Opinión
La Jornada Maya
13/07/2025 | Mérida, Yucatán
Otra vez, el gobierno de Estados Unidos, a través de su presidente,
Donald Trump, anunció la imposición de aranceles del 30 por ciento a los productos mexicanos, mecanismo que el magnate emplea, desde el inicio de su mandato, para presionar a prácticamente todos los países para equilibrar su balanza comercial, pero también alegando que algunos, como México y Canadá, podrían realizar acciones más efectivas en el combate al tráfico de drogas y personas hacia el gran mercado que es ese país.
La medida, que debe entrar en vigor el próximo 1 de agosto, va dirigida contra México y la Unión Europea. El inconveniente para el país de las barras y estrellas es que la maniobra ya está muy vista y se anticipa que es un paso para alcanzar un acuerdo que resulte favorable a ambas partes, de manera que es posible conseguir que Trump dé marcha atrás en su anuncio, por lo que tampoco los mercados financieros toman en serio la imposición de tarifas aduanales, de manera que las bolsas de valores se mantienen estables ante los alardes del presidente estadunidense.
Ante el anuncio, México reaccionó conforme a lo que indica la ortodoxia económica. Tanto las secretarías de Relaciones Exteriores (SRE) como la de Economía (SE) manifestaron casi de inmediato que se encontraban enteradas de la imposición de aranceles, antes de que ésta se hiciera pública, e inmediatamente entraron en negociaciones para proteger empresas y empleos en el país. Mientras tanto, las reuniones de cabildeo se tratan con funcionarios de primer nivel, como Marcelo Ebrard Casaubón, titular de la SE, quien encabeza la delegación de esa Secretaría en la mesa de trabajo binacional permanente.
En los últimos días, los asuntos binacionales han ocupado bastante espacio en la agenda comunicacional del gobierno mexicano. Entre la declaración de culpabilidad de Ovidio Guzmán López, la persecución emprendida por el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés) contra los migrantes latinoamericanos en Estados Unidos, y la detención de Julio César Chávez Jr., por vínculos con la organización de Los Chapitos, además de la detección de contrabando de hidrocarburos destinados al huachicol, lo que ha quedado de manifiesto son la permeabilidad de la frontera y la existencia de un nivel de corrupción internacional sumamente complejo, y la persistencia de un sistema extremadamente discriminatorio contra la población no anglosajona.
A todas luces, y de nueva cuenta, la imposición de aranceles resulta injusta e injustificada contra México, y orilla al país a buscar otros mercados para la producción nacional; algo que están haciendo otras naciones tanto europeas como asiáticas e incluso el bloque de los denominados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), lo que eventualmente dará pie a un nuevo orden comercial mundial.
En el fondo, la cuestión arancelaria ha quedado como un mecanismo de presión que ya está muy visto, con el cual Estados Unidos amenaza a cualquier nación que no acepte plegarse a sus dictados. Sin embargo, la repetición del mismo es un síntoma de debilidad diplomática y de lo limitada que se encuentra la política internacional estadunidense. La amenaza de los aranceles está ahí, como la espada de Damocles, pero todos pueden ver que solamente puede hacer daño en la trayectoria que tiene definida, y que es posible esquivar el golpe o por lo menos atenuar sus efectos.
De ahí que la Unión Europea haya anunciado la suspensión de la entrada en vigor de aranceles en represalia sobre los productos de Estados Unidos, que iniciaría hoy. El organismo ya ha entendido que tiene un espacio para negociación, como ya anunció Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, en declaraciones a periodistas en Bruselas.
El riesgo que corre Estados Unidos es doble: por un lado, el mundo ya aprendió que el gobierno encabezado por Donald Trump inicia su juego con la muy manida carta de los aranceles, de manera que su reacción ya no es intempestiva; por otro, la maniobra ya se interpreta internamente con el acrónimo TACO (“Trump Always Chickens Out”, o “Trump siempre se echa atrás”), lo que ha suavizado el impacto de los anuncios del presidente estadunidense en los mercados bursátiles. Sin embargo, queda pendiente la existencia de la base electoral “dura” del magnate, y su coincidencia con movimientos de ultraderecha, que en otras épocas han hecho mucho daño tanto interno como externo.
Edición: Fernando Sierra