René Ramírez Benítez
La Jornada Maya
Miércoles 5 de junio, 2019
“En pueblo dividido por las opiniones (políticas), hay un momento donde llega a romperse el equilibrio entre los partidos y uno de ellos adquiere preponderancia inusitada”. Lo anterior lo escribió Alexis de Tocqueville en 1835, donde analizó las etapas primitivas de la democracia en América, y ello viene como un referente obligado ante los recientes comicios.
Durante el fin semana se llevaron a cabo elecciones en Puebla, Baja California, Aguascalientes, Tamaulipas, Quintana Roo y Durango, para renovar Congresos locales, ayuntamientos y dos gubernaturas. Si bien analizar el panorama nacional es relevante, quiero centrarme en Quintana Roo al ser una zona con una naturaleza muy particular.
Un dato revelador, de acuerdo con el PREP, es que sólo hubo una participación del 20-22 por ciento; lo anterior, en términos comparativos, nos deja ver que son las elecciones donde menos ha habido concurrencia en la historia de la entidad. Un factor importante es el hecho que fueron elecciones a diputados locales, y ello no levantó el ánimo social por ir a votar; sin embargo, la realidad es que la sociedad quintanarroense se encuentra apática y ajena a la vidas política y pública.
Una sociedad harta, cansada, que como nos muestra la Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental 2017 (ENCIG), el 51 ciento de la población no cree en los partidos políticos; el 93 por ciento percibe la corrupción como un problema frecuente; el 73 por ciento se refiere a la inseguridad y delincuencia como el problema más importante y el 69.9 por ciento no confía en las instituciones.
Las elecciones fueron llevadas a cabo en este panorama de desconfianza generalizada, inseguridad y falta de representación. De los 15 distritos electorales, en 11 (posiblemente 12) ganó Morena, y los demás se dividen entre el PRI, PAN y Confianza por Quintana Roo. Ganó el voto de castigo y ahora Quintana Roo tiene un Congreso con una apabullante mayoría del partido de oposición local; con dicho escenario, el Ejecutivo tendrá una complicada tarea cuando pretenda modificar leyes o la constitución, y la oposición tendrá una clara ventaja para generar negociaciones políticas e incluso imponer su agenda.
De igual manera, es claro que posterior a esta elección, Morena fortalecerá sus estructuras distritales, municipales y estatal, con el ánimo de obtener la gubernatura y las alcaldías faltantes. Los grandes perdedores son el PRI y el PRD, al perder casi todas las posiciones obtenidas en las administraciones anterior. Lo que la nueva mayoría y preponderante fuerza política debe entender de ahora en adelante, es que la legitimidad se construye en la calle con el ciudadano de a pie y no con las cúpulas. La ciudadanía en Quintana Roo busca una alternativa ante una clase política que no los representa, y un contrapeso ante la situación compleja que viven día a día.
Con Roberto Borge, el estado vivió un régimen llamado “feudo político”, en donde el gobernador actuó como dueño y señor de la entidad, donde “se concentró el poder político y económico en manos de unos cuantos, y lucharon por conservar y preservar el monopolio” (Tuckman Jo, 2013).
Sin embargo, la “alternancia” supuso un rompimiento con dicha dinámica, pero la situación sigue siendo compleja y la sociedad está insatisfecha. Maquiavelo planteó que “no hay nada más difícil que consolidar un sistema recién echado a andar”, y la democracia quintanarroense con esta elección, vive uno de sus momentos clave para saber si es un momento de quiebre con el pasado o una simulación más.
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