Óscar Rodríguez
Fotos: Rodrigo Díaz Guzmán y Óscar Rodríguez
La Jornada Maya

Mérida
28 de marzo, 2016

Enclavado en el tradicional barrio de Santiago, en la calle 70 por 59 del centro de Mérida, el mercado municipal número 2, “Santos Degollado”, es prueba de cómo ha cambiado el ritmo de vida de Mérida y de ese rumbo en los últimos 20 años. Sus locatarios se resisten a desaparecer, pese a la indiferencia oficial, la falta de mantenimiento, promoción y el embate de consorcios comerciales que lo mantienen en estado de coma.

Al caminar por los corredores del inmueble se aprecia el evidente deterioro. La pintura se cae debido a la humedad y el escaso mantenimiento que la comuna meridana realiza para rescatar el lugar, que está por cumplir 70 años en servicio.

Los locatarios se quejan amargamente del poco apoyo que las autoridades brindan al centro de abasto, que sobrevive ante la oleada de supermercados y a una escasa clientela. Los expendedores han visto como familias arraigadas al céntrico barrio han terminado por salir de él, y la llegada de extranjeros como nuevos vecinos.

Famoso por su venta de cochinita pibil, lechón, panuchos, salbutes y otros antojitos yucatecos, el mercado del barrio de Santiago guarda en sus entrañas una centenaria historia que es referente de reunión para cientos de familias de la capital yucateca, que sólo en domingo llenan los pasillos de los puestos de comida. Sin embargo, el resto de la semana, los comerciantes se quejan de una caída de hasta 60 por ciento en sus ventas.

El ayuntamiento lo promueve como un centro gastronómico en su página web, cuando en sus entrañas existen comerciantes diversos. Los locatarios se resisten a abandonar el local, que por años les ha dado de comer, y lamentan que el lugar sea visto exclusivamente como un lugar de consumo de antojitos.

Al interior del mercado, que fue inaugurado durante la administración municipal 1947-1949, encabezada por Vicente Erosa Cámara, se puede comprar carne de res, puerco, pollo, frutas, pescado, verduras, flores, condimentos para cualquier guiso, flores, tortillas y casi cualquier producto; todos ellos frescos.

Su olores y sonidos se extinguen con el paso de los años; sus comerciantes poco a poco se van o fallecen, mientras sus alrededores son ocupados por cadenas comerciales: Oxxo’s, Super Akí, Maxi Carne y Kekén, han ido arrancándole poco a poco la clientela a los locatarios del mercado.

Una de las áreas que agoniza es la sección de carnes. En ella nos encontramos a Tony Medina, un longevo comerciante que lleva más de 30 años atendiendo su mesa. Con tristeza contempla cómo se pierde el negocio: “Tanta competencia desleal de cadenas comerciales que se ponen justo en la periferia del mercado nos tiene amolados, no podemos competir contra ellos y ahora está peor porque el precio de la res se fue a casi el doble. Hace unos meses costaba 70 pesos el kilo y ahora está en 130”, relata el carnicero de segunda generación, mientras muestra el producto que tiene que vender a tal precio.

Lamentó que los políticos sólo se acuerden de los mercados cuando es tiempo electoral, pues solamente en campaña es cuando ingresan a este tipo de centros comerciales a pedir el voto y después se olvidan.

Al caminar por el lugar, salta a la vista el puesto de carne de Francisco Rodríguez Soberanis, quien por más de 45 años ha trabajado en el mercado. Sus ojos han visto morir o irse a casi todos los oferentes del área. “Esto ya no es negocio, es solamente para sobrevivir. Yo soy el único antiguo que queda. Hubo una época buena, se vendía bastante; hoy no vendemos casi nada, estamos al día por la competencia de las tiendas de autoservicio, que sí influye bastante”, señaló.

La experiencia de don Francisco lo ha ayudado a sobrevivir y mantenerse en el negocio con sus “marchantas”, como él le llama a su clientela. Son las 10:30 horas y el longevo carnicero ya tiene limpio su puesto tras concluir las ventas.

Y así los pasillos se han llenado con el paso de los años de comerciantes de frutas, popularmente conocidas como venteras, quienes anteriormente expendían sus productos en la vía pública. Ahora, el deceso de varios comerciantes del centro de abastos o el abandono de los puestos de sus dueños originales, ha facilitado que una nueva generación de vendedores dé una bocanada de oxígeno al mercado.

Patricia Moo Xool tiene apenas dos años como locataria del establecimiento. Antes se ganaba la vida como ayudante en un puesto de flores en el mismo inmueble, sin embargo, decidió invertir sus ahorros y ahora vende frutas en uno de los locales que se encontraban abandonados.

“Se vende poquito pero sí sale para comer. Tengo poco en el mercado, aún no pago nada por el puesto, pero sí me dijo el administrador que tendré que liquidar una cuota en un futuro”, explica mientras pela con un cuchillo una naranja dulce, fruta conocida en Yucatán como china.

Durante muchos años, María Canul May se dedicó a la venta de fruta en las calles, para contribuir al gasto familiar. Sin embargo, desde hace tres años su suegra le ofreció un puesto en el “Santos Degollado”, donde ahora labora con dos de sus hijas.

Son las 10:45 horas. El puesto de María es uno de los más asediados por la clientela, que busca alguno de los dulces o frutas que expende la mujer; algunos previamente preparados para el consumo inmediato, y así agregarle algún valor a su mercancía.

Al interior del mercado se encuentra el molino Modelo, el cual surtió de tortillas las mesas de los hogares de cientos de familias del barrio por varias décadas. José Manzanero, copropietario del negocio, nos cuenta que ahora ha tenido que salir a buscar a sus clientes en hoteles y restaurantes de la zona. “¡Se acabó la cola de las tortillas! La gente ya no viene, ahora tenemos que salir a vender a los negocios que nos soliciten. También hacemos entregas a domicilio, pero la gente ya casi no viene por sus tortillas como antes”, manifestó.

Con la nostalgia recuerda como el Modelo se abarrotaba de clientes que acudían a comprar, principalmente masa, situación que ha quedado en el pasado, por lo que han buscado nuevas estrategias para subsistir. “Tengo con mi esposa trabajando en este puesto 22 años. La venta ha bajado en los últimos años hasta un 50 por ciento. Mucha gente que vivía en Santiago ya no está, se fue a otro lado; sobrevivimos con la venta que hay afuera, solamente así”, remató.

Los comerciantes del mercado de Santiago se aferran a no morir, a la espera de que el gobierno municipal voltee a verlos.


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