El anuncio del presidente Andrés Manuel López Obrador acerca de que presentará su informe de gobierno el 1 de septiembre en Campeche, para declarar reabierto el complejo conocido como Chichén Viejo en la zona arqueológica de Chichén Itzá -esto en el marco del recorrido de supervisión del Tren Maya-, permite ver el fuerte vínculo entre los monumentos prehispánicos peninsulares y el proyecto ferroviario.
De hecho, para visibilizar esa relación, el presidente ha programado que el 2 de septiembre llegará a la estación de Teya a bordo del Tren Maya y, a bordo de la nueva locomotora, se dirigirá a Chichén Itzá.
Sin duda, al igual que en su momento Felipe Carrillo Puerto cuando inauguró la carretera de Dzitás a Chichén Itzá, el presidente posee una visión que entrelaza el transporte del presente con el esplendor de la cultura maya del pasado. Y como hace 100 años, la llamada ciudad de los brujos del agua será escenario de una representación de esa visión. Por supuesto, que la antigua urbe sea la más visitada de las que custodia el Instituto Nacional de Antropología e Historia tampoco es casualidad.
El desarrollo de la obra se ha convertido en una carrera a contrarreloj. Era algo esperado, pues el menor avance se tiene en los tramos 5, 6 y 7, que atraviesan Quintana Roo y el sur de Campeche. Se trata de 621 kilómetros en un recorrido de Cancún a Playa del Carmen, de ahí a Chetumal, y de la capital quintanarroense a Escárcega. Cierto, por ahí nunca antes pasó un tren y ahora éste correrá rodeado por la selva.
Pero, al igual que ocurre con Chichén Itzá, el tendido de vías ha permitido el descubrimiento de miles de vestigios arqueológicos. El efecto es de cascada: el avance de las obras propicia hallazgos de piezas, ofrendas e incluso asentamientos; cuando se hacen públicos, surge el interés por conocer esos descubrimientos y por asistir a su exhibición; del interés se deriva la necesidad de ampliar y modernizar las instalaciones de los museos de sitio como en Tulum y Calakmul, regionales, e incluso de construir algunos nuevos.
Se completa el círculo: de la obra ferroviaria se llega al impulso a la investigación histórica y arqueológica; de la publicidad de los hallazgos surge la demanda por visitar tanto las antiguas urbes mayas como los museos, y si el impulso es correcto, resultará fortalecido también el turismo comunitario, y entonces el beneficio del tren llegará hasta el presente, después de siglos de olvido y carencia de justicia social.
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