La madrugada del 16 de marzo de 2020, a punto de salir al aéreo puerto de Yangón, rumbo a un lugar donde volaríamos en globo sobre 2 mil templos budistas, nos enfrentó a la realidad: los aeropuertos del mundo se estaban cerrando, Mimi Novelo nos ofrecía elegir entre continuar buscando alternativas de visitas para las próximas dos semanas o volar a Tokio para regresar a México. Decidimos que si bien éramos valientes, no éramos tontas. Leer en la pantalla que Aeroméxico había cancelado su vuelo a la Ciudad de México nos confirmó que habíamos tomado la mejor decisión.
Transcurrieron dos años nueve meses de confinamiento entre pequeños ensayos de visitas por carretera dentro de la península. Las cepas del bicho se multiplicaban y no terminábamos de ver el final del túnel. Hasta que este, aparentemente, se convirtió en catarro y la influenza tomó su lugar. Quizá con el empoderamiento por la cantidad de meses, un mayor sistema inmunológico o la desesperación por retomar la circulación, llegó el momento en que la gente dijo: ¡suficiente! Y las celebraciones comenzaron a retomarse y volvieron a realizarse los matrimonios, las fiestas tardías de quince años, los aniversarios etc. Regresaron los congresos y las ferias del libro y con ello, las invitaciones para dar las charlas y talleres a nivel presencial. Así llegó el día de dirigirme al aeropuerto de la ciudad de Mérida para cruzar el país rumbo a Sonora, donde la Normal de Navojoa que cumplirá 50 años de alimentar el estado con entusiastas docentes, me invitó
Caí en cuenta lo desacostumbrada a viajar que estaba, cuando en el camino al aeropuerto descubrí que había olvidado mi celular en casa. ¡Ups! Sentí que el mundo se me caí encima, también pensé en lo interesante que se presentaba sobrevivir el reto. Curiosamente, mi asistente traía un celular vacío que podría ser útil. Ya en el edificio me tomó una foto que después subió a mi muro del Face. Comento esto porque ha sido una verdadera sorpresa ver en días posteriores casi un centenar de comentarios y cerca de 600 likes como respuesta que me dice que la gente siente nostalgia por los caminos.
El vuelo a México, fue tranquilo, aunque las toses de mi vecina me hacían agradecer haber llevado mi cubrebocas, que la mayoría dejo en casa.
Pensando en el caos que solía ser el aeropuerto de México, agradecí que el pasaje que me enviaron de Sonora, fuera de Aeroméxico, no tendría problemas de traslado. ¡Sorpresa! El vuelo a Obregón era por la terminal 1. Así pues, en la terminal 2, donde aterrice, inicio la aventura de seguir las instrucciones para llegar al autobús que me transportaría. ¡Uf! Descubrí que la altura, estaba altísima. Mis bronquios protestaron lo inhalado y se rebelaban. Recordé que ya no tengo 15 años, aunque mi vocación sea compartir entusiasmo. Baje la prisa y me dije: “ándale, tienes tres horas para llegar paso a pasito”. El aeropuerto, igual que el de Mérida, uso este tiempo para transformarse y sus enormes pasillos se multiplicaron. Con las antenas alertas, descubrí elevadores que me hicieron sonreír de alivio.
Por fin llegué de donde zarpa el autobús y pensé pedir mi premio por haber arribado al final del rally. Entré al baño cercano mientras llegaba el autobús, y de pronto, de las paredes comenzaron a escurrirse aguas negras, salimos corriendo para ver que el líquido, también salía de los focos y las paredes externas mientras los de seguridad, sacaban sus celulares, como niños chiquitos, para filmar la escena hasta que el plafón del techo se cayó. En ese momento llegó el autobús y no supe el epílogo de la historia.
Al pasar junto a la orilla de la avenida que lleva al aeropuerto, pude ver a la gente que utiliza las escaleras de cruzar la vialidad, para disfrutar ver a los aviones volar; recordé qué, cuando hace años estuve ahí para ver al Concor despegar, existían unas gradas para paseos familiares que alimentaran sueños de volar algún día.
Qué lejos estábamos entonces de esta realidad de incertidumbre que vivimos ahora, donde en el equipaje debe de haber una buena dosis de espíritu de aventura y enorme disposición de disfrutar la capacidad que tenemos de reinventarnos y vencer los retos.
Lea, de la misma autora: Toca reinventarnos
Edición: Estefanía Cardeña
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