Quisiera que alguien me explicara eso de que estamos en plena recuperación económica. Yo tengo otros datos, o al menos el Plan Integral de Defensa de la Quincena ha tenido que sufrir varios ajustes, primero por la cuesta de enero, pero siguió la de febrero, y ahí viene la de marzo, la de abril… El caso es que la cartera necesita un tratamiento contra los calambres continuos porque ya está en riesgo de contraer el síndrome de espasticidad permanente adquirida.
Luego, con eso de que a las gallinas les gusta sentirse como si estuvieran en la playa para ovar, según dice míster Sheffield, el de Profeco, resulta que el huevo está por las nubes. Contras, ¡qué falta de visión de nuestras autoridades! En lugar de festival por la veda del mero pudieron haber promovido granjas avícolas.
Por más, uno pretende sobrevivir, pero lo que no entiendo es por qué el envase tetra pack que supuestamente trae alrededor de 30 claras cuesta 37 pesos mientras la reja de blanquillos se cotiza hasta en 120. Por supuesto, mi nutrióloga está feliz con ese descubrimiento y ya me está recetando desayunos de clara envasada con chaya y limonada con chía. Nada más se me ocurrió poner “clara” y “chía” en la lista de la despensa, y La Xtabay no se me ha despegado, no sé por qué.
En fin, que mi mente ha estado buscando alternativas para sobrevivir a la inflación. Por supuesto ya van varios descartes: por más que quisiera no voy a poder poner un gallinero en casa. Primero por falta de espacio, segundo porque no faltará vecino que se queje por el ruido que hagan las aves, tercero porque tampoco faltará algún animalista dispuesto a denunciarme por maltrato; ya no digamos la presencia de gatos por el vecindario, que si uno se dedica a espantarlos se consigue un pleito mayor con los promotores de la tenencia irresponsable de mascotas. Así, la producción para autoconsumo resulta imposible.
También recurrir a quienes venden directamente resulta contraproducente. Primero hay que ubicar a los que llegan a vender, y cuando se llega la cola parece reunión de priistas y panistas frente a las oficinas de Morena, preparados para recibir su candidatura; todo para encontrar que el precio es casi el mismo y no se compensa lo que uno ya gastó en tiempo y gasolina.
Pero así van las cosas, y como no hay señales de que esto cambie, estoy pensando seriamente renunciar a los tradicionales viernes de Cuaresma. En estos días, la combinación de huevo, masa y pepita resulta peligrosísima para la cartera. Imagínense en casa que El Kizín es capaz de devorar seis papadzules, y si los prepara donia Ixtab, mi suegrita, puede que hasta más.
Pero con el huevo por las nubes, y con la fuerte sospecha de que toda tortilla tiene presencia de transgénicos y/o glifosato, que porque quién sabe a quién se le ocurrió mezclar maíz amarillo forrajero de Estados Unidos con el blanco para hacer Maseca, simplemente voy a tener que renunciar a la dieta de vigilia. Y para viernes santo, nos tendremos que conformar con un lomo de salmón y pan de masa madre, o un queso de bola, frijol refrito y harto pan francés, regado con unas cuantas botellas de Barón Balché. ¡Maldita pobreza!
Edición: Ana Ordaz
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