viaje por Palenque, sin saber con exactitud quién era ella. Loría recuerda que en aquel viaje a Chiapas, salvó la vida de la entonces esposa del fallecido filósofo Luis Villoro, porque estuvo cerca de caer por un risco en un automóvil, de no ser por los reflejos casi felinos del pintor.

Cuando Juan Villoro llegó a Yucatán en 1988, Loría pintaba en aquel momento un pájaro [i]T’oj (Eumomota superciliosa)[/i], un ave que los mayas asocian con la vanidad y que el escritor encontró en el bosquecillo que rodeaba la casa del yucateco. El pintor incluso dibujó a "Capuchino", el gato de Villoro.

“Juan es un universo, así como Elena Poniatowska es una galaxia”. La periodista también es una amiga de él, pero la conoció a través de sus libros en 1968. Loría pinta hoy un retrato de la [i]Princesa roja[/i] junto a sus gatos [i]Monsi[/i] y [i]Váis[/i].

Considera que “si en este país todavía las personas libres podemos respirar oxígeno y sobrevivir, es gracias a esos personajes como Juan Villoro y Elena Poniatowska”.

La vida de José Luis ha sido impactada por las mujeres, a las que considera como sus musas protectoras. Recientemente, una de sus mejores amigas, de la quien también señala como parte de un círculo del poder político mexicano, falleció por cáncer, una muerte que le ha marcado su vida.

No dice su nombre, pero la recuerda con un enorme cariño, una gran inteligencia, intelectualidad y una sensibilidad encantadora. Aún la llora y le guarda luto.

“Siempre he vivido a través de las mujeres más poderosas e inteligentes que he conocido en mi vida. Ellas son mis musas, envueltas en el regalo más codiciado que los dioses dan a los hombres: la amistad”.

[b]Catarsis y éxtasis[/b]

“Comencé en el arte bajo un éxtasis”, dice. A los siete años durante un festival de su escuela en Progreso, conoció la danza. “Caí en éxtasis; mi primer contacto espiritual con el arte fue de niño; desde entonces me arropa la música”.

Tres años después, visitó a un tío que pintaba blusas yucatecas con elementos de la entidad, como faisanes y venados. En el taller, su familiar tenía unas mil 500 corcholatas de refresco con los distintos tonos de los colores que cubren el espectro para pintar, algo que le fascinó.

Años después, estudiando en la Ciudad de México su preparatoria, inició el movimiento estudiantil de 1968. Para sobrevivir en la capital, decoraba aparadores; pero durante las protestas fue encarcelado, como miles de jóvenes, sólo por ser estudiante. Ahí conoció la catarsis.

Golpeado en la cárcel, fue liberado y lo primero que hizo fue dibujar. Trazo a trazo, la podredumbre y el odio que sintió durante su estancia tratado como criminal, se plasmó a través del óleo. La violencia de la cárcel y el sufrimiento dieron como resultado a una bruja con un ojo reventado. El arte lo liberó.

“Los placeres estéticos y los horrores existenciales de la historia son los que definen mi pintura”.

Para crear su obra, debe pasar por dos procesos. Uno intelectual y otro existencial. Ambos están sujetos a la sucesión de hechos de su vida cotidiana, tanto positivos como negativos, menciona.

A partir de la lectura de las noticias, que muestran las guerras, los asesinatos y el horror, se abre a la sensibilidad. Paralelo a ello, la naturaleza o el caminar por las calles de Mérida le otorgan tranquilidad, como los gatos o palmas que ha dibujado.

“Ir a pintar a casa de un amigo, ver las flores, los pájaros, despertar en la ciudad y sentir el fresco de la mañana, la claridad de la luz, los olores como la galletera Dondé, el trinar de los pájaros [i]X’kau[/i]… son elementos que alimentan al artista y que me hacen sentir vivo, motivan a la inspiración”.

“Pintar es una amalgama de emociones y pensamiento. Placer, admiración, repulsión, odio. Es un equilibrio entre ambos, el artista lucha”.

Pintar debe tener un equilibrio en el trabajo noble y bien hecho, entre el color, la composición y los elementos, afirma.

“Manejar el lápiz requiere virtuosismo, generar las luces, esponjar el pelaje, ahí entra la sensibilidad para darse cuenta de que sí se puede dar vida al modelo. La pintura, el óleo, el dibujo o la acuarela deben tener vida propia, independencia de mi persona, ese es el ideal”.

[b]Explorador[/b]

Como Marco Polo, José Luis Loría ha recorrido los confines del mundo. Al igual que el explorador italiano, abre nuevos caminos para que haya intercambios culturales. Su pasaporte está repleto de sellos. Desde lo local, como Sisal, Hunucmá, Chetumal, hasta lo internacional como Suecia, Estados Unidos y Líbano. Su más reciente proyecto es con China, siguiendo la misma [i]Ruta de la Seda[/i], que el mercader veneciano abrió para Occidente.

Es un intercambio cultural. No sólo en el más estricto de los sentidos artísticos y académicos, sino también en el aspecto histórico.

Los dragones lo llevarán hasta China. Actualmente pinta a los 10 patrones de la cultura asiática, de las dinastías Ming y Xing, representados a través del animal mitológico. Las figuras están presentes en el arte y la sociedad de la época en la que los emperadores emanados de esos linajes gobernaron el país más grande del mundo. En sus ropas, en las pinturas, templos, jarrones, todos, objetos marcados por las bestias.

“El dragón en este momento es el símbolo-reto más grande de mi vida”, expresa. Hace unos meses, pasó cinco semanas en China, país que sirvió de inspiración para su actual proyecto, por lo que quiere rendirle un homenaje a la cultura de esa nación, pero también mostrar a los dragones de México.

“Los descubrí con una revelación casi profética, conocí la importancia de dedicar los años que me quedan de vida, preparar mi proyecto de vida como artista, a crear una colección de dragones mexicanos, compartir a Kukulcán y Quetzalcóatl con China”.

Quiere que los dragones mexicanos sean dados a conocer en China, y también en otras naciones asiáticas como Japón, incluso tiene una finalidad de abrir un estudio en Hong Kong, para pintar durante una temporada.

En una casa adaptada como estudio en el tradicional Barrio de Santiago, José Luis Loría pinta dragones. Su nueva colección contendrá unas dos decenas de la magnífica criatura adorada por los chinos de la antigüedad.

Como los acuerdos cromáticos que rodean la naturaleza de Yucatán, él usa los azules, rojos, amarillos y verdes para iluminar los alargados cuerpos de los míticos personajes, algunos de ellos presentes en un manto de un antiguo emperador chino. El centenar de colores que utiliza para dibujar a los seres se mantienen junto a él, mientras sus dedos suben y bajan por el papel café, poco a poco se crean. Tras 65 años de una vida en catarsis, José Luis Loría se encuentra en éxtasis artístico.


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