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Jorge Buenfil: Demasiado cerca, suficientemente lejos

Cumple hoy día 50 años de carrera artística, mismos que celebró el domingo pasado en el Palacio de la Música
Foto: Facebook Jorge Buenfil

Las tradiciones culturales tienen una dinámica peculiar que no siempre entendemos cabalmente, sobre todo cuando en su origen y devenir hay elementos de diversos linajes subjetivos. 

Todavía nos falta estudiar mucho sobre la trova yucateca para reconocer algunas de sus peculiaridades, sobre todo para que no terminemos confundiendo tradición con anquilosamiento y para que tengamos claro que una verdadera tradición es historiable, lo que nos permite reconocer en ella etapas, tópicos vinculados a circunstancias sociales concretas y transformaciones derivadas de los cambios en los estilos de vida y en las maneras de ver el mundo.

Ha sido muy sintomático para quienes amamos la trova yucateca el hecho de que pareciera haberse quedado detenida en los años setentas y que personajes fundamentales como Juan Acereto y Pastor Cervera ofrecieron los últimos productos relevantes de una manifestación cultural que aparentemente renunció a ponerse en el nivel de los tiempos.

No quiero ser injusto y por ello asumo los riesgos de la generalización contenida en el párrafo anterior, mas debo llamar la atención en torno a que, por el hecho de haber sido catedrático universitario desde que llegué a vivir a Mérida hace veinte años, puedo afirmar que tengo un contacto consuetudinario con los jóvenes y que ello me permite suscribir el desinterés que ellos tienen por nuestra trova tradicional, asunto que, para mí, se debe a que la trova no ha podido, por diversas circunstancias (las explicaciones tienen diversas vertientes), ponerse al nivel de los tiempos.

La buena noticia, sin embargo, es que hay alguien que a lo largo de cincuenta años, sin proponérselo cabalmente, ha ido construyendo un puente que seguramente permitirá que la trova tradicional se modernice y comience a hablar de este tiempo en el que Mérida (y todo Yucatán) no es ya ese espacio idílico que algunos siguen cantando, sino un enclave con problemas, incertidumbres, despropósitos y una enorme desigualdad; ese “alguien” está cumpliendo hoy día 50 años de carrera artística, mismos que celebró el domingo pasado en el Palacio de la Música: Jorge Buenfil.

 

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Si bien es cierto que el trabajo de Jorge abre la posibilidad de conectar al pasado de la trova yucateca con su futuro posible, no por ello tendríamos que dejar de ponderar la calidad del mismo, tanto en su factura musical, como en la poética de sus letras.

Jorge ha compuesto bambucos, jaranas, boleros y claves, siguiendo muy de cerca el camino marcado por la trova tradicional yucateca, pero en su trabajo hay elementos armónicos sorprendentes y líneas melódicas de una gran riqueza. En sus canciones, Buenfil acusa un aire de familia con sus antecesores lejanos e inmediatos (pienso en Pepe Domínguez y Pastor Cervera), pero también asoma una personalidad propia que deviene en una poética que va encontrando su riqueza en los sucesos de la vida cotidiana. Jorge Buenfil pone sus ojos en un mundo lleno de contradicciones: sabe que en ese mundo no cabe idealización alguna, sabe que en él están pasando cosas a veces truculentas, pero piensa que aun somos redimibles a través del amor, en el desamor y gracias a nuestras ganas de luchar.

La trova yucateca se había venido extraviando poco a poco en un lirismo desgastado, aunque encontró sus soluciones de continuidad en algunos giros emparientados con la prosa en las canciones de Pastor Cervera y aún en las audacias retóricas de Juan Acereto; con Jorge Buenfil, sin embargo, se ha recuperado una cotidianidad que no hace concesiones a los pasajes idílicos en los que la vida parece transcurrir sin sobresaltos y sin incertidumbres. En las letras de Jorge aparece la soledad del hombre masa y la ciudad se llena de charcos y la existencia se puebla de prisas y dudas, allí —justamente— donde “el tiempo es un candado”.

Sin estridencias, Jorge festejó sus cincuenta años de artista en una sala repleta, acompañado de la Orquesta Típica Yucalpetén y del grupo de trovadores que suele acompañarlo, además de su hijo Emiliano y uno de sus yernos, todos ellos cobijados por los espléndidos arreglos del maestro Jorge Carlos Herrera. En el recinto estábamos muchos de sus amigos, pero no nos movía tanto el afecto como el deseo de presenciar un espectáculo de alto nivel y de disfrutar la trova de uno de sus mayores exponentes. 

El aplauso final no dejó lugar para la incertidumbre: estábamos, sin más ni más, frente a la Historia. Jorge Buenfil nos había llevado de la mano hasta allí en un camino breve de tan sólo cinco décadas.


Edición: Emilio Gómez


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