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Jorge Buenfil: El destino en una caja de cartón

Hace 64 años le dijo a su madre que quería ser músico, tomó un poco de ropa y se fue
Foto: Facebook Jorge Buenfil

Hay metáforas y metáforas, vidas y caminos: caminantes que aman más el trayecto que el punto de llegada y lugares que sólo se pronuncian desde los latidos del corazón.

Alguna vez, en una vieja casona de Tekax, en Yucatán, Jorge lo adivinó y así comenzó a correr tras de sus pasos. La primera estación estaba muy cerca de la casa paterna, con el maestro Eduardo Ávila —tío-abuelo de Jorge— que dirigía la danzonera de la villa; todo había acontecido a partir del prodigio de unas claves que marcaban el compás de “Rigoletito” o de “El indio artista”. No había regreso; la existencia había quedado imantada por el hechizo extraño de la música: ese veneno, esa miel hiblea, esa ambrosía.

Sucedió hace sesenta y cuatro años. Una mañana, Jorge Buenfil puso un poco de ropa en una caja de cartón y le dijo a su madre que quería ser músico y así comenzó todo. Jorge tenía seis años y prácticamente se entregó en adopción en la casa de su tío-abuelo, que vivía a dos cuadras de la casa familiar.

Parecía un juego de niño travieso y lo era muy en serio: un día la caja de cartón se transformó en camino; Tekax tenía un horizonte espléndido que iba más allá de Mérida. Finalizaba el verano de 1968; Yucatán era uno de los estados más pobres del país, las oportunidades eran pocas, por no decir nulas (el henequén sólo había traído riqueza para unos cuantos y una perpetua desolación para la mayoría); el gobernador era Luis Torres Mesías y Mérida era una ciudad donde habitaban casi setecientas mil personas gobernadas por un alcalde de oposición al partido hegemónico; bajo una calma aparente, se agitaba el descontento político contra un régimen que mostraba sus fisuras y que se mantuvo en el poder gracias a un fraude electoral. En ese contexto, Jorge Buenfil decide emigrar a México con apenas 16 años de edad, llevando con él todas las inquietudes que diez años antes había guardado en una caja de cartón.

El entonces “D. F.” era un espacio en ebullición. Faltaban algunas semanas para que se inaugurasen los Juegos Olímpicos, para lo cual la ciudad había transformado su paisaje; paralelamente, el descontento de las clases medias agitaba las aguas. Los estudiantes se habían puesto a la vanguardia de la sociedad civil y fueron reprimidos en el Casco de Santo Tomás y en la Plaza de Tlatelolco. Junto a las ilusiones acomodadas en la caja de cartón, aparecían la angustia y la incertidumbre, aunque también el deseo de persistir.

La Ciudad de México era ese crisol en el que podían fundirse las inquietudes y los sueños más inverosímiles con los afanes más ocultos, los deseos inesperados, las dudas y los miedos. En ese ámbito, Jorge Buenfil pasaba de la adolescencia a la edad adulta y, de manera análoga, el país acusaba el tránsito de una etapa de su vida institucional a otra, no sin dolor, no sin sangre, no sin las vicisitudes de un cambio que se hacía eco de la utopía de transformar el mundo llevando la imaginación al poder. 

Con todo, este cambio tenía la peculiaridad de estar cargado de sonoridades asombrosas: el rock había irrumpido bizarramente entre los jóvenes de México desde algunos años antes (sobre todo a partir de los Beatles y de los Rolling Stones) a pesar de las barreras idiomáticas; música de jóvenes, el rock alzaba las banderas de la subversión para criticar los vicios de una sociedad instalada en la doble moral. Por otro canal, la rebeldía iba llenándose de otros sonidos más nuestros, donde el folclor latinoamericano y la canción de protesta iban abriendo alternativas a la ramplonería musical que se dejaba escuchar en la radio y que se promovía en la televisión. Algunos meses antes de la matanza de Tlatelolco apareció en el horizonte musical de nuestro país una canción que sonaba diferente en su armonía y en su retórica: Esta tarde vi llover, de Armando Manzanero; paralelamente comenzó un circuito alternativo de expresión musical en el que aparecieron personajes como Óscar Chávez, Amparo Ochoa y Judith Reyes (que fuera perseguida y golpeada por sicarios de Díaz Ordaz).

¿Cómo integrar esta experiencia-límite en una existencia metaforizada por una caja de cartón? Pongamos en esa caja a la trova tradicional yucateca, al bolero, a la jarana, al danzón; agreguemos otros ingredientes como la canción de protesta, los ritmos andinos, la zamba, etc., que empezaron a sonar en las llamadas “peñas”; consideremos la renovación del discurso amoroso que aconteció como efecto de una nueva actitud ante el poder, la sexualidad y los medios de comunicación. El resultado fue una especie de síntesis entre lo viejo y lo nuevo, entre la tradición y sus caminos de continuidad y entre una forma específica de la sensibilidad y otra que comenzó a abrir nuevos horizontes para las miradas humanas , una síntesis que vivió (para el caso de Jorge Buenfil) su momento cumbre en 1980, cuando el yucateco obtuvo (con una pieza icónica titulada Eso y más) el primer lugar en el Festival del Nuevo Bolero Mexicano, certamen al que acudieron compositores de enorme relevancia para el género como Vicente Garrido y Luis Demetrio, entre otros.

La canción de Jorge Buenfil era aire fresco en más de un sentido: el ritmo era cabalmente el de un bolero, pero en él había resonancias de tradiciones musicales muy diversas de México y del Caribe e incluso de América del Sur; la letra tenía texturas peculiares, era una canción de amor cargada de cotidianidad y muy lejana de los tópicos usuales del bolero: sus versos olían a ciudad, a sitios peculiares, a lucha contra la radical soledad de los seres humanos, todo ello expresado sin grandilocuencias y sin los efectismos que llevaron al género al borde del ridículo.

En estos días, Jorge Buenfil festejará cincuenta años de una carrera artística que le ha dado un sitio importante en la música popular de nuestro país y que también lo ha colocado en un lugar de enorme relevancia en el ámbito de la trova yucateca en donde el compositor tekaxeño ha jugado un papel dual, ya que ha dado continuidad a una tradición que buscaba sus caminos con la muerte de Juan Acereto  y Pastor Cervera, al mismo tiempo que ha constituido un factor decisivo en la renovación que actualmente se está gestando en esa expresión cultural que va buscando sus senderos en el siglo XXI.

Cincuenta años que caben en un gesto, en una ciudadela o en un copo de espuma. Cincuenta años de ejercitar la plenitud y de acomodar los bienes de la memoria en una caja de cartón: Jorge Buenfil.  (J. D. C., Mérida, Yucatán, marzo de 2023).

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Lee: Con 'Sin cuenta… ¡Años de trayectoria!' Jorge Buenfil celebra medio siglo de trova

 

Edición: Emilio Gómez


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