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Una revolución de punto de cruz

Las softbolistas de Yaxunah cambian la historia a punta de batazos y sonrisas
Foto: David Rico

Yaxunah es una comunidad con 700 habitantes; hombres y mujeres que se conocen todas y todos entre sí. Se llaman por sus nombres, saben a qué se dedica cada una y cada uno; quiénes son sus madres y padres, y las madres y los padres de sus madres y padres. Así ha sido por generaciones: una comunidad en la que el paso del tiempo es más lento, en donde todavía se recuerdan, al tomar el fresco, sucesos que se registraron hace décadas, como cuando el abuelo se perdió en el monte, o cuando la vecina se marchó a Mérida para seguir estudiando. 

Lo que pasó el sábado pasado, sin lugar a dudas, será recordado en esa comunidad durante muchos, muchos años: Un grupo de mujeres de esa comunidad, antes invisible, antes incluso insignificante, fue el protagonista de una tarde en la que se dieron cita más de 15 mil personas. Nunca antes, nadie de Yaxunah había congregado a tal multitud. Nunca antes, ningún partido de sóftbol femenil había registrado tal aforo; en ninguna parte, en ningún lugar. Fue inédito. 

La historia se cambia de diversas formas, algunas sutiles, otras violentas; las softbolistas de Yaxunah lo hacen a punta de batazos y sonrisas, curiosa pero efectiva mezcla; cóctel explosivo que aturde y acaricia al mismo tiempo. Al jugar luchan contra varios paradigmas, entre ellos, claro, el machismo. También lo hacen contra el racismo, al portar con orgullo sus hipiles, tal y como lo hicieron sus madres y las madres de sus madres, orgullosas de sus raíces mayas; se muestran fuertes y empoderadas. Mujeres mayas, amazonas

Fueron testigos de esta explosión de alegría miles de familias yucatecas; muchísimas del interior del Estado. Algunas pisaron por primera vez el Kukulcán, un espacio hasta ese día desconocido, campo únicamente de sueños; conquistaron las gradas así como las deportistas lo hicieron con el diamante. Vitorearon y vieron vitorear a mujeres, que por primera vez fueron las heroínas de una historia. Hasta el clima se conjuró regalando una tarde fresca, coronada por un arcoíris. 

Una niña, con una blusa de hipil azul, bajó de un camión cargada en hetzmek por su madre, también con una blusa de hipil. La madre caminó rápidamente hasta la cola para entrar al partido, antes de que rugieran esas leonas invitadas. Nunca se imaginaron que iba a ir tanta gente, y ambas, hija y madre, combinaron con sus blusas cuajadas de flores una sonrisa que les duró hasta horas después de que concluyera el juego. Y como esta historia, un grano de arena, hubo otras quince mil. 

El juego del sábado sólo ha sido un paso más de esta revolución de punto de cruz. Ya antes estas deportistas —las de Yaxunah y las de otras comunidades— habían llamado la atención a diversos medios de comunicación, incluso internacionales, como el The New York Times, que publicó un colorido artículo sobre estos equipos de pies descalzos y amplias sonrisas. Y es que, en un páramo en la que las noticias negativas agobian, la historia de un grupo de mujeres que reescribe la realidad es refrescante; una lluvia vespertina.

La tierra de Yaxunah es roja, y cuando no ha llovido, quema. Aún así, las mujeres de esta comunidad juegan descalzas: sus pies, en un mudo diálogo con el mismo suelo por el que han caminado y trabajado sus ancestros; las plantas de esos pies, plantas duras, resecas, son la continuidad del entorno, raíces en una tierra que igual habla maya y que goza cuando una de ellas se roba la segunda base. 

Con cada jit, con cada jonrón rompen esa barda que las enclaustra, ese techo de cristal. Muestran que son capaces de hacer muchísimas más cosas que las que la sociedad les ha permitido hacer, y que las hacen igual o mejor que los hombres; auténticas mujeres multitask, que lo mismo cosechan en la milpa que lanzan venenosas curvas desde el montículo; lo que comenzó como un juego, tal vez escape sabatino, ahora se ha convertido en un poderoso mensaje.

Y, aún así, hay personas que quieren regatear a las amazonas esta felicidad. No hay que permitirlo: que cada crítica hacia estas mujeres y a su hazaña sea una recta seca para mandar lejos del campo; al carajo. Por primera vez en mucho tiempo, como sociedad, hay que hacer equipo con las mujeres, capitaneados por las mujeres. Y que este paso, este inning, sea el primero de muchos, y que impliquen otros aspectos de la vida diaria, mucho más macabros. Pero con algo se comienza, y lo estamos haciendo juntas y juntos, en equipo. 

De ese se trató el juego del sábado; no fue sólo de sóftbol. 

 

Lee: Hipil: La bandera del deporte maya

 

https://www.lajornadamaya.mx/yucatan/198686/partido-del-cambio-primer-juego-de-softbol-femenil-en-el-kukulcan

 

Edición: Laura Espejo


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