Opinión
Rubén Torres Martínez
27/08/2025 | Mérida, Yucatán
Desde al menos hace 5 años, México ha sufrido una notable caída en el número de estudiantes que aspiran ingresar a la educación superior. Esta situación no sólo tiene implicaciones para las universidad públicas y privadas, sino también para el futuro social y económico del país. Esta situación pone en evidencia debilidades estructurales que requieren de urgente atención.
Podemos mencionar el caso de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) a manera de termómetro de la coyuntura. La máxima casa de estudios de la nación, referente indiscutible de la educación superior pública en el país, ha registrado un descenso preocupante. Entre 2020 y 2025, la demanda por ingresar a sus licenciaturas cayó 30 por ciento. Se pasó de 290 mil 759 aspirantes a apenas 202 mil 101 en 2025, es decir, un descenso de 88 658 jóvenes menos buscando un lugar en alguna carrera de la universidad nacional (La Jornada) Paralelamente, la propia UNAM redujo su oferta de admisión. En 2020 fueron aceptados 54 mil 364 alumnos; para 2025 esa cifra se ubicó en 48 560 nuevos ingresos, una baja de 5 mil 804 lugares y una reducción del 10.6 por ciento en plazas disponibles (La Jornada, El País).
¿Qué hay detrás de este fenómeno?
El Dr. Hugo Casanova Cardiel, investigador del Instituto de Investigaciones sobre la Universidad y la Educación (IISUE) y actual coordinador de Reforma Institucional y Prospectiva Universitaria, considera que no estamos ante un fenómeno de causa única sino ante procesos dinámicos donde distintos factores confluyen para dar explicación a dicho retroceso. El Dr. Casanova menciona tres de primera línea. 1) la presión socioeconómica, que se ve reflejada en el hecho de que muchos jóvenes opten primero por incorporarse rápidamente al mercado laboral antes que continuar sus estudios en nivel superior; esto se ve reforzado por el esfuerzo económico que implican transporte, útiles y tiempo, lo cual a los ojos de muchas familias implica un gasto antes que una inversión; 2) desigualdad y contextos adversos; el académico emplea el concepto de interseccionalidad, que combina género, nivel socioeconómico, origen étnico, entre otros, que opera como obstáculo para muchos aspirantes que no cuentan ni con redes ni con los capitales y recursos adecuados para buscar el ingreso a la universidad; 3) desinformación y percepción del retorno educativo; aún existen creencias ancladas que minimizan el impacto de una licenciatura en el futuro profesional de los aspirantes, historias mitificadas y exageradas sobre el “doctor que maneja un Uber” terminan por erosionar el interés de los jóvenes en la educación superior. La suma de estos factores, entre otros, en paralelo con la reducción de sillas disponibles en las aulas, genera un escenario preocupante: menos espacios y menos aspirantes.
Ante el escenario descrito, es imperativo que las instituciones y gobiernos comuniquen mejor los beneficios tangibles de la educación superior, evidenciando historias de éxito, opciones de empleabilidad y formación crítica. Es necesario señalar que también existen ventanas de oportunidad que abren la posibilidad de repensar el sistema educativo para fortalecerlo.
En esa dinámica se inscriben las Escuelas Nacionales de Estudios Superiores en sus distintas unidades (León, Morelia, Juriquilla, Mérida y Oaxaca). La UNAM ha aumentado la cobertura nacional mediante la extensión de campus, fortaleciendo ofertas educativas en regiones alejadas del centro del país, impulsando con ello un acceso equitativo a poblaciones muchas veces marginadas. Sin embargo, aún falta mucho por hacer, pero no solo corresponde a la Universidad, sino que debe tratarse de un esfuerzo en conjunto con autoridades gubernamentales y sociedad.
Los gobiernos en sus distintos niveles de injerencia, deben comprender mejor que el apoyo y subsidio a los jóvenes universitarios es una inversión al mediano y largo plazo y no un gasto superfluo a costa del erario público; más allá de las habilidades técnicas de los conocimientos científicos y tecnológicos, de la capacidad de razonamiento crítico, el paso por las aulas universitarias también fortalece el tejido social. La universidad más allá de la matrícula permite desarrollar lo que los sociólogos llaman el “curriculum oculto”, es decir el aprendizaje de valores, actitudes, normas y comportamientos que transmite la cultura escolar, las interacciones sociales y las estructuras del sistema educativo, dentro del espacio universitario.
Otro reto es el vincular la educación superior con información clara sobre oportunidades laborales y académicas, motivando a los jóvenes a continuar son sus estudios superiores. Para ello es importante resaltar que existen carreras con baja demanda, pero con expectativas laborales muy amplias y salarios competitivos, como sucede con Geografía Aplicada, Ecología y Matemáticas para el desarrollo. La promoción de estas alternativas ayudaría a equilibrar la demanda hacia caminos menos saturados. Sería un buen ejercicio promover como segunda opción de ingreso, exclusivamente alguna de las carreras de baja demanda.
La caída de aspirantes a la universidad en México, y en particular en la UNAM, es un síntoma claro de una crisis amplia: desigualdad, dificultades económicas, costos de oportunidad y desmotivación. Sin embargo, existe un margen para revertir esta tendencia mediante políticas integrales que mejoren el acceso, diversifiquen la oferta educativa, fortalezcan el soporte al estudiante y reafirmen el valor de la educación superior como motor de movilidad social. Tomar acciones ahora no sólo permitirá recuperar espacios académicos perdidos, sino que también reforzará el papel de la universidad como instrumento de inclusión y transformación, protegiendo así el potencial de cientos de miles de jóvenes que hoy contemplan un futuro sin un lugar en las aulas del mañana.
Edición: Estefanía Cardeña