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¡Pero eran otros mosquitos!

Noticias de otros tiempos
Foto: La Jornada Maya

Quien quiera investigar sobre la calidad de vida en la península de Yucatán, y especialmente en Mérida, posiblemente hallará que, pese a la ausencia de ríos, los encharcamientos producidos durante la temporada de lluvias han sido una constante históricamente; a estos debe agregarse la aparición de mosquitos y las enfermedades virales que estos propagan.

El principal factor para esos encharcamientos es el suelo peninsular, que más bien es una gigantesca piedra caliza sobre la cual se fundaron varias poblaciones, ninguna de ellas con sistema de drenaje. El mismo tipo de suelo ha hecho incosteable cualquier intento de dotar a Mérida de un drenaje; es más, el porcentaje de casas de la capital yucateca que recurre a sumideros o fosas sépticas supera el 70 por ciento.

Por otro lado, Mérida no fue precisamente una ciudad regida por los principios de higiene sino hasta principios del siglo pasado. Por más de 350 años, la capital yucateca fue una urbe con calles de tierra, donde las aguas negras se acumulaban en el patio o, cuando se introdujo el agua entubada, se arrojaban a una cueva a la que se daba el nombre de “sumidero”; las lluvias convertían las vialidades en extensos lodazales y después, aparecía una gran diversidad de fauna: desde mosquitos hasta batracios y aves.

Debe reconocerse que, aprovechando la bonanza que producía la exportación de fibra de henequén, el gobierno de Olegario Molina emprendió la transformación de Mérida siguiendo lo que se dio por llamar una “política profiláctica”, es decir, de prevención de enfermedades. La pavimentación de la ciudad evitó que la lluvia convirtiera las calles en lodo, pero también se aprovecharon las obras para crear pozos colectores que se llevaran el agua más rápido que si se dejara evaporar. Adicionalmente, inició la fumigación de esos pozos.

Esta política profiláctica fue ridiculizada en el semanario El Padre Clarencio, que era de oposición a Olegario Molina. En el número correspondiente al 24 de julio de 1904, Carlos P. Escoffié Zetina, director, escritor y caricaturista del periódico, publicó en la portada una caricatura del gobernador en la cual éste aparece vertiendo el “poder” en un pozo colector. Sin embargo, lo vertido está compuesto por “robos”, “arbitrariedades”, “torpeza”, “abuso” y “despotismo”. 

Ahora, contrario a los hechos, en que la fumigación debía prevenir enfermedades, y en ese entonces no se hablaba de dengue, zika o chikungunya, sino de fiebre amarilla, las larvas que se ven en el fondo del pozo refieren a varias nociones de bienestar: “saber”, “justicia”, “garantías”, “democracia”, “civilización”, “adelanto”, “cultura”, “progreso”, “industria” y “libertad”. Quien leyera el semanario podía llegar fácilmente a la conclusión de que el manejo del poder por parte de Olegario Molina significaba echar sobre Yucatán una serie de abusos que impedirían el desarrollo de toda iniciativa que favoreciera el progreso real de la entidad.

Para colmo, la caricatura era rematada con una cuarteta: “Que el pueblo quiera o no quiera / nada me importan sus gritos / que esta es la mejor manera / de acabar con los mosquitos”, En suma, viendo que los versos eran pronunciados por el propio gobernador, se daba a entender que a éste no le importaba el pueblo, sobre el cual derrama una serie de abusos, y considera “mosquitos” o insectos molestos a todo aquello que pudiera significar el bienestar del estado.

Un detalle curioso en la portada es la ilustración de El Padre Clarencio que se ubica en la esquina superior izquierda de la portada, en la que el sacerdote se encuentra rociando con algún insecticida a una nube de mosquitos. Resultaba hasta un tanto contradictorio que el semanario también buscara acabar con los insectos con alguna sustancia química.

Eso sí, faltaban todavía varios años para la llegada del doctor Hideyo Noguchi, quien llegó al estado en busca de una vacuna contra la fiebre amarilla, y sus hallazgos sobre el papel que desempeñan los mosquitos en su transmisión.

Por cierto, los registros de fórmulas insecticidas son muy pocos para la época. la marca Flit, voz que se hizo sumamente popular en la península, al igual que “Fab” como sinónimo de detergente en polvo, pero eso pertenece a otros tiempos.




Edición: Emilio Gómez


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