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La lluvia y un bolero en Nueva Chichén

Historias para tomar el fresco
Foto: Katia Rejón

Anoche Julián escuchó música antigua durante tres horas. Hoy, un domingo lluvioso, sentado en la puerta de su casa, canta un bolero de Alfonso Esparza Oteo con su voz ronca de 93 años. “Nada, nada queda en el corazón. Las cenizas del olvido lo cubrió, y aunque el beso que te di, yo jamás te lo fingí, fue mentira, fue mentira nuestro amor”.

Julián Cauich Méndez nació en Cansahcab y vivió en Motul antes de mudarse a la capital. Su padrastro era encargado de fincas y haciendas, a los 12 años entendió que quería salir de su localidad para “correr fortuna”. No estudió y tuvo, como él les llama, horas amargas. Pero tocó fondo, se casó por segunda vez, se apuntó a un programa de AA y empezó de nuevo. 

“Llegué [a Mérida] con los brazos cruzados. Vendí dulces en la Plaza Grande, en ese entonces reinaban las cordelerías y los viernes que cobraban los cordeleros bajaban del monte a gastar dinero. En ese tiempo todo era barato”, cuenta. 

Trabajó desde los 17 años y fue de todo un poco: torero, cantante de orquesta, intendente y vendedor de polcanes. Compró el terreno de su casa en la colonia Nueva Chichén Itzá hace 40 años con ayuda de sus compañeras de trabajo en una guardería de gobierno. Después construyó una casa amplia, de seis recámaras y dos pisos, vendiendo 40 kilos de masa de polcanes diarios. 

“Una compañera me traspasó esto que era un terreno ejidal, con una pieza que tenía, techada con láminas de asbesto. Me cobró 30 mil pesos de aquel entonces. Donde trabajaba me daban alojamiento y piensa uno que aquello que uno tiene es eterno. Más luego vino otro gobernador y tuve que buscar casa”, explica.

 

Foto: Familia Cauich Méndez

 

Las compañeras de la guardería hicieron una colecta y consiguieron 12 mil pesos viejos con los cuales Julián y su familia se pudieron mudar y hacer un pozo en su nueva casa. Eran los años ochenta y él acababa de comprarse una moto que tiene la misma edad que su hija María Jesús Méndez. 

Ella dice que la dirección de su casa antes era otra, lote 34, pero cuando se urbanizó en la década de los noventa, también cambió la dirección. En ese tiempo, hubo una competencia entre los partidos del PAN y PRI que estaban en el gobierno municipal y estatal, respectivamente, por ver quién arreglaba más colonias. 

“Hicieron y deshicieron”, dice Julián.

La colonia Nueva Chichén es pequeña y en el mapa parece una flecha apuntando hacia el sur. Colinda con los barrios más populares de la zona suroriente: alrededor está la Fidel Velázquez, Pacabtún, Amalia Solorzano, Chichen Itzá y Vergel. Vivir en esta zona es como vivir en varias colonias: al cruzar la calle de su casa, es ya la Amalia, María estudió en Pacabtún y también tiene familia en la Fidel Velázquez.

 “Tú te despiertas aquí y desde que abres los ojos ves verde. Los patios son enormes y las casas tienen bastante extensión. Mi papá fue construyendo poco a poco la casa, como pudo. Cuando se jubiló siguió trabajando como vendedor ambulante”, dice María.

Ya no trabaja pero hace poco su árbol dio muchos nances y don Julián llevó sus excedentes a las tienditas de la colonia. Se lo compraron. Dice que siempre le gustó trabajar como vendedor ambulante y que quienes atacan a los vendedores ambulantes se olvidan de que el comercio en el estado empezó así. 

“Todas esas personas que tenían carritos y puestos en la esquina de las Tres Caras fueron prosperando, y ahora hasta son dueños del comercio en la ciudad. ¿Se da cuenta? Y ya no hay gente sencilla. Si ganas dos pesos más que otro, ya te crees un matasiete”, opina. 

 

Foto: Familia Cauich Méndez

 

Por la pandemia, María volvió a casa de sus papás después de casi diez años. Se dio cuenta de que esta calle era más cálida que el fraccionamiento nuevo donde vivía. La tienda de la esquina de su casa, La Gloria, sigue de pie y María recuerda que cuando era pequeña se medía la altura con la mesa para despachar. Los vecinos la vieron crecer y ahora que ha vuelto redescubre ciertas cosas: que su casa es grande comparada con las casas de interés social en el norponiente, que no toda la zona tiene aceras y que “la economía de la colonia se mueve entre vecinos”. 

