Opinión
Francisco J. Rosado May
20/01/2025 | Chetumal, Quintana Roo
Fue ampliamente difundida la noticia del resultado final del panel de controversias con respecto a la situación generada por l
a decisión presidencial de prohibir la importación de maíz transgénico. Ni siquiera el cambio que permitía la importación para uso animal e industrial, pero no para alimentación humana, pudo detener el proceso contemplado en el tratado de libre comercio entre México, Estados Unidos y Canadá. Los estadunidenses acudieron al mecanismo establecido y se formó un panel de controversias, que será la figura que emita la última palabra.
El panel, conformado por un integrante nombrado por el gobierno de México y otro por el de Estados Unidos, con la mediación de una persona experta consensuada entre ambos países, finalmente concluyó que México no tenía suficientes argumentos sólidos para respaldar su decisión de prohibir la importación de maíz transgénico. Por lo tanto, México tendrá que cambiar el andamiaje normativo, administrativo y de logística para permitir el acceso de maíz transgénico para alimentación humana; si no lo hace será sujeto de sanciones.
Hay estudios, comentarios, editoriales, columnas, artículos, etcétera, publicados en diferentes medios que analizan la situación antes descrita. Pero hay un tema que no se ha abordado lo suficiente y que no solo explica lo que ha sucedido, sino que podría guiar la política pública y preparar escenarios para la revisión del T-MEC, que será en la gestión de Sheinbaum y Trump. Y no es precisamente el cambio a la Constitución, visto como una respuesta a la decisión del panel de controversias, la mejor respuesta.
Los términos del T-MEC y de cualquier tratado de libre comercio en el mundo descansan sobre ideologías. Los artículos y consideraciones que conforman los tratados solamente aterrizan esas ideologías. Por lo tanto, en la medida que los participantes tienen convergencia en la ideología, en esa medida el tratado será exitoso.
El T-MEC no es la excepción; descansa en la premisa de que cada país tiene claramente definidas sus fortalezas y debilidades económicas. Desde el punto de vista económico es mejor para un país no invertir internamente en un proceso o producto que le puede salir más barato comprarlo a otro país. ¿Cómo competir con Estados Unidos si con la tecnología y política pública que tenemos no podemos producir lo que necesitamos para nuestro desarrollo? El maíz y otros alimentos están en esta dinámica.
Adicionalmente, para que lo anterior funcione se parte de la premisa de que ciencia y tecnología pueden resolver problemas ambientales, alimentarios, etc. Por lo tanto, la inversión en ciencia y tecnología, incluyendo la formación de cuadros de alto nivel, es clave para el desarrollo. Sin ello estamos en gran desventaja para competir.
Ambas premisas no son lo suficientemente compatibles, al menos como está planteado en los tratados de libre comercio, con otras que descansan en la conservación de la biodiversidad y del patrimonio biocultural, o en economía solidaria, entre otros.
Pensando que los tratados de libre comercio serían la salvación del país, en materia de alimentación descuidamos lo nuestro, al grado que hemos puesto en peligro de extinción no solo la riqueza biogenética sino los saberes acumulados por siglos en nuestro país multicultural. Y esta situación se ha repetido en administraciones del PRI, PAN y Morena.
Las preguntas entonces son: ¿Qué bases ideológicas debemos desarrollar para negociar tratados de libre comercio? ¿Cómo traducirlas para consensuar con otros países? ¿Qué ciencia, tecnología y formación de recursos humanos necesita desarrollar México en materia de alimentación? Hoy, con Trump en la Casa Blanca y sin una reflexión profunda y participativa, pero con oídos y mente abiertos, que se refleje en política pública y presupuesto, tendremos el altísimo riesgo de repetir errores.
Es cuanto.
Edición: Fernando Sierra