'Espartano I', medio siglo en el ring

Especial: Audaz máscara
Foto: Cortesía Espartano

“¡Te puse así porque no le tienes miedo a nadie, cabrón!” exclamó el entrenador a un Espartano recién bajado del cuadrilátero. Corría el año de 1968 y el gladiador acababa de debutar como exponente de la lucha libre profesional en la arena Club de Amigos, en Mérida. Ese día comenzó a forjar una historia que lo llevaría a las arenas más importantes de la disciplina a nivel nacional.

Al hablar de la lucha libre contemporánea en Yucatán hay un nombre que inevitablemente sale a relucir: el de Espartano I. Esta leyenda viva de la lucha pertenece a la tercera generación del deporte en el que estuvo activo de manera profesional desde 1968 hasta el 2013, ganando un sinnúmero de máscaras, cabelleras y campeonatos dentro y fuera del estado.

En los años 60, cuando Espartano era un chamaco, ya había lucha libre en la región. En entrevista con La Jornada Maya recordó que, en aquellos días, no le permitían el ingreso al gimnasio hasta que cumpliera la mayoría de edad. Su hermano ya era luchador, así que siempre tuvo la inquietud por ese deporte.

 

Cortesía Espartano I

 

Hubo una temporada -probablemente en 1964, recuerda- en la que dejó de haber lucha libre en Mérida. Cuando se reanudaron los encuentros acudió entusiasmado al gimnasio Atlas, ubicado en la calle 62 -donde hoy se erige el estacionamiento Colonial- para recibir adiestramiento y hacer realidad su sueño.

“Llegué a inscribirme, pero como estaba muy delgadito no me aceptaron. Me molestó la forma en la que el instructor me trató, pues ya había pagado mi inscripción. Me dijo que necesitaba comer piedras para engordar y cosas así”, refirió el ídolo al rememorar sus luchas fuera del ring, antes de consolidarse como figura en la entidad.

Con el coraje a flor de piel, contó, el joven se dirigió a la recepción para exigir su dinero de vuelta. Detrás de él salió el entrenador a tratar de persuadirlo de su decisión: “no te vayas, no te vayas”, le dijo al tiempo que se ofreció a platicar con él sobre sus aspiraciones en la lucha.

“La lucha libre es para hombres”, aseveró el experimentado entrenador, a lo que el joven Espartano (que todavía no se hacía llamar de ese modo) respondió que se consideraba plenamente apto para la práctica de ese deporte de contacto.

Se dio el caso de que lo convenció para quedarse en el gimnasio en donde inició, distante a sus intenciones, con clases de judo, la especialidad de su nuevo entrenador. “Sí me gustó”, asegura, pero sus ojos estaban puestos en el cuadrilátero de la lucha libre.

 

Cortesía Espartano I

 

“Me enseñó judo, competí y toda la cosa. Él se sentía orgulloso de mí, pero llegó un momento en el que le dije ‘¿sabes qué? Ya no puedo seguir’. Me gustaba, pero yo quería aprender la disciplina de la lucha libre”, reiteró el Espartano.

A la semana siguiente, rememoró, al llegar con todo el ánimo a sus clases, se encontró con que el gimnasio Atlas había cerrado sus puertas. Estuvo casi un año sin entrenar, hasta que uno de sus conocidos le informó de la apertura de un nuevo espacio: el gimnasio Bosco, en donde comenzó a escribirse su historia, en el año de 1968.

 

Traje y nombre 

Fue ese mismo año cuando el gladiador debutó en la extinta arena Club de Amigos -en la calle 58 por 71 del Centro Histórico de Mérida- que también fungía como salón de baile en aquel entonces. Antes de ese día, que tilda de glorioso, recuerda que tuvo que encargar su traje y escoger su nombre de batalla.

“Estaba muy emocionado, pero (antes de debutar) sufrí una lesión en la pierna que me tuvo un mes fuera de los entrenamientos. Quise ir, pero me regañaba el maestro, así que desistí. Cuando quedé bien, la lucha libre estaba por empezar”.

 

Cortesía Espartano I

 

Para eso, el joven luchador ya había elaborado una lista de posibles nombres para darse a conocer en el universo de la lucha. Demonio, diablo, fueron algunos de los que figuraban en la relación, pero ninguno fue del agrado de su entrenador. En sus narices, recuerda entre risas, rompió esa lista.

En ese momento sintió decepcionado, pero de todos modos encargó el traje para debutar en el deporte que le apasionaba desde niño. Fue el Murciélago Gutiérrez el encargado de confeccionar la primera prenda que el Espartano I luciría sobre un ring de lucha libre.

Finalmente llegó el esperado día de la inauguración de la arena Club de Amigos y su maestro se le acercó para compartirle el programa de la tarde. Él no esperaba participar -pues carecía de nombre de batalla-, sin embargo, sin saberlo aún, sí figuraba entre los gladiadores que pelearían esa tarde.

