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Foto: José Carlo González

Cuando han transcurrido ya dos tercios de su sexenio, el presidente Andrés Manuel López Obrador dio a su habitual informe trimestral –que en esta ocasión marcó el cuarto aniversario de su llegada al cargo– el contexto de una movilización popular masiva que recorrió el Paseo de la Reforma desde el Ángel de la Independencia hasta el Zócalo y que colmó las calles de buena parte del Centro Histórico.

El movimiento lopezobradorista recuperó, de esta forma, una de sus expresiones históricas principales, la de las manifestaciones y concentraciones populares, después de los difíciles años de la pandemia de Covid-19, y lo hizo sin duda de una manera espectacular: fue un enorme y amoroso festejo en el que el mandatario pudo ratificar, en contacto directo con la muchedumbre y sin dispositivos de seguridad como los que sus predecesores en el cargo empleaban hasta el sexenio pasado, su intensa conexión con las masas.

 

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La fiesta prosiguió en la principal plaza pública del país y siguió enmarcando la lectura del mensaje presidencial, que sintetizó los logros de cuatro años de gobierno.

En ellos reside sin duda la perdurable popularidad de López Obrador, pues es indiscutible que en este cuatrienio el país ha experimentado una vasta transformación positiva en múltiples aspectos: el combate a la pobreza, la recuperación salarial, la lucha contra la corrupción y los privilegios indebidos, la austeridad como fórmula de gobierno, el respeto al principio de separación de poderes y al pacto federal, la dignificación de los pueblos originarios.

Asimismo, la lucha contra la impunidad, la creación de infraestructura, la resignificación del papel de las fuerzas armadas en la vida nacional, la atención a los jóvenes, la recuperación de la soberanía nacional –con los avances en dos de sus vertientes irrenunciables: la alimentaria y la energética–, la paulatina reactivación de la economía y el restablecimiento de un clima de libertades y de respeto a las divergencias.

Menos satisfactorios han resultado los avances en materia de recuperación de la seguridad pública y de reconstrucción de los sistemas educativo y de salud, aunque es justo reconocer que en el primero de esos renglones los indicadores delictivos han experimentado una disminución y los otros dos se vieron severamente afectados por la crisis sanitaria, que tuvo un grave impacto en lo educativo, provocada por la irrupción del SARS-CoV-2.

Otro tanto puede decirse del ambicioso programa de descentralización gubernamental prometido por la actual administración y que ha experimentado un severo rezago.

Y si bien resulta pertinente y necesario señalar lo que no ha funcionado –o en lo que al menos no ha habido avances al ritmo deseable–, es estéril y absurdo negar in toto los logros del actual gobierno y la enorme diferencia que ha marcado con respecto a los anteriores.

Esa diferencia explica, en buena medida, el éxito de la movilización a la que convocó el mandatario y que dio un contexto amoroso, festivo y esperanzador a su discurso de ayer en el Zócalo capitalino.

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Edición: Emilio Gómez


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