Foto: Rafaela Can Aké

Cuando Rafaela tenía 24 años soñó que recibía a un bebé recién nacido, vio sus manos manchadas de sangre y conoció por primera vez la experiencia de ayudar a una mujer a dar a luz. 

La situación pudo pasar desapercibida, sin embargo, el sueño se repitió las siguientes noches. Fue un sueño recurrente durante ocho meses. 

“Yo ya estaba traumada con eso porque diario veía mis manos manchadas de sangre y me costó entender que no era malo sino bueno”, comentó Rafaela Can Aké. 

Hace 42 años la mujer asumió estos sueños como un don divino luego de contarle su situación a una abuelita que pasó por su casa para pedir limosna, quien le dijo que no tenga miedo porque se trataba de un regalo de papá dios. 

Una vez que aceptó que ser partera era su destino, decidió comenzar la capacitación para aprender a atender a mujeres embarazadas, pero se enfrentó al mayor reto de su vida porque no sabía leer, escribir y en ese entonces hablaba únicamente maya y no entendía el español. 

En el marco de la conmemoración del Día Internacional de la Mujer Indígena, instaurado el 5 de septiembre, Rafaela es un ejemplo del valor que tienen las portadoras de la herencia cultural y ancestral de las comunidades, tal como lo es la partería. 

Su esposo, Julio, fue el encargado de leerle los libros que necesitaba, de inscribirla a los cursos de la Secretaría de Salud y de acompañarla en su aprendizaje. 

“Él me leía y me enseñó a leer y escribir para que yo pudiera aprender la partería. También me ayudó con el español y me dijo que si esto era un don que yo había recibido, juntos le íbamos a ayudar a las mujeres a tener a sus bebés”, comenta doña Rafaela. 

A 42 años de practicar la partería desde la comisaría de Chumbec, en el municipio de Sudzal, Rafaela ha recibido 681 bebés de manera tradicional. 

“Es un parto humanizado, se respeta lo que quiere y necesita la mujer. Tener un bebé en casa significa que la mujer se va a acomodar como ella se sienta mejor, en la hamaca, en el piso, en la silla o en el patio, y no va a tener ningún tipo de presión. Además, el bebé estará con ella desde el primer momento y sentirá el calor de la mamá, todo el amor que se tienen que dar ambos”, comenta la partera. 

Aunque Rafaela asegura que ella aprendió sola la partería, destaca que sus abuelas la practicaban, al igual que la abuela de su esposo y dice todo su conocimiento es un compilado de lo que ella y su esposo estudiaron juntos y la sabiduría heredada. 

“Estoy agradecida con Dios porque me dio este don que sé que es sabiduría de mis abuelitas”, expresa. 

Ahora la mujer se dedica a transmitir este conocimiento a otras generaciones dentro y fuera de su familia. En casa, su nuera, su hija y su nieta ya practican la partería que doña Rafaela les enseñó y que se ha encargado de llevar incluso a otros estados de la República Mexicana para que más mujeres se sumen a esta práctica. 

El caso de su nieta es similar al suyo, pues también soñó que recibía bebés y acudió a su abuela para aprender a hacerlo.

A Rafaela le apena que este conocimiento ya no se herede y que pocas mujeres se interesen por transmitir y aprender esta técnica ancestral. 

“Muchas de mis compañeras ya están grandes y no lo están enseñando. Si se mueren se acabó todo”, lamenta. 

Además de ser partera, Rafaela también conoce de medicina tradicional y crea sus propios productos para ayudar a las mujeres. Su sabiduría abarca desde tratamientos y masajes para la infertilidad, el acompañamiento del embarazo -que incluye sobadas para acomodar al bebé-, el parto, baño postparto y masaje maya para el acomodo del útero. 

Los tés personalizados que prepara con plantas medicinales pueden ayudar a las embarazadas a tener una mejor dilatación y a desechar sin complicaciones toda la placenta. También contribuyen a que la leche con la que van a amamantar esté más espesa y que las mujeres se sientan mejor después de dar a luz. 

A lado de su esposo Julio, disfrutó durante más de cuatro décadas formar un equipo para recibir a los bebés, pero su compañero de vida falleció hace 10 meses y su destino estuvo en duda, pero tras superar el duelo, a sus 66 años confirmó que la partería es su vida. 

“Yo le hice la promesa a dios que me dedicaré a esto hasta que él me lo permita. Yo sé que no estoy sola, que mis abuelas y mi esposo me siguen acompañando y este milagro es mi vida”, destaca la partera.

 

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Edición: Estefanía Cardeña


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