“Volteé a ver la cartelera y vi varios nombres, pero no sabía nada. ‘¿Estás seguro que no estás en el programa?’”, cuestionó su mentor antes de sorprenderlo con la noticia de su nuevo alias: Espartano I lucharía contra Willy Marrufo en la segunda exhibición, se leía en el papel que sostenía incrédulo entre sus dedos temblorosos.

Tras el día de su debut, el deportista se dio a la tarea de investigar lo que es un espartano, se lo dejaron “de tarea”. Luego se enteró que se trató de gladiadores de un pueblo cercano a Roma: “eran muy valientes y por eso te puse así cabrón”, sentenció su entrenador: “¡porque no le tienes miedo a nadie!”. 

 

Cuidar la identidad 

A Espartano I lo nombraron de ese modo porque no tenía miedo a ningún otro gladiador, independientemente de su tamaño. Su único temor, reconoce, siempre fue el de defraudar a su maestro. Nunca lo hizo, pues hasta su retiro en 2013 subió al ring a enfrentarse con una amplia gama de ídolos de la lucha libre mexicana.

A lo largo de casi 50 años de trayectoria, el Espartano ha atestiguado los diversos cambios que ha sufrido la lucha libre. El estilo ha variado, pero, sobre todo -lamentóla seriedad con la que algunos exponentes toman este arte.

“La lucha libre antes era cuidada, respetada, los luchadores eran muy celosos de su personalidad. Ahora se quitan la máscara por cualquier motivo. ¿Entonces para qué se la ponen si van a estar divulgando quiénes son?”, cuestionó en tono de reproche.

La importancia de cuidar la identidad de un luchador se debe a una añeja tradición. Si se enmascaran, aseveró, es por algo. Recordó que exponentes de la lucha libre de la talla de Blue Demon cuidaban tanto su personalidad que no se retiraban la máscara ni para ingerir alimentos.

 

Cortesía Espartano I

 

Durante una gira, el legendario gladiador neoleonés compartió cuarto con el Espartano, y cuenta que andaba con máscara incluso al interior de la habitación. Cuando llegó la hora de ir a comer, prefirió pedir los alimentos al cuarto para no despojarse de su careta.

“Yo vivo de esto, no tiene caso que vaya enmascarado si al final todo el mundo va a saber quién soy”, le dijo Blue Demon. Algo similar le dijo El Santo, con quien también tiene numerosas anécdotas en diversas partes de la república.

En una ocasión, por ejemplo, mientras Espartano trabajaba en Aeroméxico, El Profe -como solían llamar al Santo- se quedó sin boleto, y fue el Espartano quien se lo consiguió. Al buscar saludarlo, hizo caso omiso del gesto, fue cuando entendió la importancia de cuidar su identidad.

Mientras Espartano estuvo activo en las luchas, ni en su propia casa sabían de la existencia su alter ego. En las arenas y los gimnasios, asegura, siempre fue el primero el llegar y en último en retirarse en aras de preservar su anonimato.

 

Difícil panorama 

Con la nostalgia impregnada en la voz, el Espartano reconoce que ve difícil que haya un resurgimiento de la época de oro de la lucha libre yucateca. Lo anterior, fundamentalmente, porque opina que no existen empresas que valoren este deporte en la entidad. 

“Tendrían que apreciar la lucha y saber lo que están haciendo. Lamentablemente hoy no hay empresarios que la conozcan como en las épocas de Gonzalo Fayo Solís, quien organizó un sinnúmero de encuentros”, abundó.

 

Cortesía Espartano I

 

En el Circo Teatro Yucateco -extinto edificio que se ubicaba en el barrio de Santiago- el empresario ofrecía espectáculos de lucha libre, al igual que en el local conocido como Baratilleros. Al fallecer don Fayo, continuó, la lucha libre sufrió un declive en el estado del que difícilmente podrá recuperarse. 

En su caso particular, este veterano gladiador de los cuadriláteros se considera uno de los promotores que procuraron el renacimiento de la lucha libre en su momento. Recuerda que, ante la situación, convocó a su hermano que vivía en Ciudad de México (entonces Distrito Federal) y dieron un espectáculo en su propia casa en los años 70. 

La casa era grande y le permitía además de ofrecer shows de lucha libre, impartir lecciones luego de su retiro en 2013. Todo iba viento en popa hasta el año pasado, cuando lamentablemente falleció su esposa, hecho que le obligó a vender la vivienda para mudarse a una más pequeña en donde le resultó imposible continuar con el proyecto.

Pese a las luchas fuera del cuadrilátero y los malos ratos, hoy Espartano I mira hacia adelante. Su buena condición física, producto de años de ejercicio, le impide descartar el seguir con su escuela de lucha. Mientras tanto, ya prepara un cuarto especial en su nuevo hogar, en donde exhibirá los tesoros que le ha procurado la lucha libre a lo largo de tantos años.

 

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-Lucha libre: u mu’uk’a’an óol ba’atel le lu’uma’

Edicicón: Ana Ordaz


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