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Las cinco mejores canciones de autores yucatecos: Colofón

¿Qué le dice la trova yucateca a los jóvenes? ¿Puede abrirse el género a una nueva generación?
Foto: Enrique Osorno

Pensar con orden es usualmente un acto de provocación. El pensamiento crítico no busca referir errores o inconsistencias en una circunstancia particular o en un planteamiento, sino desarrollar criterios de aproximación a lo real.

Somos herederos de una tradición maravillosa como lo fue la trova yucateca, pero en nuestro universo musical hay más que bambucos, boleros y claves, independientemente de que estas manifestaciones quizá no han encontrado entre nosotros (en términos generales) las fórmulas para mantenerse en el nivel de su tiempo.

El asunto está en saber si a nuestros jóvenes les dice algo una pieza como Ella o El rosal enfermo; el asunto está en reconocer hasta dónde, al ligar su destino a los circuitos de la canción de consumo, la trova yucateca —y en general la canción producida en nuestro estado— terminó en un relativo estancamiento. No me interesa pontificar al respecto, pero sí poner mi oficio de comunicólogo, de filósofo y de poeta al servicio de mis raíces. 

Soy un intruso en el territorio de la trova. Todo comenzó cuando Enrique Martín Briceño, que en ese momento se encontraba al frente del Centro de Investigaciones “Baqueiro Foster”, me propuso la realización de un taller para letristas, experiencia que me dejó grandes amigos, afectos y aprendizajes que transformaron mi vida. Sigo asumiéndome como un intruso: como alguien que va de paso, aprendiendo y enriqueciéndose, sin dejar de ser una especie de fantasma chocarrero que juega (muy en serio) con este asunto. Voy de paso, pero sé perfectamente hacia dónde voy.

Con respecto de los cinco artículos que en días pasados publiqué sobre las que considero las cinco mejores canciones de autores yucatecos, diré, en primer lugar, que no es verdad que “en gustos se rompen géneros” (adagio que me resulta ininteligible); hay que hacer un esfuerzo analítico (que siempre será una especie de caricatura de la experiencia estética) para averiguar por qué algo nos conmueve. Así, en el caso de lo aquí reseñado, hay un asunto que me resulta evidente: las piezas referidas tienen un denominador común pues no son solamente cañerías de drenaje emocional, sino tentativas de diálogo con un tiempo y una circunstancia específicos: los autores no sólo miran dentro de sí, sino miran también a su alrededor, a la otredad e incluso a todo aquello que los contradice y los amenaza y en ello hay un ejemplo maravilloso de trabajo cultural, es decir, de trabajo de cultivo de una sensibilidad, de una inteligencia y de un oficio que se ennoblece en el diálogo con el mundo.

No quiero pontificar. Sólo digo que mi apreciación es que la trova yucateca no está muy lejos de entrar en estado agónico porque poco o nada dice a nuestros jóvenes. Entender el asunto y aceptarlo permite reconocer las líneas generales de acción que nos abren la oportunidad de darle a la canción yucateca la energía necesaria que le posibilite no sólo pervivir sino también fortalecerse, y la primera estrategia para ello se centra en la acción colectiva y la apertura dialógica hacia el mundo (se debe dialogar, sin miedo, con el rock, el hip-hop, el rap y otras manifestaciones del hoy por hoy, y con otras vigentes como el jazz, el blues o el bossa nova).

En todo caso, mi contribución ha sido formar desde hace cuatro años a nuevos letristas y el asunto marcha y sólo hay que vencer cierta falta de perseverancia que impide a los compañeros entender que el oficio de escribir es extraordinariamente demandante y celoso, por lo que el enemigo es justamente esa cosa rara que la gente (pero sobre todo los trovadores) llama “inspiración”.

Necesitamos seguir haciendo esfuerzos inteligentes, audaces y honestos. Yo voy de paso. Pronto seguiré mi camino. Se alistan ya los que edificarán el futuro de la canción en Yucatán, y poco a poco se van deshaciendo de los lastres y errores de apreciación que nos condujeron al estancamiento; pronto veremos la derrota de la diletancia, vencida por el estudio sistemático, el cultivo del oficio y la disciplina, algo que no se ha hecho por circunstancias diversas, quizá ligadas, como es sabido, a la conveniencia de quienes se han venido beneficiando de ello durante décadas.

Una buena tradición tiene una historia con etapas identificables. Preservar una manifestación cultural en estado de pureza no es un error histórico sino un acto de maldad que no debiéramos permitir. Las tareas culturales del presente nos demandan la edificación del futuro, y con mis cinco artículos yo cooperé con un poco de cemento y algunos ladrillitos, aun cuando voy de paso (como buen fantasma chocarrero).

La trova del tiempo está por empezar a cantar y muchos la escucharemos contentos (sobre todo los jóvenes); todos entonces nos sentiremos vivos y parte activa de nuestro mundo y de nuestra circunstancia.



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