Foto: Cortesía María Guadalupe Kú Cubá

“No creo que esto sea motivo para que te suicides”, “si no puedes con la carrera, cámbiate”, “una crisis de ansiedad no amerita incapacidad”, fueron algunas de las  palabras que le dijeron a Karla, las autoridades de la Universidad Autónoma de Yucatán (UADY) y del sector Salud cuando solicitó ayuda, por el estrés y la carga de trabajo que tenía en su servicio social. Días después, su cuerpo fue encontrado sin vida, el 15 de septiembre de 2020 en el centro de salud de Tahdziú. 

Karla pidió ayuda con desesperación. Soportó estar en un lugar inseguro, donde ya había señales de violencia contra personal médico, y realizó sus labores en medio de una pandemia mundial, sin la protección necesaria. Por miedo a que le den de baja y no poder titularse aguantó estas irregularidades. Sin embargo, quienes debieron ayudarla y protegerla no lo hicieron: sólo se encontró con un muro de insensibilidad y falta de empatía, tanto de las autoridades académicas,  como las de salud.  

El caso de Karla es el reflejo de la situación complicada que atraviesan cientos de pasantes de la carrera de medicina en Yucatán, quienes son enviados a comunidades sin mayor protección, sin los insumos necesarios para su práctica médica. Son usados para suplir las carencias de un sector salud saturado. Y quienes deciden alzar las voces, no cuentan con las vías necesarias para denunciar, soluciones nulas o a largo plazo, que no son amigables con las y los alumnos.

María Guadalupe Kú Cobá, madre de Karla, se desgarra por dentro al relatar a La Jornada Maya todo el calvario que sufrió su hija durante su servicio social y los días previos a su fallecimiento. 

Con el corazón destrozado exige justicia y ninguna persona más fallecida durante su servicio social.  “Estoy dispuesta a llegar a las últimas consecuencias para que no haya ninguna más, ningún joven estudiante, ninguna madre que al igual que yo, se esté desgarrando por dentro”, expresa. 

 El último día que su hija vino de visita, el 4 de septiembre del 2020, la vio demacrada, triste. 

“¿Qué tienes, te veo flaca, mi amor, ¿qué tienes?”, le preguntó María insistente y preocupada. “Mamá no te quería preocupar, pero me dio una crisis de ansiedad muy fuerte. Y me dieron Clonazepam y me durmieron”, le respondió.  

Esto le preocupó bastante, pues temía que su hija se quedara dormida en un lugar tan peligroso. No obstante, Karla le pidió que no se preocupara de más.  

El último mensaje que recibió de ella decía que la amaba mucho y que estaba triste por no poder salir el miércoles, que era su día de descanso, acompañado de un emoticón de una carita triste con una lágrima.  

La señora se remontó meses atrás, cuando llevó a su hija donde realizaría su servicio, en Tahdziú. Le rentó un cuarto, compró lo necesario para que estuviera bien durante un tiempo, y pudiera instalarse cómodamente, sin embargo, por indicaciones de la doctora Alicia Durán Camal, responsable del departamento Enseñanza y Capacitación de la Jurisdicción Tres Sanitaria, se vio obligada a dormir en el Centro de Salud de la comunidad. 

Al ver el lugar donde iba a realizar su servicio y a dormir, fue cuando tuvo su primer momento de estrés, pues la clínica no estaba segura, el cuarto donde dormía se podía abrir con sólo una tarjeta; luego se enteró de que a la doctora que estuvo antes la amenazaron de muerte.  La madre, con sus propios recursos, tuvo que comprar un candado y cadenas para que estuviera segura. 

Su madre indicó que en primera instancia, el director de centro de salud le dejaba salir los fines de semana, pero, otra vez, por órdenes de Alicia Durán le quitaron esos días y le dejaron sólo los miércoles.  “Lejos de descansar la presionaban más. La distancia para Mérida no le iba a alcanzar para ver a su familia y sus pendientes”, expresó María Guadalupe.   

Aunado a esto, nunca le llegó su beca federal, no tenía apoyo económico, más que el de su familia, y, además, estaba el peligro su salud por la emergencia sanitaria, ella atendió pacientes ante el peligro de que los habitantes se pusieran violentos o hubiera ataques por temor a ser contagiados. Todo esto le generó angustia, y estrés, pues también tenía miedo de contagiar a sus familiares, señala su madre. 

Sus compañeros, expuso la madre, le comentaron que los últimos días con vida ella temblaba “de pies de cabeza” pidiendo ayuda. Pero la doctora Alicia dijo que “una crisis de ansiedad no ameritaba incapacidad”. 

Tampoco tuvo respaldo de su casa de estudios. Había solicitado ayuda al personal del departamento de sicopedagogía de la Facultad de Medicina para atender su salud mental. La respuesta de dicho personal mostró una ausencia total de empatía y desconocimiento claro sobre la atención que debe otorgarse a los padecimientos mentales: “si no puedes con la carrera, cámbiate” o “no creo que esto sea motivo para que te suicides”, le dijeron a Karla cuando pidió ayuda. 

Para la madre, tanto la UADY, como el sector salud son responsables de lo que le pasó a su hija. “Ha habido un trato inhumado, falta de empatía y profesionalismo de parte de los que están al mando de sector salud y la UADY”, manifiesta 

Guadalupe sabe que nada le va a devolver físicamente la vida de su hija, pero si la muerta de ella va a servir para salvar otras, entonces no dejará de luchar para que se den cuenta, que sean empáticos, “que no manden a las jóvenes a lugares sin seguridad y sin darle lo mínimo elemental para que puedan estar haciendo su servicio tranquilo”.

A las autoridades universitarias y de Salud les pide que no se laven las manos, pero sobre todo insiste en que sean empáticos. Que den un trato humano, que se pongan en el lugar de las y los jóvenes, de los padres de familia. 

“Yo como madre puedo decir que sí tengo un corazón destrozado, pero no le deseo esto a nadie, ni siquiera quien resulte responsable de la muerte de mi hija, y lo que yo estoy viviendo, solo les pido a las autoridades correspondientes que hagan bien su trabajo, que se hagan los cambios que se deban hacer y que se salven vidas y que se haga justicia a mi hija”, expresó enérgicamente.   

Su hija, posiblemente no hizo pública su situación, no reclamó como se debía por temor a tener problemas en su internado o especialidad, que la dieran de baja. Sin embargo “ahora descansa en el cielo, ya no le pueden hacer nada más”.  

La madre y sus abogados han empezado una lucha jurídica en búsqueda de justicia, no detallaron más sobre este tema hasta tener más información, pruebas y testimonios para no comprometer el caso. 

Karla quería ser ginecobstetra, incluso había conseguido el material para prepararse para su examen y tomar los cursos para su especialidad. Sus sueños se vieron truncados, pero su ausencia es ahora un símbolo para exigir justicia, para que no haya ninguna ni ningún pasante de medicina fallecido.

Edición: Elsa Torres


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