Las labores para conservar un sitio arqueológico como Chichén Itzá, que tiene varios siglos de antigüedad, son titánicas, sobre todo de frente al calentamiento global que impide a los especialistas conocer las condiciones a las que probablemente estarán expuestas las infraestructuras.
“Esto se pone mucho más complicado porque es impredecible, no podemos saber cuáles son los cambios que vienen. Lo que sí sabemos es que el ambiente se está volviendo más seco y hablamos de cambios que pueden enfatizar problemas que generan pérdidas y degradación”, explica en entrevista Claudia García Solís, coordinadora del proyecto de conservación y restauración de la Zona Arqueológica de Chichén Itzá.
Y es que el complejo de ruinas tiene todas sus maravillas expuestas al exterior y algunas de ellas tienen capas pictóricas delicadas.
A pesar de que Chichén Itzá fue construida con materiales estables, estos no son inmunes al paso del tiempo. Por ello, los arqueólogos tienen un reto muy grande en su labor para conservar todos los elementos, como los colores de los murales y los relieves sobre la piedra caliza.
Pero no están solos, los especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) cuentan con el apoyo de un grupo interdisciplinario de diversas instituciones de la península de Yucatán para entender el comportamiento de los materiales y así garantizar su protección.
“Se trata de un monitoreo constante y por lo tanto de una intervención constante. Conforme vamos entendiendo cómo las condiciones agresivas del clima afectan a la diversidad de materiales podemos prepararnos para atender las necesidades”, explica la arqueóloga.
Esto quiere decir que para que los visitantes puedan seguir apreciando un lugar tan sagrado para los mayas hay detrás un despliegue de especialistas en diversas disciplinas, que van desde la arqueología hasta la microbiología para que cada elemento afronte la degradación.
Por ejemplo, ellos estudian los microorganismos que se insertan en la superficie de las piedras, los cuales pueden beneficiar y proteger el sitio, pero que igual representan una amenaza si se secan y se desprenden.
“Otro reto es la hidrólisis, que se da cuando el dióxido de carbono se combina con la humedad y hace que las piezas de piedra caliza se puedan disolver y aunque no lo vemos de una manera evidente sí hay una pérdida continúa. Hay deterioro a nivel material y estético”, comenta la especialista.
Los investigadores realizan un monitoreo constante para entender y controlar estos cambios y para prevenir sus afectaciones. Actualmente, la misión es poder predecir estos cambios para tener una acción de conservación oportuna y así garantizar que la imagen de Chichén Itzá permanezca.
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