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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

 Ricardo López Santillán

Investigador de la UNAM, adscrito al CEPHCIS.

Una sociedad informada es más participativa en todos los ámbitos de la vida cívica, al menos cuando se involucra en defender sus intereses. Afortunadamente ya no se puede mandar o decidir de forma vertical y por eso ahora es más difícil gobernar. Esto vale en diferentes escalas, a nivel país, región, estado, ciudad o incluso calle o colonia. De manera general se puede afirmar que la gente en Mérida es muy celosa de su cuadro de vida, el cual está marcado por vivir en una ciudad bella, bien equipada, segura, en fin, con elevada calidad de vida. Por eso se involucra y defiende lo que considera que es lo mejor.  En esa lógica Paseo de Montejo es un escenario paradigmático de lo que se quiere para la ciudad, pero es evidente que, por lo de lo diverso de la sociedad, los consensos no son fáciles de lograr. Las disputas ideológicas, técnicas o incluso partidistas de lo que debe ser la ciudad (en abstracto), tienen su corolario (concreto) a nivel territorio.

En lo que respecta a la estatua del “adelantado” y del “mozo”, el asunto de su permanencia en el remate de Paseo de Montejo no está resuelto. La polémica revivió hace unos días, justo el 8M. Fue el monumento más dañado por las pintas, resultado de la manifestación. Algunas colectivas y activistas, en distintos medios, justificaron los actos aludiendo, con toda razón, a que los Montejo son símbolo de la represión y representación de una sociedad patriarcal y racista.

Sigamos en retrospectiva: diez años después de su inauguración, tan solo el año pasado, pese a la pandemia, se reactivó en este mismo escenario una confrontación ideológica y cultural que permanecía latente. Por extraño que parezca, circunstancias ajenas a la ciudad y al país encendieron de nuevo los ánimos. En mayo, el asesinato de George Floyd, un ciudadano norteamericano afrodescendiente, a manos de un policía de Minneapolis avivó en los Estados Unidos las manifestaciones en contra del racismo y la violencia policial que se ensaña con las minorías étnicas en aquel país. Derivado de esta situación, en muchas ciudades del mundo se derribaron estatuas de tratantes de esclavos y de políticos racistas (a veces encarnados en la misma persona). En Latinoamérica también hubo eco de aquellos estruendos y en algunos sitios se derrumbaron estatuas de conquistadores españoles o portugueses. En la CDMX varios colectivos convocaron para el 12 de octubre, el así llamado día de la raza, al derribo de la estatua de Cristóbal Colón de Paseo de la Reforma; dos días antes, el gobierno la retiró para restaurarla, según se dijo.

En Mérida, por esas fechas, varios colectivos que sumaban opiniones de académicos y/o de activistas, algunos de entre ellos mayas, aquí también convocaron al derribo de la estatua en el remate de Paseo de Montejo. No sucedió, pero apenas en octubre el año pasado el asunto estaba al rojo vivo en medios, pero principalmente en redes sociales. Ahora el debate gira mayormente en torno a las ciclovías, pero hace cuatro meses era, otra vez, la estatua de los Montejo. De hecho, de cuando en cuando el asunto de las estatuas vuelve a la discusión pública y por los mismos motivos que desde su erección. 

Al colocar un monumento que hace alusión a los conquistadores, celebrando que “nos dieron la fe y nos hicieron parte del mundo occidental latino”, se impone en el espacio público la visión de ciudad de un grupo que considera que la conquista no fue despojo y sometimiento, sino un logro civilizatorio. No sorprenda que la ciudad también tenga un ignominioso monumento a la hacienda, en remembranza a una forma de producción semi esclavista. De inicio fue bastante paradójico (¿revelador?) que el monumento se levantara el año de celebración del Bicentenario de la Independencia. Parecía un contrasentido festejar 200 años del fin de la Nueva España y del inicio de México con una estatua a los conquistadores. Desde siempre a esta estatua se le relacionó con el racismo propio de ciertos sectores de población meridana y nunca logró un auténtico consenso a favor. Tan fuerte era la polémica en su momento que Renán Barrera, actual presidente municipal, prometió, para su primer periodo en la Alcaldía, hacer una consulta para eventualmente removerla. Nunca se llevó a cabo ese ejercicio de opinión. Si repite en el cargo, seguirá con este lastre. La estatua permanece ahí. También los grupos que se sienten agraviados por su presencia.  

 

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Este trabajo especial de Ricardo López Santillán es el segundo de cinco entregas, lea las otras notas aquí: 

Primera: La disputa por Paseo de Montejo

Tercera: El paso deprimido

Cuarta: El carnaval de Mérida

Quinta: Las ciclovías

 

Edición: Estefanía Cardeña


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