Rosario Ruiz
La Jornada Maya

Playa del Carmen, Quintana Roo
Viernes 26 de junio, 2020

Cobijadas bajo el nombre de María Uicab, sacerdotisa que defendió a los mayas en la Guerra de Castas, un grupo de mujeres sigue sus pasos en la defensa de su etnia, pero enfocadas en uno de los sectores más desprotegidos: las mujeres.

“Hay hermanas que vienen aquí en busca de apoyo. Recibimos todo tipo de solicitudes, desde asesoría jurídica, denuncias por maltrato, hasta enseñarles un oficio para que se incorporen a la economía”, destaca Maritza Yeh Chan, coordinadora nacional de mujeres indígenas y de la Casa de la Mujer Indígena (CAMI) en Quintana Roo, de reciente apertura.

Maritza y sus compañeras llevan años luchando porque el sistema reconozca y apoye a las mujeres mayas; con mucho esfuerzo lograron crear la casa de la mujer, ubicada en Felipe Carrillo Puerto, dependiente del Instituto Nacional de los Pueblos Indígenas (Inpi). Pero lo que parecía un logro se ha convertido en una gran decepción: como parte de la reducción de los presupuestos federales, les dijeron que el INPI ya no financiará las casas de la mujer, dejando sin recursos a las 35 que existen en el país y que en 2019 atendieron a 24 mil féminas.

“Nos hemos organizado para hacer actividades en pro de la defensa de los derechos de las mujeres, niñas y jóvenes indígenas, ofrecemos talleres, pláticas, actividades con niños y jóvenes sobre el medio ambiente sobre varias temáticas pero nos enfocamos más en la salud reproductiva, violencia de género, derechos humanos y salud integral, donde entra la parte de la medicina tradicional y la partería”, explica.

Como colectivo trabajan desde 2007 en diferentes comunidades de la zona maya, sin recursos de alguna institución u organización: “En 2019 entramos a concursar en el proyecto de las CAMI, es un sueño desde 2007 que hemos venido construyendo por etapas; nos aprueban el proyecto pero en mayo de este año se anunció la cancelación del presupuesto asignado a las CAMIs en 2020”.

Destaca que fue un proyecto que nació de la Coordinadora Nacional de Mujeres Indígenas y luego se pasó al Inpi.

Las casas son importantes por “la realidad que vivimos en temas de violencia de género, tierra, territorio y orden, entre otras temáticas. Trabajamos desde lo local por un cambio en la calidad de vida de las mujeres mayas”, señaló.

Han buscado acercamientos con la federación para negociar estos recortes y aún esperan respuesta. Hace unos días, la Asamblea Nacional Política de Mujeres Indígenas se pronunció para exigir la aprobación inmediata del punto de acuerdo inscrito por las diputadas federales Wendy Briceño Zuloaga, Rocío Villaráuz Martínez y Martha Dekker, a fin de reintegrar el presupuesto reducido al Inpi, específicamente el contemplado en el Presupuesto de Egresos de la Federación para el ejercicio Fiscal 2020, en el anexo 13, Erogaciones para la Igualdad entre Mujeres y Hombres, del rubro 47, Entidades no sectorizadas del Programa de derechos indígenas.

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Ilustración: Sergiopv @elmarcianoviejo

[b]Falta sororidad[/b]

La mujer maya enfrenta un sinnúmero de problemas, destaca Maritza Yeh, pero algo que lastima es la falta de solidaridad entre las mismas mujeres. “Aún se piensa el ¿por qué ella sí y yo no? ¿Por qué si a mi me pega mi marido y me callo ella va a quejarse?, pues es normal que a todas nos peguen”.

Incluso, menciona, en los poblados se han dado casos de incesto o abuso sexual perpetrados por una figura de autoridad en los que las mismas vecinas piden a la afectada no denunciar. “Es parte de la mentalidad que hay que cambiar”.

Una de las principales barreras para una mujer indígena, señala, es cuando sufre un abuso y desea denunciar, pues es muy poco el personal bilingüe que asesore, por lo cual este colectivo da el acompañamiento necesario.

“Muchas prefieren ir con nosotros porque ahí se brinda la interpretación, muchas no hablan español y las acompañamos a poner su denuncia, al hospital, etcétera”, dice.

Las mujeres indígenas que atienden no solo son mayahablantes; han tenido casos de mujeres migrantes de otros puntos del país o de Centroamérica que también han solicitado su apoyo.

