Opinión
Felipe Escalante Tió
16/01/2025 | Mérida, Yucatán
La comunidad de escritores de Yucatán se encontraba alebrestada. Destacaban los autores de piezas de teatro que por entonces comenzaban a encontrar espacios en algunos recintos como el Teatro Olimpia, que en el verano de 1919 convocó a un concurso de “obras regionales” que terminó causando revuelo no por el espectáculo que el público tuvo oportunidad de presenciar, sino porque todo indicaba a que el certamen había sido un engaño o, para emplear la palabra más utilizada como definición del caso, se había tratado de un timo.
El 9 de septiembre de 1919, como abordamos la semana pasada en esta columna, los literatos que se decían defraudados por la Empresa del Teatro Olimpia se dirigieron al abogado y poeta Jaime Tió Pérez solicitando aclarara las bases de un nuevo concurso, al que convocaba la Comunidad Española con motivo de la conmemoración del Día de la Raza. Don Jaime no respondió, pero las páginas de El Correo dieron seguimiento al asunto, por lo que, unos días después, encontramos otra carta, ésta dirigida al director del periódico.
El encabezado de la nota en cuestión es “Al margen de una Carta Abierta al Lic. D. Jaime Tió Pérez. Seamos honrados”, y apareció el 11 de septiembre del mismo año. Se trata de una nueva misiva buscando explicar el asunto pero, al contrario de la dirigida a Jaime Tió, suscrita por un grupo, ésta vino firmada por Max Alvarado B., otro autor teatral de quien se conserva un guión llamado “El día del maestro: melodrama jocoserio, lírico y bailable de rigurosa actualidad, dividido en un acto y cuatro épocas”, que se publicó en 1921; es decir, dos años después del conflicto con el Teatro Olimpia.
Aparentemente, por entonces Alvarado tenía cierto ascendente entre los autores de teatro regional, y por lo que deja ver el lenguaje empleado en su carta, no se trataba de ningún improvisado y tenía alguna experiencia en procesos judiciales. El texto enviado a El Correo era, pues, para “poner los puntos sobre las ies”.
La experiencia de Alvarado se deja ver porque se aboca a presentar los hechos y contrastarlos con las bases del concurso. De hecho, su revisión comienza por las garantías para los autores, haciendo constar que la empresa del Olimpia había establecido que “se depositaría ante el notario C. D. Maximiano Canto, el diez por ciento del rendimiento de la tanda, en la que se estrenase cada obra del concurso, como una garantía a los autores, de que el citado concurso se llevaría a efecto: Que las obras que no obtuviesen premio, recibirían, sus autores, SUS DERECHOS CORRESPONDIENTES por las representaciones de sus citadas obras”, entre otros puntos, como que los premios, en caso de haberlos, saldrían de una función de gala que se realizaría durante los primeros 10 días del mes de septiembre; es decir, el plazo para realizar esa función apenas acababa de vencer, pero no había indicio alguno de que se cumpliría con la puesta en escena.
Pero Alvarado cuestionó la labor del jurado, adelantando que sus integrantes no habían revisado los guiones, ni se habían preocupado por obtenerlos, sino que se limitaron a presenciar las representaciones, lo cual no estaba considerado en las bases, y esto a sabiendas de la calidad de aficionados de los actores del Olimpia: “Aún más, tomando en cuenta rivalidades artísticas, y no, ¿estaría seguro, repetimos, el H. Jurado, de que se puso cuidado en la Dirección de todas las obras?”
Caray, como que Alvarado sabía que entre algunos autores y los directores de cada teatro había alguna rencilla por “quítame estas pajas”, esas rivalidades tan extrañas que no se dan en el ambiente cultural.
Alvarado adelantaba que el jurado, “para salir del paso”, opinaría que ninguna obra merecía ser premiada, “puesto que a decir verdad, ninguna estuvo bien puesta en escena [...] Pero insistimos en que este fallo estaría errado, toda vez que el Jurado debió calificar obras y no representaciones”.
En seguida, venía una revisión de las bases que estableció el Olimpia, y se alcanzaba la conclusión de que, transcurridos los primeros 10 días de septiembre, “sin haberse dado la función de gala a beneficio de los autores y que tenemos noticias de que el Jurado opina desiertos los premios, basado en sabe Dios qué, pero que de ser cierto, sería lo más acertado en este caso, debe darse por rescindido todo convenio y debe ser obligada la Empresa a entregar por partes iguales entre los autores que tomaron parte en el concurso, los fondos depositados…”, y esto apenas sería lo justo.
Que de no ser así, se cometería un delito penado por las leyes, que consiste en: UN DESPOJO DE COSA INMUEBLE y la ilícita explotación del trabajo ajeno; delitos éstos del orden común que deben ser perseguidos de oficio, o cuando más, denunciados por la ‘Bolsa de Trabajo’, que creemos no se puso tan solo para amparar a los jornaleros de campo, sino para velar por los intereses del obrero en general”.
Aquí algo novedoso: considerar a los autores como parte de la población obrera y no como una “clase media intelectual”, o un sector ilustrado de la población. Sin duda una herencia de la experiencia alvaradista, y una enseñanza acerca de las relaciones de producción, en vista de que los guionistas dependían de los dueños de los teatros para exponer sus obras y obtener ingresos.
Ahora, ¿cuánto había para los autores? Alvarado contesta: “Debemos consignar que hasta el día tres del mes próximo pasado [agosto], existían en depósito la suma de CUATROCIENTOS SESENTA PESOS oro nacional, y que como posteriormente a esta fecha, se siguieron representando obras de concurso, lógico es suponer que los fondos depositados ascienden a más del doble de la cantidad citada”.
El asunto se resolvió y finalmente hubo un veredicto por parte del jurado, que resultó no menos escandaloso, pero eso… eso es tema de la próxima semana.
Edición: Estefanía Cardeña