Especial: Guardianas ancestrales
Desde niña, Francisca admiraba la organización de los abuelos y adultos de la comunidad para garantizar que en casa siempre hubiera comida. Con la milpa maya, la cría de gallinas y cerdos, así como con la apicultura, las familias tenían asegurada una alimentación sustentable y de calidad, pero con la tecnología y el incremento de habitantes en Yucatán, poco a poco este sistema se ha ido extinguiendo.
Doña Francisca Moo Yah recuerda que cuando las milpas se abandonaron y los hombres tuvieron que buscar otro tipo de trabajos, las mujeres fueron las encargadas de que el dinero rindiera. La mujer recuerda el sufrimiento de su madre para darle de comer a ella y a todos sus hermanitos en su natal Yokdzonot, en el municipio de Yaxcabá.
Es ese recuerdo el que la llevó a prepararse en la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an, en Maní, no sólo para aprender nuevos los conocimientos ancestrales sino también poder compartirlos con otras comunidades.
“La mujer es la que sufre, la mujer siempre es la que ha trabajado, la que siempre ha visto por la casa y es la principal proveedora, quien estira o encoje todas las cosas. Cuando no hay dinero o comida, es quien tiene que arreglárselas”, comenta doña Francis, como la conocen en las comunidades del oriente de Yucatán.
Este 9 de agosto se conmemora el Día Internacional de los Pueblos Indígenas, que este año tiene como tema “El papel de las mujeres indígenas en la preservación y transmisión del conocimiento tradicional”, justamente una actividad que día a día realiza Francisca.
Y es que ella aprendió de todo: manejo de la milpa maya, medicina tradicional, cría de gallinas y puercos; apicultura y hasta ahumado de carne.
Además de ser defensora de los conocimientos tradicionales, también es fiel creyente y promotora de que el trabajo comunitario rinde frutos para todas las personas y que este tipo de prácticas ayudan a cuidar a la Madre Tierra.
“Ahora, con las milpas que se han perdido, se puede sembrar en los patios de la casa y yo acompaño a las familias para que aprovechen el espacio para sembrar hortalizas y otros alimentos. También hacemos composta para ayudar a la Madre Tierra, para darle su vitamina, su alimento para que lo que se siembre crezca, dé fruto y sea una comida sana”, explica doña Francis.
Así, las familias tienen en su hogar sus propios sembradíos de frijol, chile, calabaza, maíz y demás alimentos que crecen en el patio y que ellos mismos cosechan.
Con la ayuda del padre Atilano, director de la Escuela de Agricultura Ecológica U Yits Ka’an, también otorgan gallinas y cerdos a las familias de las comunidades indígenas.
Pero el trabajo no queda ahí, cada familia beneficiada tiene la responsabilidad de formar una cadena: cuando los cochinitos tienen crías hay que entregar una a otra familia y así sucesivamente.
La tarea de Francisca Moo también repercute en la salud de las comunidades en las que trabaja. Ella promueve el consumo de chaya, la cual asegura que es buena para las mujeres embarazadas; el polen de abeja melipona, para las personas con anemia, o el uso de plantas medicinales locales para hacer un jarabe contra la tos o una pomada para las hemorroides.
Además, es economía circular porque se presta para el intercambio, para el emprendimiento o para que entre vecinos puedan solventar las necesidades del prójimo.
“Yo les digo que soy una persona que llega a enseñarles algo para que trabajen, porque el conocimiento que se les da a la personas se mueren y se los llevan, mejor hay que pasarlo a las demás personas para salir adelante. Por ejemplo, también les enseño a hacer carne ahumada, para que no la compren y la vendan en sus comunidades y haya dinerito en el pueblo”, comenta.
Ella les explica a qué hora se bajan las plantas medicinales, cómo se usan, cuánto tiempo se pueden usar. En general, se encarga de dar todas las herramientas.
Todas estas aportaciones fueron reconocidas en 2019 en el congreso local con el reconocimiento Diputado Profesor Pánfilo Novelo Martín, por la preservación de la medicina tradicional y su lucha por la defensa de la tierra con su llamado para evitar el uso de agroquímicos.
“Con tantos químicos que se usan, cuando llueve se contamina el manto freático y pasa en todo el mundo y ahorita que todavía tenemos lluvia hay que cuidar a la Madre Tierra. Antes no se usaban fertilizantes, no se usaban esas cosas y ahora pienso que si no cuidamos la naturaleza no sé qué mundo le vamos a dejar a nuestros nietos”.
La mayor satisfacción, asegura Francisca, es poder ayudar a otras comunidades y que no se pierdan las costumbres que sus antepasados le enseñaron, porque la mayoría de sus conocimientos surgieron en casa y se reforzaron en la escuela.
“Es muy importante que las nuevas generaciones no pierdan estos conocimientos, sobre todo las generaciones que viven en el pueblo porque en la ciudad hay más alcance, hay más medios, pero vivir en el pueblo es un poquito más difícil.
“Por ejemplo, la importancia de tener parteras en cada comunidad, así si están pariendo y no tienen dinero le pueden dar un cochinito, si tengo diarrea y no tengo para medicina, me preparo un jarabe. Si yo sé algo se lo tengo que compartir a mis vecinos, para que ellos se ayuden”, dice.
A sus 65 años, Doña Francisca considera que todos sus conocimientos son una bendición de dios y le pide que le preste más vida para seguir ayudando a los pueblos indígenas.
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