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Según la leyenda, el ajolote no siempre fue un anfibio. Mucho antes de que se convirtiera en la salamandra más querida de México y florecieran los esfuerzos para evitar su extinción, era un dios escurridizo.

“Es un animalito interesante”, comentó Yanet Cruz, directora del Museo Chinampaxóchitl de la Ciudad de México.

Sus exposiciones se centran en el ajolote y las chinampas , los sistemas agrícolas prehispánicos que se asemejan a jardines flotantes que aún funcionan en Xochimilco, un barrio en las afueras de la Ciudad de México famoso por sus canales .


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“A pesar de que existen muchas variedades, el ajolote de la zona es un símbolo de identidad para los pueblos originarios”, comentó Cruz, quien participó en las actividades que se realizaron en el museo para celebrar el “Día del Ajolote” a principios de febrero.

Si bien no existen estimaciones oficiales de la población actual de ajolotes, la especie Ambystoma mexicanum —endémica del centro de México— ha sido catalogada como “en peligro crítico” por la Lista Roja de Especies Amenazadas de la UICN desde 2019. Y aunque biólogos, historiadores y funcionarios han liderado esfuerzos para salvar a la especie y su hábitat de la extinción, ha surgido un fenómeno de preservación paralelo e inesperado.

El ajolote atrajo la atención internacional luego de que Minecraft los agregó a su juego en 2021 y los mexicanos se volvieron locos por ellos ese mismo año, tras la iniciativa del Banco Central de imprimirlo en el billete de 50 pesos. “Fue entonces cuando la ‘axolotlmanía’ prosperó”, dijo Cruz.


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En todo México, este peculiar anfibio parecido a un dragón puede verse en murales , artesanías y calcetines . Algunas panaderías han causado sensación con sus bocados parecidos a los de un ajolote . Incluso una cervecería local, “Ajolote” en español, tomó su nombre de la salamandra para honrar las tradiciones mexicanas.

Antes de que los españoles conquistaran México-Tenochtitlan en el siglo XVI, el ajolote quizá no tuviera representaciones arqueológicas como Tláloc —dios de la lluvia en la cosmovisión azteca— o Coyolxauhqui —su diosa lunar—, pero sí aparecía en documentos mesoamericanos antiguos.

En el mito nahua del Quinto Sol, el dios prehispánico Nanahuatzin se arrojó al fuego, resurgió como sol y ordenó a sus compañeros dioses que replicaran su sacrificio para traer movimiento al mundo. Todos obedecieron, excepto Xólotl, una deidad asociada con la estrella vespertina, que huyó.

“Lo persiguieron y lo mataron”, dijo Arturo Montero, arqueólogo de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas. “Y de su muerte surgió una criatura: el ajolote”.


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Según Montero, el mito implica que, tras la muerte de un dios, su esencia queda prisionera en una criatura mundana, sujeta a los ciclos de la vida y la muerte. El ajolote entonces lleva dentro de sí a la deidad Xolotl, y cuando el animal muere y su sustancia divina transita al inframundo, luego resurge a la tierra y nace un nuevo ajolote.

“El ajolote es el gemelo del maíz, el agave y el agua”, dijo Montero.

La fascinación actual por el ajolote y su ascenso a la categoría de animal sagrado en tiempos prehispánicos no es casualidad. Lo más probable es que haya sido provocada por sus excepcionales características biológicas, afirmó Montero.

A través del cristal de una pecera, donde las instituciones académicas los conservan y los criaderos los ponen a la venta, los ajolotes son difíciles de detectar. Su piel suele ser oscura para imitar las piedras (aunque se puede criar una variedad albina y rosada) y pueden permanecer inmóviles durante horas, enterrados en el suelo fangoso de sus hábitats naturales o apenas moviéndose en el fondo de sus peceras en cautiverio.

Además de los pulmones, respiran por branquias y piel, lo que les permite adaptarse a su entorno acuático. Además, pueden regenerar partes de su corazón, médula espinal y cerebro.


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“Esta especie es bastante peculiar”, dijo el biólogo Arturo Vergara, quien supervisa los esfuerzos de preservación del ajolote en varias instituciones y cuida especímenes para su venta en un criadero en la Ciudad de México.

Dependiendo de la especie, el color y el tamaño, los precios de los ajolotes en Ambystomania, donde trabaja Vergara, comienzan en 200 pesos (10 dólares estadounidenses). Los ejemplares están disponibles para la venta cuando alcanzan los diez centímetros de largo y son mascotas fáciles de cuidar, dijo Vergara.

“Si bien en cautiverio suelen vivir 15 años, hemos tenido animales que han llegado a vivir hasta 20”, añadió. “Son animales muy longevos, aunque en su hábitat natural probablemente no vivirían más de tres o cuatro años”.

La especie que se exhibe en el museo —una de las 17 variedades conocidas en México— es endémica de lagos y canales que actualmente están contaminados. Una población saludable de ajolotes probablemente tendría dificultades para alimentarse o reproducirse.

“Imagínense el fondo de un canal en zonas como Xochimilco, Tláhuac, Chalco, donde hay una enorme cantidad de microbios”, dijo Vergara.

En condiciones ideales, un ajolote podría curarse de una mordedura de serpiente o de una garza y ​​sobrevivir a la estación seca enterrado en el barro. Pero para que eso suceda se necesita un entorno acuático adecuado.

“Los esfuerzos por preservar al ajolote van de la mano con la preservación de las chinampas”, dijo Cruz en el museo, junto a una exhibición de muñecos con forma de salamandra. “Trabajamos en estrecha colaboración con la comunidad para convencerlos de que este es un espacio importante”.


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Las chinampas no sólo son el lugar donde el ajolote pone sus huevos, sino áreas donde las comunidades prehispánicas cultivaban maíz, chile, frijoles y calabacitas, y parte de la población actual de Xochimilco cultiva verduras a pesar de las amenazas ambientales.

“Muchas chinampas están secas y ya no producen alimentos”, dijo Cruz. “Y donde antes había chinampas, ahora se ven campos de fútbol”.

Para ella, como para Vergara, preservar el ajolote no es un fin, sino un medio para salvar el lugar donde nació el anfibio.

“Este gran sistema (chinampas) es todo lo que queda de la ciudad lacustre de México-Tenochtitlan, por eso siempre les digo a quienes nos visitan que Xochimilco es una zona arqueológica viva”, dijo Cruz. “Si nosotros, como ciudadanos, no cuidamos lo que es nuestro, lo vamos a perder”.


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Edición: Fernando Sierra


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