A unos cuatro kilómetros de la Croisette y su Palacio, en el barrio de la Bocca, se lleva a cabo todos los años una fiesta del cine paralela al famoso Festival de Cannes. La invitación está abierta a los residentes de la región Provenza-Alpes-Costa Azul y, si bien el gafete de acreditación no es difícil de obtener, sí requiere seguir todo un proceso. Los trámites son bien necesarios, pero para convertirse realmente en “Cinéfilo de Cannes” lo indispensable es ser, más que amante, un vicioso del cine. Durante doce días, a las películas de la Selección Oficial (dentro y fuera de competencia por la Palma) se suman las de selecciones paralelas: Una Cierta Mirada, La Quincena de Directores y Semana de la Crítica. Además de tantas otras, con el único requisito de que sean de calidad. Unas y otras se proyectan en diferentes salas ante dicho público de cine-dependientes, que este año comprende a unas 3 mil personas. En su contenido, nuestro Festival es casi igual al de las grandes estrellas, solo que, sin periodistas ni escaleras de tapete rojo, sin canapés ni vinos franceses, sin vestidos de gala y sin las mentadas estrellas. A cambio del glamour, a los acreditados se nos ofrece acceso libre a las primicias del mejor cine internacional del año, muchas veces junto con la oportunidad de conocer a quienes lo crean: se trata de hablar en persona con futuros talentos cuando todavía lo que más les importa es la reacción de los espectadores.
Doce días seguidos de cine a destajo, previa espera de un promedio de una hora por función haciendo cola bajo la lluvia o el sol calcinante de mayo se dice fácil; semana y media de levantarse al alba y manejar cincuenta minutos para llegar a buscar estacionamiento frente a la vista de una fila en crecimiento exponencial, de sándwiches malos comidos de pie, de volver a tu casa después de medianoche con un batidillo de imágenes que empiezan a mezclarse con las de ayer, las de antier… la verdad es que uno acaba convertido en energúmeno dispuesto a matar. Sobre todo, a quien intenta colarse en la fila. De esos había muchos entre los viejitos retirados que solían integrar la mayoría de espectadores. En esta edición 77 del Festival más bien ha tocado cuidarse de gran cantidad de jóvenes extranjeros que con la escusa del que no entiende la lengua pretende ignorar un orden evidente. Uno se pregunta cómo obtuvieron su gafete. Pero ya nos veremos el año próximo.
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La muestra de 2024 ha resultado muy variada, con la presencia de viejos consentidos de la casa como Lanthimos y Sorrentino, Cronenberg o Coppola, más la brillante y copiosa participación del cine joven de Asia, con mención especial al de la India: quién iba a sospechar que tenían propuestas tan excelentes y alejadas de su conocido Bollywood. Como es costumbre, México figura en el tema del narcotráfico, esta vez a través del ojo del director francés Jacques Audiard. Lástima que los mediometrajes del Festival de Morelia, que también nos representan, no lleguen hasta las pantallas de la Bocca. Tampoco falta en la selección la problemática de la desintegración de los africanos a la sociedad francesa, en obras como la del franco-marroquí Saïd Hamnich. Y la preciosa desgarradora Historia de Souleyman de Boris Logkine.
A lo mejor por la participación de Greta Gerwin, directora nada menos que de la famosa cinta Barbie y presidente del Jurado 2024, la reivindicación de las mujeres avanza con paso firme. Por nuestra parte merecen gran reconocimiento Santosh de Sandhya Suri y Girls will be Girls de Shuchi Talachi.
Uno diría que las salidas del closet de la sexualidad eran un tema bien rebasado: pues parece que no. Y si lo son para la sociedad, no para el afectado, tal como lo pinta La Pampa de Antoine Chevrollier.
Menos mal que nunca faltan propuestas amables y sencillas en las que uno agradece el guion, tal vez sensiblero aunque bien conocido; sobre todo a las nueve de la noche después de un maratón de películas desoladoras. Fue el caso de En Fanfarria de Courcol de la clasificación Premieres.
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Haciendo cuentas, hemos visto cerca de cuarenta películas y lo más seguro es que entre ellas no esté la futura Palma de Oro. Sería cosa de mera suerte, porque ni los grandes críticos, cuyos pronósticos van pasando de boca a oreja (como dicen los franceses) se ponen de acuerdo. No hay de qué arrepentirse, de cualquier forma la película aparecerá pronto en salas. En cambio, agradecemos al destino y a quienes corrieron a acaparar lugares, porque nos dejaron joyitas de clasificaciones más modestas. Así es que recomendamos no perderse, si es que se topan con ellas, Las jóvenes del Nilo de Nada Riyadh; El Pueblo al lado del Paraíso de Mo Harawe, El Monje y el Arma de Choyning Dorji y la argentina Simón de la Montaña, ganadora del premio de La Semana de la Crítica.
El domingo todo habrá terminado. Además, será día de las madres en Francia. Sin embargo, creo que los cinéfilos seguiremos a la caza de salas donde se proyecte cualquier cinta que no hayamos visto. Seguiremos hasta el último minuto con el ánimo de quien hace compras de pánico antes de que cierren las tiendas.
En cuanto a tantas imágenes acumuladas en estos días, seguro tardarán en acomodarse para reconstituir poco a poco las historias, las emociones que nos invadieron en la oscuridad de la sala. Quién sabe si esas emociones vuelvan con la misma fuerza, a veces se debilitan. Pero otras, no sólo regresan potenciadas sino que se quedan todo el año dando vueltas en la mente, como picando piedra ahí adentro hasta que logran construir algo, con suerte algo positivo. En todo caso, siempre existe la posibilidad de nuevas propuestas que devoraremos en mayo del 2025.
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