Pepena, una labor para la subsistencia económica, pero también aporta a la ecología

Don Miguel Ángel Sonda camina desde Los Cocos hasta el Centro Histórico de Mérida recogiendo latas y botellas de PET para llevar a la recicladora Molina, donde cada día hace todo lo posible por juntar al menos para intercambiar por 60 pesos. 

Desde las 5 horas con 30 minutos comienza sus días para encontrar la mayor cantidad posible de residuos “porque hay mucha competencia”, a veces consigue encontrar suficientes latas y botellas, a veces no.

Sin ningún día de descanso y una lesión tras caerse de la hamaca, ahora solamente puede utilizar su brazo izquierdo para cargar todo lo que va juntando durante el día; don Miguel Ángel se lastimó cuando estaba bajando unas naranjas para venderle a su vecina, pero se rompió la rama que estaba sosteniendo y se cayó sobre el hombro derecho, pero aún no ha podido ir al doctor.

“Ni modos, hay que trabajar”. Y, aunque reconoce que su acción tiene un impacto ambiental positivo, “yo me preocupo más por sobrevivir; pero yo sé que estoy haciendo un bien con el reciclaje, veo botellas tiradas y las levanto”.

Ahora incluso de algunos estacionamientos de la zona le llaman para recoger las botellas o latas que están tiradas por ahí y le agradecen por levantarlas.

Pero hoy en día ya no pasa de casa en casa para pedir que le den la pepena porque por donde se mueve la misma gente necesita el dinero y lleva a vender sus productos reciclables; hace cinco años, cuando comenzó, incluso tenía su triciclo para recolectar cartón.

Las deudas con la luz, el agua y otros servicios básicos hicieron que vendiera su triciclo, lamenta la situación porque el triciclo hacía que el trabajo fuera más liviano, mientras que ahora camina kilómetros y kilómetros diariamente… Apunta sus pies y comenta que camina con chanclas entonces a veces cuando llega el final del día le duelen mucho los pies y no los puede mover.

También don Ramón Sandoval Chi, es ticuleño y también pepena, pero es maestro albañil y para él recolectar los envases es complementar sus “chambitas” para poder obtener el dinero necesario para subsistir, “no tengo muchos estudios, yo no sé de esas cosas” dice sobre su aportación al Planeta por llevar a reciclar.

“Yo soy maestro albañil, pero uno cuando ya está viejito, con el oficio que aprendí, acá se muere de hambre el tonto, el necio y el flojo”, a sus 82 años, recuerda que el 20 de mayo de 1982 lo atropellaron mientras andaba en bicicleta y “debí morir”, por eso ahora prefiere moverse de un lugar a otro a pie.

Los hijos, dice, solamente aparecen cuando hay dinero, “no me gusta colgarme de ellos, así como ellos tienen orgullo, yo también tengo”. Alrededor de las 13 horas de este miércoles, con su bolsa llena hasta la mitad dijo que no había desayunado, pero vendería lo recolectado para comer, “Dios aprieta, pero no ahorca”.

“Le quiero dar a entender en dos palabras (sic) de que la vida no es vivir por vivirla, hay que saberla vivir y a mí no me gusta colgarme a nadie; pero yo no sólo esto hago, cuando sale chamba por mi cuenta, la hago”, aunque completa que ya solamente puede trabajar al nivel del piso, no puede hacer nada en la altura.

Opina que la diferencia entre las personas que saben un oficio y las que no es que las segundas roban y las primeras trabajan, por eso él prefiere ejercer con su albañilería, pintura e incluso su recolecta de objetos para reciclar y ganar unos pesos más.

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Edición: Ana Ordaz