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La lucha ''cultural'' contra los ''zurdos de mierda'' (segunda y última)

La estrategia interpela al miedo, algo que la derecha ha utilizado desde tiempos del fascismo
Foto: Ap

La fórmula propagandística de los libertarios revela muchas cosas. Hablar de “lucha”, por ejemplo, no supone un recurso del lenguaje figurado, sino cabalmente una estrategia donde la agresividad juega un papel importante, sobre todo si tomamos en cuenta que el conservadurismo acusó (tendenciosamente) a la izquierda de sembrar la polarización y el odio como una táctica para romper la hegemonía de la clase en el poder.

Calificar la lucha como “cultural” es, como se afirmó en la entrega anterior, una manera tramposa de disfrazar un proyecto económico que pondera como magno el valor de la libertad, sin considerar los límites de la misma ni su relación con otros valores y mucho menos si esa libertad que se predica está endosada exclusivamente para quienes tienen poder y capacidad económica para ejercerla. La “lucha cultural” de los libertarios supone el ejercicio de la acción violenta en contra de quienes no piensan como ellos, mismos que son cualificados como “zurdos de mierda”.

La estrategia, sin embargo, no es casual, pues interpela al miedo, algo que la derecha ha utilizado como táctica propagandística desde tiempos del fascismo; pero ahora ese miedo se va sembrando a través de la estigmatización y la amenaza abierta: ser un “zurdo de mierda” es estar en contra de los que obtienen ganancias con su actitud mesiánica de emprendimiento; un “zurdo de mierda” es un individuo que se ha diluido en el odio y en el resentimiento; un “zurdo de mierda” es un inepto lleno de frustración y envidia.
 
En tales consideraciones nunca se ponderan argumentos de orden ético-moral. El éxito económico es un valor en sí mismo, aun cuando ese éxito se haya conseguido de manera espuria: el hombre adinerado debe ser visto como un héroe porque sobresalió de entre una abrumadora mayoría, algo que retrotrae nuestras consideraciones al territorio del “ius naturalismo”, ese “derecho natural” que opera por el imperio de la ley del más apto o del más fuerte, sin otro tipo de consideración.

Así, con el mismo criterio del leopardo que se come al cervatillo, el que tiene el mayor poderío económico es libre de imponer sus condiciones y, en todo caso, si estas condiciones atentaran contra los demás, las leyes del mercado lo pondrán en su lugar (si es que esas “leyes” pudieran funcionar sin trampas ni complicidades).

Pero, más allá de estas consideraciones, tendríamos que ponderar la relación del valor de la libertad con otros valores como la igualdad, la equidad, la solidaridad, la fraternidad, el arraigo, la tolerancia y la justicia.

A simple vista, la fórmula propagandística con que se estigmatiza la disidencia (zurdo de mierda), por su agresividad, contradice el valor de la tolerancia. Asimismo, el discurso tramposo del “hombre de éxito” como paradigma de hombre virtuoso en el que encarnan la inteligencia, la voluntad, la disciplina, la perseverancia y la valentía, opera también en sentido contrario: los “fracasados” (esto lo dijo en una entrevista Salinas Pliego) son pervertidos, frustrados, ineptos, ignorantes, miedosos y holgazanes. Así, los “zurdos de mierda” (según los libertarios) son los que se colocan del lado de estos vicios y buscan reproducirlos para disfrutar de las migajas que ello genera.

Pero más allá de lo anterior están los hechos: Milei participando desde la presidencia de su país en un masivo fraude con criptomonedas (haciendo uso de su libertad y sagacidad), Salinas Pliego adquiriendo una cadena televisiva en condiciones no muy claras y mediante el préstamo de un hermano de quien entonces fuera presidente del país, los turbios acuerdos de la empresa Odebrecht con varios gobiernos latinoamericanos, incluido el de México en los sexenios de Calderón y Peña Nieto, etc. Fuimos libres de empobrecernos, de llenarnos de corrupción y de criminalidad.

Y es que el discurso del “hombre de éxito” ofrece más casos de fraude que de comportamiento virtuoso, y el hecho de que desde el gobierno se hayan dado complicidades ello no implica que el Estado deba desentenderse de sus responsabilidades; de hecho, el planteamiento libertario sólo busca sacudirse las comisiones que suponen el dar una participación corruptora a los gobernantes.

La labor, entonces, no consiste en acabar con el Estado, sino en sanearlo de corrupción, considerando que la noción de Estado no es idéntica a la noción y funciones del gobierno. Un Estado podría definirse como una entidad compuesta por gobernantes y gobernados dentro de una estructura política y jurídica; sanear, entonces, de corrupción al Estado implica acabar con la corrupción no sólo de sus gobernantes sino también de sus gobernados. Si, como quieren los libertarios, estructuramos nuestra vida social alrededor de un concepto de libertad que parece constreñirse a la libertad económica (reducida a libertad de empresa), todo quedará condicionado por un principio de utilidad en el que se irán diluyendo otros valores ético-morales como la solidaridad, el sentido comunitario, la gratitud, la tolerancia, la lealtad, la equidad y la paz, justamente esos valores que nos permiten ser cabalmente libres. 

Hablar de “zurdos de mierda” en una batalla “cultural” supone asumir una conducta beligerante en la que no se contempla la argumentación; ante ello hay que dar una legítima batalla cultural justamente en el terreno de la cultura de la paz y de las buenas razones.


Edición: Estefanía Cardeña


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