La ausencia y la muerte son la misma cosa, sólo que en la muerte no hay sufrimiento. Theodore Roosevelt
Este 10 de mayo será otra fecha para reabrir las heridas que aún no terminan de cicatrizar. Hay hogares donde sobra una cama, una silla en la mesa del comedor; una mochila con las tareas pendientes, uniformes para lavar con el olor del o la ausente. Las mujeres estamos de duelo ante las diferentes manifestaciones de violencia que vivimos todas las generaciones de cualquier rincón del planeta. La ola imparable de desapariciones y feminicidios de jóvenes en nuestro país tiene enlutadas a las madres que buscan sin desfallecer a sus hijos que un día, sin razón, no regresaron a casa; ellas se niegan a aceptar la muerte, otras han recibido la noticia que nunca pensaron escuchar cuando por primera vez ese ser indefenso las llamó mamá: “… los huesos que encontramos sí pertenecen a su hija desaparecida”. Palabras que apuñalan el corazón. Otra manera de matar a una mujer, otro tipo de feminicidio: la muerte del alma.
El asesinato de una mujer o de la hija de otra madre lacera a todas, además de que se espera que lo sobrellevemos con estoicismo porque somos unas “guerreras”. La muerte sicógena de las madres termina abatiendo a las que son incapaces de tolerar el sufrimiento. Las que amanecen vivas con el rayo del sol albergan la esperanza de dar con el paradero de sus hijos y encontrarlos salvos, sus mecanismos de defensa las mantienen con fuerzas para continuar con la búsqueda sin escatimar las formas, hasta llegar a oler la varilla con la que horadan la tierra tratando de detectar un tufo que les indique que ahí yacen restos humanos descompuestos. En México hay más de 70 colectivos de búsqueda, cada uno con más de 50 familias donde las madres tienen un papel activo en investigación de campo por cuenta propia.
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Las mujeres nos sentimos y estamos violentadas, vulnerables, los riesgos están al acecho, cualquier motivo justifica la agresión. Los señalamientos y juicios emitidos son una manera inapropiada por intentar comprender lo inaudito, la mente toma frases hechas para darle congruencia a la realidad, ya que no es natural que en un mundo civilizado un ser humano mate a otro por encontrarlo a media noche por la calle, en lugar de auxiliarlo para que llegue con bien a su hogar; tampoco es normal que por un reloj o un par de tenis alguien le clave una navaja a otro para apropiarse del objeto deseado. En ese afán de darle forma a la deformidad, revictimizamos provocando más sufrimiento.
Las mujeres de México estamos heridas, en duelo permanente. Los sueños truncados de tantos jóvenes tienen muertas en vida a las mujeres que los trajeron al mundo. Arrancarlos del seno familiar ha dejado a las madres sin nada qué festejar. Los daños colaterales se extienden a toda la familia; cuando se pierde un hijo, se pierde a la madre.
Sólo las mujeres dolientes conocen la intensidad del sufrimiento, muchas mamás mueren de pena. Todos los días son una pesadilla de la que no es posible despertar. Se pierde el sentido de la vida cuando la esperanza se evapora, el deterioro emocional es irreparable. Hay una depresión colectiva, la alegría ya no volverá a habitar el espíritu. La muerte del alma anestesia el cuerpo.
Las mujeres aportan al país la fuerza de trabajo a través de sus descendientes, debilitarlas tambalea la estructura social. Es tiempo de repensar a dónde vamos con la aniquilación física y emocional del género femenino.
Edición: Mirna Abreu
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