La comunidad budista anclada en un complejo de templos ornamentados en las tierras de cultivo de Minnesota está probando una nueva forma de garantizar que su fe y su cultura ancestral se mantengan vivas para las generaciones futuras: una convocatoria abierta para la compañía de danza sagrada.
Fundada por refugiados que huían del régimen de los Jemeres Rojos, que buscaba erradicar la mayoría de las instituciones religiosas, Watt Munisotaram y su compañía esperan que enseñar danza sagrada a los niños pequeños fortalezca sus lazos con el budismo y las tradiciones camboyanas.
“La conexión es más fuerte cuando bailo”, contó Sabrina Sok, de 22 años, líder de Wattanak Dance Troupe. “Lo que me queda en la cabeza es que esta forma de baile casi desapareció con los Jemeres Rojos”.
Durante su régimen de 1975-79, los Jemeres Rojos causaron la muerte de aproximadamente 1.7 millones en Camboya. Cientos de miles huyeron, primero a la vecina Tailandia y luego a los Estados Unidos, donde los asiáticos del sudeste son una de las comunidades de refugiados más grandes.
Llevaron esta tradición de danza sagrada con ellos. En una gélida tarde de principios de febrero, Sok ensayó para las próximas vacaciones de Año Nuevo camboyano con el líder de la compañía Garrett Sour y su hermana Gabriella, cuyos padres se encontraban entre esos refugiados.
La práctica solía realizarse en el templo, cuyas agujas doradas eclipsan los techos y silos rojos de los graneros en los campos cubiertos de nieve a unas 30 millas (48 kilómetros) al sur de las Ciudades Gemelas. Pero recientemente se mudó a un estudio de Minneapolis para facilitar la participación de las familias.
Si bien el reclutamiento se realizó de boca en boca, la inscripción de este invierno, abierta a cualquiera que esté ansioso por aprender la forma de baile, generó el mayor número jamás visto después de que se publicó en la página de Facebook del templo.
Vestidos con camisas y pantalones tradicionales de seda gruesa de Camboya, los tres bailarines estiraron y doblaron sinuosamente cada parte de sus cuerpos, desde los dedos de los pies que desafían las articulaciones hacia arriba. Cada movimiento ayuda a contar historias antiguas sobre dioses, el ciclo de la vida y otros relatos espirituales que entrelazan elementos del budismo, el hinduismo y el animismo.
“Nunca somos nosotros mismos, solo somos encarnaciones físicas de espíritus superiores”, contó Garrett Sour, de 20 años, mientras entrenaba meticulosamente las poses, instando a un paso más pequeño aquí, una inclinación de pantorrilla más profunda allá. “La danza no se consideraba un entretenimiento, sino un medio entre el cielo y la tierra”.
El estudiante de marketing de una universidad de Twin Cities comenzó a bailar cuando tenía seis años y aprendió khmer para profundizar mejor en la narración sagrada. Él será uno de los maestros de los bailarines entrantes, unos 20, lo que casi duplica el grupo, y la mayoría de ellos menores de 12 años.
“Para mí, ver a los niños realizar estos bailes tradicionales es una verificación de que aprecian y toman en serio nuestra tradición y nuestra religión”, dijo la madre de Garrett, Sophia Sour, quien ha sido voluntaria durante mucho tiempo en Watt Munisotaram.
En la ornamentada sala superior del templo, donde los 10 monjes residentes cantan y meditan diariamente rodeados de libros sagrados y grandes pinturas de la vida de Buda hechas en Camboya, el Venerable Vicheth Chum también destacó la importancia de lo que llamó “danza bendita”.
“Es muy importante tener y mantener nuestra tradición ancestral incluso cuando nos mudamos a (Minnesota)”, señaló Chum, quien llegó a los Estados Unidos hace más de 20 años desde Camboya. “La enseñanza budista es una práctica para la paz y la felicidad, sin importar la nación”.
Los monjes de Watt Munisotaram, que más o menos significa el lugar para disfrutar aprendiendo de los sabios, practican Theravada, una de las formas más antiguas de budismo arraigado en las culturas del sudeste asiático.
La danza en particular, que data de hace casi mil años y estaba vinculada tanto a la corte real como a los templos, se ha convertido en “un marcador de la identidad camboyana” en la diáspora estadounidense, agregó.
Es por eso que el grupo de danza se inició en Watt Munisotaram, que se ha convertido en un complejo de 40 acres con estatuas doradas de Buda, una estupa con reliquias y un estanque de meditación que yacía congelado bajo la nieve hasta las rodillas ese fin de semana de principios de febrero.
Decenas de fieles con trajes blancos igualmente brillantes se reunieron entonces para celebrar Magha Puja, una festividad que marca la reunión de mil 250 de los primeros discípulos de Buda y el establecimiento de sus reglas para la nueva comunidad.
El objetivo principal de la compañía “es preservar los bailes que ya existían”, dijo Sour, y agregó que cada verano se presentan en una ceremonia especial en honor a los espíritus de los bailarines anteriores con altares repletos de adornos y ofrendas danzantes.
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