La plaza principal huele a pintura fresca. Don Martin Pot es el encargado de ponerle color al escudo que llevan las bancas.
“Las bancas siempre se retocan de blanco, pero desde hace cuatro años que no pintamos el escudo”.
Mientras pinta a mano, banca por banca, dos pupilos detrás de él no pierden detalle.
De frente a la iglesia de San Servacio, siempre dentro de la plaza principal, están tres parejas de mestizos, con charola de lata en la cabeza, bailan la jarana El torito para asombro de propios y turistas que gastan espacio de memoria en el celular y resguardan el momento.
Alrededor, el ecosistema de Valladolid ahora es compuesto por turistas con mochilas a las espaldas y zapatos cómodos que juegan a la suerte en los pasos peatonales; trabajadores del Tren Maya con cascos azules o naranjas y chalecos que buscan dónde almorzar barato y descansar del sol; los pobladores que viven del turismo y la generación de aún vecinos que habla de direcciones nombrando a “La Joyita”, “El naranjito”, “San Juan” y la refaccionaria de don Fonsi.
Esta Valladolid, la que se describe nombrando diminutivos, desconoce a su nueva versión que se nombra ubicando hoteles boutique, casas Airbnb y nuevos restaurantes.
En algún punto del progreso, los habitantes dejaron de seguirle los pasos a las inauguraciones y atracciones nuevas. Dejó de ser noticia el recién llegado, el hotel inaugurado.
Con ocupación hotelera del 90.70 por ciento, Valladolid superó a Mérida en Semana Santa, según la Asociación Mexicana de Hoteles de Yucatán (AMHY). Con ello, el líder hotelero de la región, Noé Rodríguez, advierte que hay que tener en cuenta la calidad y abasto de servicios ante el crecimiento de la ciudad y de su industria.
Además, la gastronomía local se nutre de restauranteros emprendedores y de esfuerzos como el libro que realizará el destacado chef Muñoz Zurita con el objetivo de reforzar a Valladolid como destino gastronómico.
La economía local también ha evolucionado, destinando a sus residentes a actividades turísticas o crear algo como Wabigelato, negocio de una pareja que vino a vivir a Valladolid y ahora abrirán una nueva casa de helados.
La cultura, tradición, vanguardia y crecimiento convergen en la perla del sureste, uno de los nuevos viejos destinos que redescubrimos para nuestros lectores con el objetivo de invitarlos a reconocerlo.
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Edición: Ana Ordaz
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