Blanche Petrich
Foto: Jesús Villaseca
La Jornada Maya

Ciudad de México
Viernes 13 de octubre, 2017

Adolfo Gilly, historiador, uno de los estudiosos más reconocidos del pensamiento trotskista, volvió una vez más al Museo Casa de León Trotsky este martes para compartir sus reflexiones sobre la revolución rusa, a un siglo de distancia de lo que definió “el fantástico estallido de octubre de 1917”.

Y para analizar, a través de la visión del perseguido número uno de Joseph Stalin, el gran arco de la historia, desde ese arranque del siglo 20 –al que llamó en un libro de ensayos El siglo del relámpago-- a la era actual, donde la Rusia de Vladimir Putin se erige como una potencia capitalista y militar, en manos de una casta de millonarios, casi todos ex dirigentes de la extinta es Unión Soviética.

Pero antes de encaminarse al auditorio se asoma a la sala de exposiciones del museo donde se exhiben las fotografías que dan cuenta de la vida y muerte de Trotsky en México. Se dirige directamente a una de estas imágenes: en la escena se ve a un hombre tendido en una cama de hospital, rodeado de médicos. Solo el rostro de la enfermera en el centro de la foto devela la gravedad del momento. Es Trotsky, agonizante, con el cráneo abierto por el pioletazo de Ramón Mercader, el sicario del estalinismo.

Gilly señala a un personaje del grupo, un médico inclinado sobre el paciente. “Con éste yo compartí celda en Lecumberri”, dice. Resulta que el galeno, cuyo nombre no registra la ficha fotográfica ni la memoria de Adolfo Gilly, más de treinta años después del histórico homicidio, había caído preso por asesinar a su esposa. Y fue asignado a una crujía en Lecumberri que los custodios llamaban “de los privilegiados”.

Ahí el régimen había confinado a los presos políticos de entonces, no tanto para ofrecerles privilegios sino para alejarlos de los presos comunes, que habían empezado a politizarse y tomar conciencia bajo la guía de “los políticos”.

El médico relató a los incrédulos trotskistas, compañeros de reclusión, que él había atendido al compañero de armas de Vladimir Lenin en sus últimos minutos. Gilly, por supuesto, fue el más escéptico. Hasta que, tiempo después, topó con esa fotografía y lo reconoció. Gilly fue encarcelado, junto con otros militantes del entonces Partido Obrero Revolucionario Trotskista en 1966, donde cumplió una sentencia de seis años.

“Qué cosas tiene la vida ¿no?”, va diciendo mientras se encamina hacia el sitio de la conferencia, con las cuartillas que propone desmenuzar, del ensayo titulado “Mil novecientos ochenta y nueve”, uno de los siete textos de “El siglo del relámpago”, un libro que retrata el famoso “siglo corto”.

“Lo que cayó junto con el Muro de Berlín en 1989 no fue la utopía del socialismo. La revolución de octubre que encabezaron Lenin y Trotsky ya había sido asesinada mucho antes, en los años treinta, rematada en los procesos de Moscú, donde fueron asesinados y desterrados no decenas de miles sino millones de personas. Lo que desapareció en 1989 ya era otra cosa”.

Para el autor de “La revolución interrumpida”, una de las interpretaciones más reconocidas sobre el proceso revolucionario mexicano y estudioso, además, de lo que llama “la utopía cardenista”, que se desarrolla paralela en el tiempo a la gesta de Trotsky, el hito de los 100 años de la revolución de octubre hace necesaria una revisión a fondo de las polémicas que se desarrollaron en las décadas de los veinte y treinta del siglo pasado.

Tras la muerte de Lenin, la pugna entre Trotsky, un hombre de ideas, y Stalin, un hombre de acción y con escasas lecturas, se saldó con el inicio de una cacería que llevó a la familia de Lev Davidovich Bronstein casi a la extinción. En esos años, el mundo se convirtió “en un planeta sin visa para León Trotsky”, según una expresión de André Breton. Hasta que el muralista Diego Rivera y otros miembros de la Liga Comunista lograron convencer a Lázaro Cárdenas a dar asilo al connotado perseguido.

En enero de 1937, el líder de la llamada Oposición de Izquierda al régimen soviético desembarcaba con su esposa Natalia Sedova en Tampico, donde lo esperaba el tren presidencial “Hidalgo”, para conducirlo a la Ciudad de México.

Esa fractura entre los comunistas soviéticos provocó “una remezón que llegó hasta a México, repercutiendo entre las corrientes políticas e intelectuales en un momento en el que ya terminaba la fase de la revolución mexicana”. Las múltiples polémicas giraban en torno a las vías de construcción del socialismo.

“Es indispensable recuperar esas polémicas. Contienen una persistente actualidad. Ahí están los conceptos de la historia”, propuso. “Quienes compartimos la ideas de una construcción de un futuro con justicia y libertad tenemos la obligación de hacer esta reflexión”.

El ciclo de conferencias “Pensar la revolución rusa, 1917-2017” continuará todos los martes de octubre, noviembre y diciembre, de las 17 a las 19 horas, en el Museo Casa León Trotsky”.

El 7 de noviembre habrá una mesa redonda, “Trotsky y México, dos revoluciones del siglo XX” con Cuauhtémoc Cárdenas, Eduardo Vázquez, secretario de Cultura de la Ciudad de México y Esteban (Sieva) Volkow, nieto del líder ruso. El jueves 9 de noviembre el escritor cubano Leonardo Padura comentará su libro El hombre que amaba a los perros.


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