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Los últimos jabalíes

El acto político de cambiar de piel para mantener la nómina
Foto: Comunicación Claudia Sheinbaum

En ningún caso es sencillo. Aquellos que han decidido renegar y mostrarse ahora como morenistas han tenido que pasar por un penoso purgatorio. Ese primer paso al otro bando lo han tenido que aceitar con dinero o con halagos: ”Estoy en el lado correcto de la historia”, repiten en coro. 

En la mayoría de los casos, esa transformación está motivada para mantener un status quo: seguir en la nómina. Aún no conozco a político alguno que haya pasado de otro partido a Morena realmente convencido por la ideología de su nueva casa. No lo descarto, pero aún no lo conozco.

Joaquín Díaz Mena se pasó del PAN a Morena cuando Raúl Paz Alonzo le quitó la candidatura al Senado, y Raúl Paz, cuando Morena comenzó a fagocitar a legisladores para amarrar sus reformas. Lo mismo pasó con Verónica Camino. Rommel Pacheco quiso comerse el mundo, y se conformó con las migajas de una candidatura perdida. 

Jorge Carlos Ramírez Marín, Francisco Torres Rivas, Luis Hevia Jiménez, Roger Aguilar Arroyo, Gabriela López Gómez, Pablo Castro Alcocer, Mauricio Sahuí Rivero, Dafne López Martínez… La lista es ya amplia, y seguirá aumentando. Pero no son ellos, en realidad, los protagonistas de esta reflexión. 

Son los otros, los que se quedaron. La historia escrita por los vencedores ha estigmatizado a los priistas. El PRI, según la versión oficial, es el pecado original, el origen de todo mal; el ente más maligno de un triduo en el que también se incluye al PAN y al PRD. 

Y ahí están, los últimos priistas, los que se quedaron, dando la que tal vez sea su última batalla. Tienen la piel gruesa, como de jabalí, en la que rebotan las flechas de los insultos y descalificaciones. No todas, y por eso algunos presentan mutilaciones y otro tipo de heridas. 

Saben que, a cualquier movimiento suyo, serán lapidados por sus acciones del pasado, las de la historia oficial y la de la historia verdadera. Y saben que quienes los atacarán con mayor violencia serán los que antes formaban parte de su misma piara: la exaltación de los conversos. 

Hay pocos jabalíes jóvenes, por lo que su lucha va más allá que conseguir un hueso: pelean por la supervivencia, y eso los hace aún más peligrosos. No tenemos nada que perder y mucho que ganar, se repiten mientras afilan sus colmillos. Están convencidos de ello. Esta última legión se quedó en su trinchera sabiendo aún que podía capitular: Morena, sin remilgos, los recibiría con las puertas abiertas. 

Pero no. Decidieron ser leales a la piara, ese grupo compacto, casi familiar, que ha optado por defender ese último pedazo de monte que la aplanadora morenista tiene en la mira. Aran la tierra con el ansia de sus pezuñas; arrean, gruñen, conteniendo el primer ataque. 

En mi interior, les deseo éxito, aún cuando he sido testigo de sus excesos y sus violencias, que ni ellos niegan. Aún, cuando en ocasiones esa paria responde con embestidas de un liderazgo tóxico, como el de Alejandro Moreno. 

Morena tuvo su oportunidad de demostrar que era diferente, y la perdió. Esta derrota moral es evidente cuando comenzó a pepenar a los peores personajes de los partidos que antes maldecía. Entre los priístas que se quedaron y los que se fueron considero que la épica está con los primeros. Aún cuando hay jabalíes jodidamente malos; la diferencia es que ellos no lo ocultan: lo que ves es lo que hay.

La gran mayoría de las candidaturas de Morena han ido a parar en estos tránsfugas, mostrando que en ese partido el fin sí justifica los medios. Sin importar su pasado —una palabra tuya bastará para limpiar mi alma.... Aunque hay voces internas que se han quejado, éstas han sido calladas por un cínico gatopardimo: que todo cambie para que todo siga igual. 

No sé si los irreductibles priístas lograrán sobrevivir, pero la poética de darlo todo en la batalla para dejar un hermoso cadáver es mucho más atractiva que el mercantilismo de vender los ideales, de prostituirse por una candidatura. 

En ese contraste entre las conductas del capitán Francesco Schettino, quien fue el primero abandonar el crucero Costa Concordia cuando encalló en la costa italiana, y la de los músicos de la orquesta del Titanic, yo lo tengo claro. 

 

Lea, del mismo autor: El doppelgänger del candidato

 

Edición: Fernando Sierra


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