En el marco del Día Mundial para la Prevención del Suicidio, la sicóloga Marilú Ancona Rosas habla sobre las personas sobrevivientes de un suicidio, quienes suelen sentir mucha culpa tras la pérdida de su ser querido, visibilizando lo esenciales que son los grupos de apoyo y profesionales de la salud mental para avanzar.
Un suicidio deja sobrevivientes ante la pérdida, por eso pueden ser todas las personas que eran cercanas al fallecido, señala.
Apunta que la Organización Mundial de la Salud (OMS), calcula entre seis y 14 personas afectadas tras un suicidio. “De ahí la importancia de este grupo de sobrevivientes, de gente que queda después de una muerte por suicidio”.
Las personas que sufren este tipo de pérdida muestran detonantes de dolor que no presentan otras aflicciones, explica, sienten responsabilidad por la muerte, al mismo tiempo sienten rechazo o abandono y le da vueltas continuamente en la mente al “¿por qué se suicidó?”.
Y, para quienes encuentran el cuerpo, pueden incluso tener pensamientos intrusivos con la imagen, detalla; pueden presentar síntomas físicos de ansiedad como insomnio, taquicardia, entre otros.
“Lo más importante es hablar sobre sus sentimientos y temores”. Un duelo por suicidio, abundó, se prolonga más de lo habitual. Según señala el DSM-5 (manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales), dura dos años normalmente; en estos casos necesitan expresarse en donde no se les juzgue.
“El duelo no es una enfermedad, no es una patología, es una reacción normal y natural ante una pérdida muy importante y el duelo por suicidio potencializa el dolor porque es repentina, inesperada y autoinfligida […] Siempre va a existir un antes y un después”.
Abunda que en algunos casos las familias ocultan la causa de la muerte y, en otros, donde sí dicen abiertamente el motivo del fallecimiento, sienten que se les culpa; incluso tiempo después, cuando comienzan a superar el suceso, se vuelven a sentir culpables por disfrutar sin la persona que se suicidó.
Recalca también que las personas suelen informarse luego de que ocurre un suicidio y comienzan a mirar en retrospectiva encontrando que la persona había dado señales, pero “no puedes juzgarte de lo que no sabías”.
“La culpa es la única emoción negativa, no porque sea mala, sino por el malestar emocional, que parece ser universal para todos los sobrevivientes del suicidio y creo que es el mayor obstáculo a vencer en el camino hacia la recuperación del duelo”.
Por ello, recomienda que si la persona ya pasó entre tres y cinco meses y continúa en negación o con acciones que afectan su calidad de vida (sin dormir o alimentarse, por ejemplo), es urgente recurrir a ayuda profesional (terapia de duelo por suicidio y entrar a grupos de ayuda).
El suicidio es multicausal, puntualiza, “no podemos minimizar lo que las personas están pasando”; uno de los factores más importantes es empatizar con el dolor de la otra persona, no minimizarlo.
“Que conozcan que ninguna emoción es mala los ayuda a liberarse”, pero refiere necesario adaptar su vida sin esa persona, para lo cual el primer año suele ser el más complicado, pues es cuando tienen que hacer todo por primera vez sin la persona querida, incluyendo su cumpleaños.
Para contribuir, necesitan crear nuevas formas de seguir celebrando la vida de la persona y no la forma en que se fue “celebrar su vida y no su muerte”.
En cuanto a las personas que intentaron el suicidio, pero no llegaron a cometerlo, advierte “una persona que ha intentado suicidarse es una persona que está sufriendo”, pide desde ese momento programar terapias y seguimiento, “no puede salir y fingir que no ha pasado nada”.
Además, también habla de crear un plan de seguridad, para prevenir otro intento, lo primero es identificar qué detona la idea suicida (especialista, familiar y persona que intentó); luego, crear una red de apoyo (familia, amigos, especialistas) y siempre infundirle esperanza, acompañamiento y ofrecer apoyo.
Si tú o una persona que conoces atraviesa una situación de depresión o se encuentra en crisis pueden llamar a la Línea de la Vida de la Secretaría de Salud federal al número 800 911 2000.
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Edición: Laura Espejo
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