Este 8 de marzo no hubo lugar en el mundo donde no se diera una movilización de mujeres en reclamo por el respeto a sus derechos. Incluso en Afganistán, “el país más represivo del mundo” a ese respecto, según calificación de Roza Otunbayeva, directora de asistencia de la ONU en la región. Ahí, apenas dos decenas de valientes se manifestaron en Kabul.
No importa el número. Lo valioso es que esa inconformidad es real, que la opresión y sometimiento que viven las mujeres en esa zona del mundo ni siquiera es cultural. ¿Quién en su sano juicio acepta que por su sexo se le nieguen toda clase de oportunidades para ser dependiente de la voluntad de otro?
De este lado del Atlántico podríamos hablar de la ritualización de las marchas, no porque las participantes hayan estructurado la manifestación como una liturgia, sino porque con mucha anticipación las autoridades enviaron un mensaje al colocar vallas y barreras alrededor de algunos monumentos localizados en el derrotero. “Ya viene la marcha de las mujeres, estamos listos contra su vandalismo”, parece ser el mensaje, con toda la intención de quitarle legitimidad a la protesta.
Cabe preguntar si la “protección” al monumento a Justo Sierra sobre Paseo Montejo muestra la capacidad real de gestión por parte de la autoridad municipal, que tardó 11 meses en obtener la autorización para intervenir el pedestal y así limpiar las pintas realizadas durante la marcha del año pasado.
No sin razón, la respuesta de las mujeres ha sido demandar sentirse tan protegidas como los monumentos tras las vallas. El reclamo, en el reconocido como estado más seguro de México, tiene que llamarnos la atención, porque la base de comparación no es para presumir. En un país donde se pronostican 200 mil homicidios dolosos para el presente sexenio, ser el lugar con mejores índices de seguridad se antoja difícil, pero serlo no implica que la puerta de la casa pueda quedarse abierta durante la noche, mientras se duerme.
Seguramente también se querrá llamar la atención sobre la celebración de distintas marchas, en lugar de una sola. Esto será simplemente la expresión de que el feminismo no es un movimiento unificado, ni un partido político como para que todas deban estar de acuerdo con la voz dirigente. Las diferencias tampoco serán lo importante.
Hoy ha amanecido y las exigencias de equidad de salarios, de pronta y correcta actuación de las autoridades ante una denuncia por acoso y demás delitos sexuales, de igualdad de oportunidades en educación, trabajo y presencia en la vida pública, así como de responsabilidades en el hogar, siguen ahí como un piso mínimo a conseguir, y eso es justo y legítimo, aquí y en Afganistán.
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