No a todo pescador que madruga Dios lo ayuda; pulpeada apenas empieza

Especial: Mengua Octopus

Hace ya 10 años que el inicio de la temporada de captura de Pulpo Maya en la capital de Campeche comienza a un ritmo lento.

Este martes la lancha en la que colaboradores de La Jornada Maya atestiguaron un día de captura, sólo logró sacar un ejemplar que sirvió para el entretenimiento de Tito, hijo del pescador guía que le preparó un cordel para ver si al menos un pescado caía, “no todo al que madruga Dios lo ayuda, esto apenas comienza y veré si sigo intentando aquí o me voy hacia Isla Arena”, dijo José Pérez, pulpero del Camino Real.

José y Tito, su hijo, se levantan a las 4 de la mañana para preparar un refrigerio, avituallarse para salir al mar, lavarse los dientes y arreglarse lo más cómodos posible para combatir el sol de alta mar y cubrirse del fresco amanecer de la costa.

Ellos viven en Minas, y se trasladan unos cinco kilómetros hacia el muelle del Camino Real, es decir, después de su ritual de preparación, llegan a las 5 de la mañana a su destino. A esa misma hora, en un fraccionamiento a la salida de la ciudad, yo me desperté para bañarme y terminar de preparar mi avituallamiento, pues desde el día anterior compré lo necesario para llevar comida, agua y demás a alta mar.

El lunes, Virgilio Pérez Chan, presidente de la cooperativa Pescadores en Defensa del Mar, me preguntó que si este año no iba a salir a la mar con ellos, claro, le contesté. Quedamos en que el martes 2 de agosto, entre 5:30 y 6 de la mañana llegara al muelle para embarcarnos; a las 5:45 llegué al muelle, y aún estaban preparando todo, y José, Tito y otro pescador llamado Jorge estaban tomándose unos vasos de arroz con leche para amortiguar el hambre.

Una vez revisado el motor fuera de borda, las neveras con hielo estaban listas, y todos estamos en la lancha, salimos a la mar, el destino es a unas 13 millas náuticas del muelle, es decir a unos 24 kilómetros de distancia, cuando el mar ya alcanza unas tres brazadas de profundidad, ideal para que en el fondo haya las condiciones para el arrastre del pulpo o al menos cuevas para que estos se escondan.

La ida es en silencio, el único ruido es el motor que trabaja a todo lo que da y el rompimiento de las olas del mar contra la proa de la lancha. En esta ocasión no hubo alijeros, no llegó el acompañamiento de trabajo de José, pues Jorge apenas está aprendiendo la captura y necesita la supervisiones de alguien experimentado para observar cual de las líneas en la jimba tiene a un octópodo colgado comiéndose la carnada a base de cangrejo o jaiba.

El sol comenzó a verse cerca de las 6:30 de la mañana, pues estaba un poco nublado e incluso las primeras dos horas de estancia en medio del mar estuvieron frescas, con brisa fuerte y nublado, algo que no afecta directamente las labores del día. 

Ya instalados y en espera que una de las 14 líneas de cordel capturaran a un pulpo, José platicaba que quería lo mejor para Tito, que tiene 10 años y acaba de pasar a quinto año de primaria.

“Yo no fui a la escuela, bueno sí, pero no me gustó, comencé a trabajar desde chavito con mi papá y empecé a ver dinero en mis manos desde los 10 años, así que para pasar mis estudios le pagué a algunos maestros”, contó entre risas, “por eso quiero que él sí estudie y no esté bajo el sol por horas esperando a una buena captura, que tenga un trabajo mejor y sea alguien mejor que yo”, dijo.

Tito entre risas dijo “también me gusta acompañar de vez en cuando a mi papá, pero si me aburre cuando pasamos mucho tiempo aquí, hasta me duermo”, cosa que se comprobó como a las 9 de la mañana, cuando se acomodó en la proa de la lancha, y en posición fetal se durmió al menos 45 minutos.

En el trayecto al área que José escogió para pescar, observamos al menos 10 embarcaciones de buzos, dos de ellas disfrazadas con jimbas para no ser detectadas por inspectores de Conapesca o Marina, pues las jimbas son las características de las embarcaciones de pesca artesanal. Y es raro encontrarse a esa decena de lanchas, pues del muelle del Camino Real sólo salieron tres embarcaciones.

El sueño de Tito fue interrumpido por todos, cuando José le gritó a Jorge, saca la segunda línea, a los que respondió el aprendiz, “pero si ni tiene nada”, José con voz de autoridad le respondió, “muchacho, te digo que la saques”, tras dos jalones del cordel, la cara de Jorge cambió de semblante y lanzó una risa nerviosa, cuando vio cómo iba subiendo el pulpo, todos le comenzamos a gritar a Tito para que despertara y fuera él quien lo terminara de sacar. Creímos que eso daría suerte.

Entre su molestia por haberlo despertado, y la pena de la cámara, el niño prefirió poner solamente la red, y entregárselo a su papá para que fuera él quien le sumiera el pico y básicamente quitarle la vida al molusco para luego ponerlo en la nevera.

A las 10:30, es decir, más de tres horas desde que empezó la travesía, José exclamó, si a las 11:30 no sacamos otro, nos vamos… “Esto está del carajo, solo ellos están ganando, a este ritmo vamos a trabajar para pagarle al patrón lo que le debemos, creo que esperaré una semana y en su caso, mejor me voy hacia Isla Arena, allá dicen que están sacando entre 25 y 30 kilos”.

Para tranquilizarlo comenzamos a bromear, desayunamos, incluso intentaron echar a andar una pequeña bocina portátil para amenizar la estancia, pero la bocina no funcionó y a las 11:30 horas, tras acercarse a otro pescador y preguntarle cuántos ya había sacado, verle la cara de decepción y ver dos cubetas vacías, exclamó: Vámonos.

El regreso nuevamente fue en silencio.

Cuando llegamos al muelle, algunos pescadores comenzaron a preguntarle qué tal le fue, José sólo les gritó: ¡No todo al que madruga Dios lo ayuda, pero esto apenas comienza!.

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Edición: Laura Espejo