La política como teatro

27 de marzo: Día Mundial del Teatro, el espejo roto

Arthur Miller, uno de los colosos literarios del siglo XX, ganador del Pulitzer, Premio Príncipe de Asturias y esposo de Marilyn Monroe, siempre dijo que la política y el teatro se parecen mucho: son actuaciones para un público impredecible, rara vez educado y pocas veces exigente. Desde que el ser humano se define como un ser social, su participación en los temas colectivos es una actuación constante. La permanencia de la televisión y la llegada de las redes sociales omnipresentes ha convertido todo en actuación. Cada uno de nosotros tiene su personaje y guión, lo mismo en Facebook e Instagram que en Tik Tok. Los políticos aún más; ellos le apuestan a hacerse tendencia, aunque sea por unas horas. 

El mismo Miller señalaba que un político exitoso era el equivalente a un actor con suerte que había encontrado su guión y papel en el momento correcto. Muchos grandes actores fracasan con guiones que no son para ellos y grandes producciones puede que nunca despeguen cuando no es su tiempo y el humor social está en otra parte. No sólo hay que ser buen político, hay que hacer la obra correcta y jugar el papel que realmente les queda bien. Al presidente de México le tomó tres intentos conseguir un hit para su actuación y más de uno seguramente predijo que la obra Morena no era el guión indicado y que el personaje no daba el ancho. El público tenía otras ideas y la producción fue un éxito arrollador. Incluso apunta a mantenerse otras temporadas más en cartelera. 

Curiosamente, mientras los teatros siguen cerrados, ya empezamos a ver algunos anuncios y adelantos, teasers, de las obras teatrales que vienen. En abril veremos levantarse el telón y los actores, perdón, los políticos, saldrán a presentarnos sus puestas en escena con ellos como principales protagonistas, con el guión que consideran más prudente y con lo mejor de su maquillaje y vestuario. Habrá que ver que funcionen. Habrá que ver quién se lleva las palmas. 

Si lo que Arthur Miller menciona no fuera ahora tan cierto, habría que sumar el hecho que vivimos un momento en que la política y la democracia se han alejado de las instituciones y los programas para centrase en el culto a la personalidad. La democracia de inicios del siglo XXI es la democracia de las mujeres y los hombres fuertes. Los ciudadanos quieren ver obras de teatro con un gran protagonista, llenos de voluntad, invencibles, héroes y heroínas capaces de echarse el mundo al hombro. Si la política siempre ha sido actuación, las actuales circunstancias hacen esa idea todavía más potente. 

Los actores tienen que escoger bien el papel que van a jugar y lo que desean transmitir. No podemos poner a un actor al que se le dan los papeles serios a hacerla de personaje cómico; la gente no lo va a creer y sin duda la obra de teatro va a fracasar. Del mismo modo, si bien muchos actores cómicos han transitado a pápeles dramáticos y la audiencia ha reconocido sus esfuerzos, lo cierto es que en general esas obras tampoco han despegado. Así como la comedia es tragedia más tiempo, la política muchas veces es comedia sin tiempo. 

Es irónico pensar que en la era en la que todo es actuación, desde el youtuber hasta el influencer, estamos obsesionados con ver políticos auténticos. La autenticidad es ahora la actuación mejor pagada. Autenticidad representada y en serie, ese es el oxímoron de nuestros tiempos. Y es que la política como teatro implica persuadir, lo que le exige al político no mentir, pero sí limar los filos de la realidad y estirar la verdad al límite para que no sea del todo inconveniente. El candidato y el gobernante tienen que mantener obras teatrales por meses y, si son exitosos, por años, cambiando muy poco de rol. Los mejores actores, los que realmente conmueven, son los que nos convencen que nos están mostrando su alma, y para muchos políticos esa proposición suena aterradora. Porque mostrar el alma implicaría mostrarse desnudos ante el público y habitar el espacio sin necesidad de una costosa escenografía o una fastuosa producción que desvié la mirada y el foco de atención. Al buen actor, para emocionar y convencer, le basta con un buen monólogo para atravesar la cuarta pared y conectar con el público. 

Tras bastidores se escuchan ya los murmullos, ensayos y ajetreo que antecede a los estrenos. Faltan pocas semanas para ver la puesta en escena de cada tres y seis años. Esperemos tenga mucho de teatro y, sobre todo, que tenga mucho de política. 

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Te invitamos a leer nuestro especial sobre el Día Mundial del Teatro:

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-La política como teatro

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Edición: Emilio Gómez