“Sobre todo en este tiempo de la pandemia estamos viendo que hay una gran situación de violencia, en las comunidades ahora está muy presente la violencia económica, intrafamiliar, sicológica entre jóvenes, niños y mujeres”.

El desempleo, aunado al consumo de alcohol, está convirtiendo la vida de muchas mujeres en una pesadilla. “El esposo es mayormente el que lleva el sustento al hogar y ahorita vemos que la mayoría de las familias que viven del turismo, al hacer este recorte de recursos o de trabajo en los hoteles del centro turístico, hay más discusiones en el hogar, y muchas de esas discusiones terminan en agresiones físicas”.

Una de las situaciones por las cuales la mujer no hace la denuncia es por miedo a que la deje el marido y no tenga el respaldo económico para criar a sus hijos; además, sigue existiendo el estigma hacia la mujer “dejada”.

“La parte de empoderamiento económico es un tema que hay que trabajar, capacitarlas, que sepan cómo vender sus productos porque hay muchas que producen pero no tiene donde vender”, destaca.

En Carrillo Puerto, la mayoría de las comunidades están alejadas de la cabecera municipal, por lo que a los costos hay que sumarle lo que se gasta en traslados y a veces alimento. Mientras duró la contingencia sanitaria no había paso a la cabecera municipal, lo que generó que los productores no pudieran comercializar desde manualidades hasta frutas y verduras.

[b]Aborto, tema tabú[/b]

El aborto es otro tema del que no se habla pero existe: “En las comunidades no se habla del aborto porque se hace de manera muy sutil, a veces la familia ni siquiera se entera que la mujer estaba embarazada; es común el uso de plantas abortivas y algunas parteras siguen haciendo esas prácticas”. Todo en un silencio absoluto.

Cuando hablan de matrimonios arreglados o dotes creemos que eso sólo ocurre en otros países, pero no: “Los usos y costumbres siguen presentes para bien y para mal, porque en algunas comunidades sigue pidiéndose el famoso dote, esto es intercambiar a la mujer por productos. El matrimonio que tiene varias hijas piensa: ya no la voy a seguir manteniendo, que la mantengan su esposo y le buscan marido a las chicas siendo estas muy jóvenes, pero para que se case la joven el muchacho tiene que llevar ya sea dinero o mercancía”.

Hay casos en los que la mujer es ignorada de las decisiones que tienen que ver con ella misma: no tienen derecho de decidir si quieren seguir teniendo hijos o con quien se va a casar, manifiesta la activista.

Otro caso común, cuenta Yeh Chan, es el de las abuelas-mamá, donde las adolescentes se van a la zona norte en busca de trabajo y les dejan el nieto a las abuelitas y son éstas quienes terminan haciéndose responsables de la criatura, en muchas situaciones sin los recursos económicos para ello. “Las mujeres se siguen casando muy jóvenes, desde la primaria ya tienen novio y a los 15 años ya están embarazadas”.

[b]Voto, pero no voz[/b]

Otro punto importante es el del acceso a la posesión de la tierra. Las mujeres mayas trabajan la parcela de su familia, pero en muy pocos casos son dueñas del predio; es raro encontrar mujeres ejidatarias.

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Ilustración Sergiopv @elmarcianoviejo


“La mujer sigue sin derecho a la tierra, si hay acceso pero no como un derecho tuyo, te lo dan con condiciones; por ejemplo si se murió tu esposo puedes acceder a ser ejidataria pero las hijas de los ejidatarios no pueden serlo”. En la mayoría de los casos el tema de la herencia depende del varón: “si te toca un papá más moderno, que cree que su hija tiene derecho a tener un patrimonio, pues tienes suerte, pero en la mayoría de los casos el padre prefiere dejárselo al hijo varón porque él lo va a trabajar y se niega a dejarle la tierra a su hija porque es mujer y va a casarse o bien el marido va a hacerse cargo de ella o cómo va a dejarle su terreno al marido de la hija, por eso sigue prevaleciendo la herencia entre varones”.

“Mi papá es ejidatario y en ocasiones lo acompaño a las asambleas del ejido; tengo voto en las decisiones que se tomen, pero no tengo voz, a mí no me escuchan los señores”, narra Maritza. “No te toman en cuenta, alzas la mano para pedir la voz y te ignoran”.

