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Nuestros compromisos con la trova (4)

Falta de lectura y los vicios de la industria discográfica explican parte de la crisis en el género
Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

En 1914, Ricardo Palmerín compuso su primera canción, siguiendo la traducción de Manuel M. Flores de un poema de Byron titulado “Stanzas to Jessie”, que había sido escrito hacia 1807 y traducido por primera ocasión a nuestra lengua por José de Urcullu, matemático y gramático de origen vascuence, en 1847. La versión de Manuel M. Flores es de 1874 y constituye, más que una traducción, una apropiación (en el sentido antropológico del término) tanto del poema de Byron como de la versión de Urcullu, pues en lugar de las ocho estrofas originales, Flores compone un texto de doce cuartetas, mismo que fue publicado en una sección llamada “Traducciones, imitaciones y composiciones varias”, de su libro titulado “Pasionarias”. 

El poema de Byron fue publicado en su versión inglesa con una nota en la que se advertía que el trabajo había sido dedicado a una misteriosa dama de refinada educación, lo que, sin embargo, era sólo una especie de ardid publicitario que ocultaba que el verdadero destinatario del poema era un joven londinense con quien Byron mantenía un amorío homosexual.

Dos datos más: Eligio Ancona usa una cuarteta de la versión de Urcullu como epígrafe de un capítulo de “La cruz y la espada” —novela fechada en 1864— y Gardel puso música a ritmo de tango a la versión de Flores en 1930. 

Debajo de los antecedentes mudos, sin embargo, están las realidades concretas que nos dicen muchas cosas si las interrogamos adecuadamente, y así vamos delineando un factor decisivo en la conformación de un fenómeno cultural como lo ha sido la Trova Yucateca, a partir de las energías sociales que dieron pie a su desarrollo, mismas que están íntimamente relacionadas con la cultura de masas, lo que implica (para bien y para mal) la producción de bienes de consumo cultural con un criterio mercantil.

El siglo XIX en ese sentido marcó un parteaguas importante gracias al desarrollo de la industria editorial, una de las actividades económicas de mayor envergadura por su alcance masivo y global. El siglo XIX fue un siglo de lectores y la lectura adquirió un carácter compulsivo a grado tal que incluso se ha documentado la historia de un lechero italiano que amaestró a su jumento para seguir la ruta de repartición mientras él leía alguna novela de folletín, actividad que sólo interrumpía cuando despachaba su producto.

Así, cuando nos asomamos a la historia de la Trova, advertimos que desde los tiempos de Chan Cil y hasta los de Pastor Cervera, Juan Acereto o Jorge Buenfil (que frecuentaba en México los talleres literarios de Rafael Ramírez Heredia y Óscar Oliva), la práctica consuetudinaria de la lectura constituía un factor decisivo en la edificación de una tradición como la Trova Yucateca. El propio Jorge Buenfil cuenta que Pastor Cervera era fervoroso lector de la poesía de François Villon y ello puede documentarse en algunas de sus composiciones, donde pueden verse influjos del poeta francés que hizo de la irreverencia una manera de navegar por el mundo.

Otro aspecto de gran relevancia para comprender el devenir de la música yucateca tiene que ver con su vínculo ambivalente tanto con la industria discográfica como con la radiofónica, a las que se liga a finales de los años veinte cuando Guty Cárdenas viaja a los Estados Unidos para grabar sus primeros discos. La circunstancia decisiva que supuso el ingreso de nuestra Trova a la dinámica de la cultura de masas fue, al mismo tiempo, el factor de su auge y el de su decadencia.

A partir de lo anterior podemos proponer la hipótesis de que la Trova Yucateca ha entrado en crisis, entre otras razones, por dos factores decisivos: el abandono del hábito de la lectura entre los compositores (lo que ha generado un déficit en la cultura literaria de los letristas) y un vínculo vicioso con la industria discográfica y con los modelos de la canción de consumo que a mediados de los años sesenta del siglo pasado impulsaron la balada con versiones en español de piezas norteamericanas y con composiciones de autores mexicanos y argentinos, fundamentalmente, encontrando su segmento de consumo entre los jóvenes de la época. (La balada funcionó como una especie de antídoto contra el espíritu rebelde inherente al rock).

En ese contexto, la Trova Yucateca fue perdiendo terreno y terminó casi atomizada en el ámbito local, aunque ello no impidió el surgimiento de algunos compositores notables como los ya mencionados Pastor Cervera y Juan Acereto, junto a otros de gran relevancia como “Coqui” Navarro (quien nos obsequió con una canción espléndida como “Despierta, paloma”), Luis Demetrio y, en épocas recientes, Jorge Buenfil, así como algunos más de gran reconocimiento pero menos ligados a la tradición de la trova como Armando Manzanero, Sergio Esquivel o Ramiro José Esperanza.

Junto con el abandono del hábito de la lectura y el empeño persistente de componer para el mercado, nuestros compositores fueron perdiendo terreno, lo que se agudizó por los efectos nocivos que el conservadurismo produce en una sociedad, así como por el corporativismo con el que las instituciones suelen instrumentar sus políticas culturales, generando así una lamentable incapacidad de los autores para dialogar con su tiempo y sus circunstancias. (Talento nunca ha faltado en Yucatán, pero sí sensibilidad para sintonizar con el devenir: todavía se adjetiva como ”glorioso” el tiempo de las haciendas henequeneras, donde se vivió una efectiva esclavitud anclada en los privilegios de unos cuantos, y esa distorsión histórica la hemos pagado muy cara en materia cultural).

La Trova se fue anquilosando, algo que Manzanero denunciaba a finales de los años setenta en una entrevista donde afirmó que la canción yucateca se había quedado hablando de mariposas y florecitas, como si el tiempo no transcurriera ni las circunstancias humanas cambiasen. El conservadurismo nos había introducido en su dinámica perversa, haciéndonos creer que éramos una ínsula donde nada pasaba, ni siquiera el tiempo (con el que nunca aprendimos a dialogar). Nos asumimos autosuficientes y creímos que nuestras tradiciones deberían conservarse a rajatabla como reliquias de museo, sin darnos cuenta que estamos inmersos en la Historia y que el mundo caminaba hacia la globalización.

Como quiera, si hacemos los diagnósticos correctos, veremos que, a pesar de los lastres del conservadurismo, el regionalismo y la xenofobia que padecemos, la Trova Yucateca tiene la nobleza y la fuerza más que suficiente para ponerse a tono con su tiempo y su circunstancia, y de ello hablaremos en la próxima entrega.

Edición: Fernando Sierra


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