Las vidas que valen la pena ser vividas están compuestas de etapas y capítulos, no son una lineal y aburrida ruta de acumulación. Dios sálvenos de eso. Tienen momentos de quiebre, fracasos, colapso, dolor, ver el abismo y casi morir. Esa es precisamente la fuerza que tiene la película Vivir, morir y renacer (Vivre, mourir, renaître) de Gaël Morel.
Por supuesto que el lienzo sobre el que Morel pinta es la tragedia de la pandemia del SIDA en los años 90, una que empieza a ser olvidada; sin embargo, lo verdaderamente importante del filme es recordarnos que la vida -como las grandes batallas y disputas- tiene segundos tiempos, segundas mitades, nuevos comienzos que cuando parece que todo está perdido, en realidad todo está por comenzar.
Las vidas que valen la pena ser vividas son como las de las barricas que producen muchos de los vinos que más disfrutamos, que antes de usarse para producir jerez, oporto, incluso un buen tequila reposado, se emplearon para almacenar otros vinos más jóvenes. Si el lector ya no es tan joven o ha tenido una vida llena de altibajos y de cosas que valen la pena, se dará cuenta que su existir ha estado lleno de nacimientos, vidas y muertes.
Esa es la magia del cine y también la magia de la humanidad, incluso de naciones enteras. Dan ganas de pensar que esta humanidad, que enfrenta el cambio climático y la agonía democrática más que ir hacia la muerte simple, está pasando por una etapa inevitable para poder renacer, para encontrar el milagro de resucitar.
Esa sensación de milagros inesperados se hace más fuerte cuando de manera sorpresiva aparecen en la sala del Palacio del Festival de Cannes, Catherine Deneuve y su hija Chiara Mastroianni, para mostrarnos lo larga que puede ser una vida, las etapas productivas y mágicas que puede tener y cómo alguien puede ser bello en su juventud, un ícono en su madurez y un punto de referencia a los 80 años; algo que sin alegrías, dolores, tristezas, vidas y muertes, no hubiera sido posible.
Si enfrentamos una situación desesperada, si de pronto las cosas parecen adversas, si nos estamos viendo obligados a reinventar nuestra vida -vamos, si tenemos miedo- hay que ir a ver esta película. No puede haber un miedo mayor que la sentencia a una muerte horrible en la que nuestros errores envuelven en tragedia a nuestra familia, y en medio de ese huracán que anuncia el fin de todo, encontrar que la vida sigue.
Morel, con luz y sonido frente a Catherine Deneuve, al concluir la cinta, lo insinúa con bastante claridad, sin decirlo explícitamente: el riesgo de muerte nos saca de nuestra pereza y nos puede hacer productivos, pero sólo la oportunidad de seguir viviendo nos da la posibilidad de algo mucho más mágico, que es reinventarnos. Seamos, pues, como otro ícono del cine, como uno de los títulos de las películas de James Bond, animémonos a vivir más de una vida, a amar más de una vez, a intentarlo más de una vez, a jugárnosla más de una vez, porque “sólo se vive dos veces”.
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