Esta exclusión de la mujer es constante, explica la abogada Fátima Gamboa Estrella, miembro de la Red Nacional de Abogadas Indígenas. Para ella el desconocimiento de la ley es el verdadero problema: “Es una cuestión de costumbre. En México no hay ningún impedimento legal para que las mujeres heredemos, ni la etnia, ni el idioma, ni la educación, por el simple hecho de ser ciudadanas tenemos derechos”.

Pero las instituciones del Estado, opina, no han promovido el conocimiento de los derechos femeninos; hay roles establecidos y mucha violencia, quien tiene el poder económico en la familia es el hombre y las mujeres se dedican al cuidado de los hijos y a hacer actividades económicas que complementen o aporten a los gastos, pero esto es visto como una ayuda, no como un trabajo que debe ser valorado.

“En el derecho agrario a quien se les va a consultar es a los hombres, pues ellos son los principales propietarios de la tierra. A nivel nacional 75.1 por ciento de los ejidatarios son hombres, es decir sólo uno de cada cuatro ejidatarios es mujer y esta diferencia es producto de una práctica histórica machista, en donde la tierra desde el principio se veía como el espacio de trabajo de los hombres”, manifiesta.

Destaca que en la península de Yucatán los números son aún más graves: según el Registro Agrario Nacional aquí por cada 100 ejidatarios únicamente 16 son mujeres y por estado también hay variaciones de acrecentan la brecha. En Yucatán por cada mujer hay nueve hombres ejidatarios y en Quintana Roo son ocho hombres por cada dos mujeres.

“Hay prácticas que dañan los derechos de las mujeres, como el no incluirlas en el derecho a la herencia y a la posesión de la tierra ni dentro del sistema de cargos que existen en las comunidades, son prácticas que hemos denunciado como colectivos y que es necesario erradicar para reducir la brecha y hacer valer los derechos”.

Gamboa Estrella destaca que no hay justificación jurídica para negarle a la mujer sus derechos, al contrario, el artículo dos de la Constitución mexicana, la convencion de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) sobre los derechos de los pueblos indígenas y el convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) son muy claros que ninguna práctica comunitaria o ley de la comunidad o sistema normativo indígena puede violar o menoscabar los derechos de las mujeres indígenas, al contrario, se buscan acciones para reducir las brechas de desigualdad y violencia en las comunidades.

“El Estado es quien tiene que impulsar estos procesos, pero en cambio se le redujeron los recursos al INPI por mil 185 millones de pesos, con esta reducción se afectó el programa de derechos indígenas, en donde está incluidas las CAMIs, que ahora ya no contarán con presupuesto”, lamenta.

[b]Problema milenario[/b]

La discriminación de la mujer indígena, específicamente la maya, viene desde hace milenios y se basa en una sociedad de roles. Según estos roles, el espacio comunitario o público es del hombre y el doméstico o la casa, de la mujer.

Esto incluso ha sido objeto de investigación antropológica y autores como María Rodríguez-Shadow, especialista en arqueología de género, lo da a conocer en su libro [i]Mujeres mayas de antaño[/i], donde expone que el género femenino fue relegado por la sociedad militarista maya.

“Hasta el momento se conoce muy poco de la participación de las mujeres tributarias en la civilización maya, porque fue una sociedad androcentrista en la que se ensalzaba las virtudes de los hombres como sacerdotes, guerreros, jugadores de pelota y dioses, sólo en contadas ocasiones figuraba la labor desarrollada por sus compañeras”.

Los mayas, de acuerdo con Rodríguez-Shadow, prácticamente invisibilizaron a las mujeres, a pesar de que ellas fueron fundamentales para sus alianzas con los pueblos enemigos.

“En los códices y figurillas siempre aparecen los hombres en un sinnúmero de poses, pero las mujeres sólo se representan como madres y cuidadoras de niñas, cuando su función iba mucho más allá”.

La especialista explicó que en la esfera económica su libro hace referencia a las actividades de aculturación de los hijos y las labores de mantenimiento. “Ellas eran las encargadas de vestir y dar alimento a los hombres para que estuvieran listos para la guerra”.

En tanto, las mujeres de la nobleza participaban en las ceremonias de entronización y en las de cambio de fin de ciclo. También intervenían en los rituales de sangrado sacrificial en los que se horadaban la lengua y su sangre era colocada en papeles que después se ocuparían en otro ritual dedicado a la invocación de los ancestros.

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Edición: Elsa Torres


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