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Hablar de violencia sirve de muy poco si no consignamos de dónde viene y a quiénes beneficia
Foto: Fiscalía de Jalisco

“Lugar de los dioses antiguos”, Teuchitlán apareció en los mapas del mundo hace unos días como parte de un discurso que busca exacerbar los ánimos de algunos sectores de la población en contra del gobierno y la violencia que se vive en el país. Más hablar de violencia en abstracto sirve de muy poco si no consignamos de dónde viene y a quiénes beneficia.

Atrás quedaron, sin embargo, las narcomantas, los hombres ahorcados que se colgaban en los puentes viales durante el sexenio de Calderón, los pactos entre los medios oficiosos y el gobierno para censurar todo aquello que se relacionara con la violencia organizada; atrás quedó también la “Iniciativa Mérida”, que poco sirvió para el combate a la violencia y sólo nos llenó de sangre e hizo más ricos a los fabricantes de armas, propiciando también la criminalización de las luchas sociales.

Más de repente, en un predio de Teuchitlán, en Jalisco, aparecieron decenas de pares de zapatos y se habló de crematorios clandestinos y de campos de adiestramiento militar, pero el asunto parecía poco verosímil: ¿para qué conservar las evidencias (los zapatos de las víctimas) de un crimen masivo?; ¿un campo de entrenamiento militar en un sitio plano y perfectamente detectable?; ¿hornos de incineración cuyas humaredas podrían verse con facilidad desde una distancia lejana?; ¿un campo de fosas clandestinas en un área con accesos francos?

La oficiosa relación que muchos medios y voceros se apresuraron a establecer entre Teuchitlán y los campos de exterminio de los nazis, a partir de la imagen efectista de los zapatos encontrados allí (hecho que nos remite a los cientos de zapatos encontrados en Auschwitz, donde el holocausto tuvo su versión más cruel), se presta a conjeturas y suspicacias razonables.

Al confirmarse la inexistencia de los crematorios y ante las escasas evidencias de que allí hubiera existido un centro de adiestramiento militar, uno no puede sino llenarse de rabia al mirar las imágenes dramáticas de señoras excavando inútilmente la tierra con sus propias manos, sobre-victimadas ahora por un engaño abyecto.

No quiero entrar en cuestiones partidistas ni en la diatriba vulgar y maniquea de eso que llamamos “izquierda” y “derecha”; estoy tratando de ponerme más allá de esos lugares comunes desde donde nos crece la ceguera. Soy un poeta que quiere entender su mundo; soy un ciudadano que quiere estar a la altura de su tiempo y por eso estoy lleno de rabia, pues mi razón y mi sensibilidad me indican que hay alguien que me quiere ultrajar de manera insultante y vil.

Teuchitlán fue un sitio sagrado hace mil 500 años. Esos dioses antiguos deben estar llenos de enojo y pronto pondrán a todos en su sitio.
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Edición: Estefanía Cardeña


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