Opinión
La Jornada Maya
05/03/2025 | Mérida, Yucatán
Los aranceles que Donald Trump, presidente de Estados Unidos, anunció para que entraran en vigor el 4 de marzo, quedaron parcialmente sin efecto pocas horas después, luego que el mismo otorgara un mes de exención a las importaciones de México y Canadá para los fabricantes de automóviles de marca estadunidense. La prontitud para tomar esa decisión, el plazo y los motivos para ello, tienen varias lecturas en los tres países involucrados, que son, además del que gobierna Trump, México y Canadá.
A una fracción del electorado estadunidense podría parecerle que su presidente se encuentra en una dinámica de juego y por lo tanto no puede tomarse en serio ningún anuncio que haga. Sin embargo, echar para atrás la aplicación de aranceles al sector automotriz tiene varias razones de orden técnico; la mayor de ellas es que la interrelación económica a través de las cadenas de suministro construidas en los últimos 30 años han hecho que en la práctica sea sumamente difícil establecer el origen nacional de un automóvil, independientemente de su marca. En el Tratado México -Estados Unidos y Canadá (T-MEC) se establecen los porcentajes de la procedencia de los componentes de cada vehículo, y como mínimo, los de marca estadunidense llevan alrededor del 70 por ciento; de ahí la dificultad de aplicar una tarifa aduanera, porque debe hacerse sobre la parte proporcional de piezas, y el número de veces que cada una de éstas atraviesa la frontera, que en algunos casos llega a ser hasta en ocho ocasiones.
Detrás del retiro momentáneo de Trump se encuentran tres de los más grandes fabricantes automotrices de Estados Unidos: Ford, General Motors y Stellantis, quienes conversaron horas antes con el magnate. El punto es que incluso aplicando aranceles sobre las partes proporcionales de componentes, resulta un cálculo sumamente complejo para el personal de aduanas, porque tendría que hacerse conforme a una tabla por fabricante y modelo, y terminaría obteniéndose mucho menos dinero que si se tratara de la importación de alguna otra manufactura de origen plenamente canadiense o mexicano. Aparte de que esa tarifa se trasladaría al consumidor final.
Trump insiste en que los fabricantes de automóviles regresen la producción de Canadá y México a los Estados Unidos, aunque omite cualquier mención a los motivos que los llevaron a salir de ese país, que se reducen a tres palabras: costo de producción. Esto es, que salieron incentivados por mano de obra más barata, incentivos fiscales, menores costos de la seguridad social, entre otras facilidades.
El temor de los fabricantes es porque su reacción más lógica para evitar sobrecostos por los aranceles sería reducir la producción drásticamente, lo que terminaría por afectar a los tres países, pero más a Estados Unidos, donde se manufacturan alrededor de 41 mil 500 automóviles diariamente.
“Hay que esperar también”, ha dicho la mandataria en referencia a los movimientos de la moneda mexicana en los mercados de divisas, que han terminado por regresar al peso a los niveles habituales, pero que bien podría aplicarse a su actitud de anunciar medidas contra la imposición de aranceles hasta el domingo, teniendo incluso un margen de 72 horas posteriores a la conferencia telefónica que tenga con Donald Trump, que debe darse hoy, salvo algún imprevisto.
Mantener la serenidad y la cabeza fría puede ser el sello del gobierno de Claudia Sheinbaum, en un concierto de naciones en el cual los mandatos parecen actuar desde el hígado. Por lo pronto hay un mes más para plantear una estrategia con los armadores de vehículos establecidos en México y ofrecer como mínimo un plan de acompañamiento y encontrar los modos para que permanecer en el país les resulte más atractivo que trasladar su producción al norte del río Bravo.
Edición: Fernando Sierra