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Señores de la guerra

La seguridad depende de hacerse de arsenales cada vez mayores, más letales y costosos
Foto: Ap

¡Venid, señores de la Guerra
Vosotros que fabricáis las grandes armas
Vosotros que fabricáis los aeroplanos de la muerte
Vosotros que fabricáis todas las bombas
Vosotros que os ocultáis detrás de muros
Vosotros que os ocultáis tras escritorios
Sólo quiero que sepáis
Que puedo ver tras vuestras máscaras

Bob Dylan


A lo largo de toda nuestra historia, la humanidad ha demostrado un singular talento para atribuir sabiduría a la más supina estupidez, y esto ha costado – y sigue costando – millones de vidas, perdidas innecesariamente. Todavía seguimos atreviéndonos a decir, con arrogante suficiencia, que “quien quiera paz, deberá prepararse para la guerra”. Y prepararse para la guerra no sirve para nada que no sea hacer la guerra. No sorprende que personajes como el señor Trump, o Putin, o Netanyahu, enarbolen esta antigua consigna como si de veras quisiera decir algo razonable. Lo que resulta incomprensible es que tantas naciones insistan en que su seguridad depende de hacerse de arsenales cada vez mayores, más letales y costosos. Los recursos destinados a prepararse para enfrentar o generar conflictos armados crecen día con día, mientras que los recursos que se requieren para construir en paz el bienestar de los pueblos se van encogiendo a pasos agigantados. Y nos dicen que se están preparando para la guerra porque quieren la paz.


El ruido de los tambores, los clarines y las detonaciones nos ensordece; mientras nos ciega el bombardeo de imágenes de ciudades arruinadas, pueblos enteros en llamas, personas muertas, heridas, quemadas y mutiladas, madres rotas en llanto, y niños bañados en sangre y mocos y heces, solos y con ojos enormes de hambre y de terror. Y ciegos y sordos, como vamos quedando, dejamos de ver lo que estamos perdiendo, aun sin estar directamente envueltos en alguno de los múltiples conflictos bélicos que los dueños del poder y del dinero alientan y sostienen mientras nos dicen que quieren la paz.

Putin parece empeñado en fortalecer una nueva potencia centrada en una Rusia imperial, en manos de una oligarquía voraz que busca un nuevo arreglo geopolítico que la convierta en una suerte de bisagra de poder entre el oriente chino y una Europa que vacila entre el temor y un sueño de democracia evanescente. La Unión Europea – a mi juicio el experimento político transnacional más interesante de nuestros tiempos – discute el incremento de sus gastos en defensa, al ver que los Estados Unidos de Trump amagan con retirar al menos en parte su respaldo, y pierde de vista la amenaza de la emergencia climática a pesar de las DANA y los incendios, y se limita a encarar la crisis humanitaria de las migraciones del oriente medio y el África subsahariana con una actitud cada vez más represiva e incluso racista. Mientras tanto, en Siria parecen no encontrar un nuevo camino que no atraviese por un mar de sangre, China dice orgullosa y oronda que está lista para la guerra, en cualquiera de sus formas, y el caprichoso premier de Norcorea, con su pinta de párvulo malcriado, se divierte arrojando misiles por ahí, como si fueran buscapiés festivos. Venezuela también presume una retórica combativa, tratando de vender la idea de que se trata de un gobierno heroico contra un mundo hostil, para disfrazar un régimen autocrático empecinado en marchar contra la historia, y Nicaragua entristece atrapada en el abrazo suicida de un matrimonio que alguna vez fue progresista, pero acabó por hallar en el progreso libertario un escollo para su mantenimiento en el poder, terminando por convertirse en carcelero. De los países africanos nos enteramos poco, y cuando nos llega alguna noticia, se trata de algún alzamiento, una masacre, hambrunas o epidemias.

Tras todos estos ruidos se esconde una intención aviesa que solamente pretende conservar un statu quo insostenible. La preparación para la guerra acaba por dejarnos sin la capacidad para construir algo parecido a una paz admisible, una paz que es mucho más que la mera ausencia de la acción bélica. Quizá el mejor ejemplo de que esto en realidad está sucediendo pueda verse a partir de recordar las órdenes ejecutivas que ha ido firmando el señor Trump:

Ha desaparecido el departamento de educación (lo que equivaldría en nuestro país a cerrar la SEP)
Ha intentado suspender la ayuda de los Estados Unidos para el desarrollo de otras naciones
Ha suspendido la participación de su país en el Acuerdo de París para encarar el cambio climático
Pretende suspender el financiamiento a los trabajos de conservación de la biodiversidad
Amenaza con suspender la participación de los Estados Unidos en la Organización Mundial de la Salud
En lugar de considerar la crisis de migración como un asunto de corte humanitario, considera a los migrantes invasores criminales
Espera hacerse con Gaza y transformarla en una suerte de Las Vegas “trumpiana”, expulsando a la población originaria quién sabe a dónde
Espera apropiarse de las tierras raras de Ucrania, para fortalecer la industria de su país

Y, como él mismo ha dicho, esto apenas empieza…

Aunque en este mundo de avalanchas de información (y desinformación) parecemos encontrarnos ante varias decenas de guerras – armadas, comerciales, tribales, de limpieza étnica, contra el crimen organizado, de expansión del territorio, o como quieran llamarlas – a veces da la impresión de que estamos inmersos en un conflicto bélico de alcance global. Mientras crece el miedo, crecer también el olvido acerca de lo que debiera ocuparnos: acabar con la pobreza, producir alimentos suficientes y apropiados para todos, de manera sustentable y diversa, abatir las emisiones de gases de efecto invernadero, a la vez que se logra la generación de energía suficiente, lograr el establecimiento de vías económicas circulares, que nos acerquen a un mundo menos expuesto al deterioro, establecer sistemas de salud que eviten la mortalidad por enfermedades previsibles, y prevenga contra el surgimiento de nuevas pandemias… en fin, prepararnos para construir la paz, en efecto.
Lea, del mismo autor: De relección y corrupción

Edición: Estefanía Cardeña


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