En diciembre hizo las compras para la cena navideña en la avenida. Desde el listón para amarrar el pavo hasta la pavera la compró a sus vecinos. En la verdulería alguien le dijo que no tenía un producto pero que podía conseguirlo con la señora de la esquina.  

Y los animales. Ahora sus perros tienen más espacio para correr, parte del paisaje incluye caballos, gallinas, gatos, pájaros sobre los árboles frutales. En su casa tuvieron que quitar la albarrada para que los gatos no cruzaran el patio de los vecinos y se comieran a sus gallinas. “Yo crecí con albarradas y era un clásico que en la mañana mi mamá platicara con las vecinas. La platicada entre patios”.

Aclara que no todo es romántico. El Programa Nacional de Solidaridad de Salinas de Gortari tuvo una presencia importante en la colonia. Este proyecto tenía como objetivo atender comunidades de escasos recursos y proporcionar servicios básicos. Tenía 10 años cuando después de ver la película Volver al futuro subía los cerros de material de construcción con su prima mientras decían la última línea de la película: “Sí fui, pero volví”. 

Eso no ha cambiado tanto, en Internet lo primero que aparece al buscar la colonia son las fotos de políticos “escuchando a la gente” para prometerles cosas durante las elecciones. 

Recuerda que dormía mientras escuchaba a los sapos croar, y aunque piensa en eso con nostalgia es consciente de que muchas de esas cosas tienen que ver con un estado de abandono a la colonia. 

“Cuando pasó el huracán Isidoro, esta zona tardó mucho en volverse a levantar. En esa época estudiaba en el Tecnológico y desde el camión veía cómo se iba encendiendo la luz conforme llegaba al centro. Siempre me subía al camión con la esperanza de que al llegar a casa hubiera luz”, dice. 

 

Foto: Familia Cauich Méndez

 

Después de las últimas tormentas del 2020 sus papás se quedaron todo el fin de semana sin luz y agua. “Los servicios han mejorado un poco, aunque el camión de la basura puede pasar hasta las 11 de la noche y la casa se inunda con las lluvias. Es uno de los mayores temores de mi mamá. Estoy esperando a ver cómo nos va en junio y julio, nuestro plan B es subir a la segunda planta”, dice María. 

Julián y María tienen en común, al menos, un par de cosas. A los dos les encanta la lectura y hablan con ritmo para decir lo que piensan. 

“Yo pienso en voz alta”, dice Julián, para contar aquella vez que vio a cinco personas para reparar un poste de luz y se dijo que por eso la luz es tan cara: un trabajo que pueden hacer dos personas lo hacen entre cinco. “Es la vida, así la vivimos”, sentencia.

Le pregunto cómo se imagina la colonia en el futuro y guarda silencio. Toma aire detrás de su cubrebocas para volver a hablar del pasado como un mapa del mañana posible:

“Cuando se acabó el henequén me pregunté ‘¿de qué vamos a vivir?’. Pero seguimos viviendo, vienen las industrias, vienen otras maneras. Así es. Son cosas que tiene la vida”.  


Historias para tomar el fresco es una colaboración semanal de Katia Rejón para La Jornada Maya lea, las entregas anteriores aquí:

-Pedro Infante no murió solo

-Lo que invade El Roble

-Colonia Alemán, el último barrio de Mérida fue hecho por mujeres

-El tianguis de la esperanza

-Los fantasmas de la 42 sur

-Los piratas y la Cortés Sarmiento, la historia de una casamata

-Las conquistas de Francisco de Montejo (1ra y 2da etapa)

-Pacabtún: las alas del Pez Volador

-Itzimná, el eterno lugar de la calma

-Melitón Salazar, la colonia en la ciudad de los muertos

-Las iglesias y una colonia llamada Juan Pablo II

-Instrucciones para salir de Las Américas II

-La sutil rotura del espacio-tiempo en el Fraccionamiento del Parque

- Dos historias intergeneracionales en la colonia Altabrisa

-Recuento de 23 retratos a domicilio

-La colonia México Norte o el Líbano en Mérida

- La belleza contrastada de Vergel

-Los punks que cambiaron la colonia Mulsay

-Un fin de semana en la colonia Madero

-Los Pinos, un paisaje irregular
 

 

Edición: Estefanía Cardeña


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