La lista de metas (o ilusiones) de Rosa era la siguiente: Tener una casa propia, lograr una buena comunicación con sus hijos y una crianza respetuosa, estudiar, no rendirle cuentas a nadie y romper el ciclo de violencia que vivía su familia. La mayoría de estas cosas, incluyendo comprar una casa, las cumplió cuando tenía 19 años.
"Mi papá era el típico machista que no daba dinero pero tenías que darle de comer. Y mi mamá, si él le decía 'ponte de cabeza', se ponía de cabeza. Yo quería otra vida para mí que no fuera servir ni ser golpeada", explica desde el primer minuto de la entrevista.
Estamos en la puerta de su casa en San Antonio Xluch, cuando la compró Rosa trabajaba en un restaurante como mesera, jugaba mutualistas de 25 mil pesos viejos, y con una de esas compró la casa.
"Sacrificaba muchas cosas para pagar ese dinero", dice.
San Antonio Xluch es una colonia del sur de Mérida. Está al borde del periférico y cerca del Centro de Reinserción Social y el Aeropuerto de Mérida. Cuando se mudó hace 46 años, no había luz ni agua. Las calles eran de piedra y tierra. Para conseguir agua, Rosa caminaba tres cuadras hasta una casa con pozo.
Después de las 9 de la noche no había forma de salir o entrar a la colonia en transporte público, y los taxis no llegaban tan lejos porque les daba miedo. Ese lugar era el punto de encuentro de las pandillas de la Dolores Otero, Castilla Cámara, Meliton Salazar y Mercedes Barrera (el campo de batalla, dice Rosa). Las familias de Xluch eran nuevas, y soportaban la violencia y los robos de personas que no vivían ahí.
A media cuadra de la casa de Rosa había una chatarrería y en época de lluvia el dueño ponía los cascos de los coches sobre el lodazal y las calles inundadas, construía un puente de acero oxidado para que los vecinos pudieran transitar.
"Por muchos años fue así, sobre esas cositas íbamos caminando. Peregrinamos demasiado para que pusieran pavimento y además nos lo cobraron. No me cree la gente cuando les digo que los vecinos pagamos la calle, tengo hasta los recibos. De eso ya fueron 42 años porque yo tenía 19 años en esa época", dice Rosa.
"¿A los 19 años ya tenías una casa tuya?", le pregunto.
"Sí, una casa propia. Porque era mi meta. Yo no quería vivir con mi papá y ser una persona agresiva. Nos guardábamos en una casita de lámina de cartón esperando a que mi papá se durmiera para volver a entrar. Y yo dije: Cuando sea grande voy a tener mi propia casa. Quiero tener lo mío y nadie me va a sacar a mí", responde.
Rosa ya intuía ciertas cosas, aunque no sabía cómo nombrarlas, cuando el programa de Fortalecimiento para la Seguridad (Fortaseg), impulsado por el gobierno federal y los ayuntamientos, llegaron a San Antonio Xluch para hablar de violencia de género. Le pidieron que invitara a algunas vecinas y ella las reunió en su casa.
"Éramos sólo seis u ocho personas y a las vecinas les gustó. Los sicólogos son bien chéveres, personas sencillas que te explican bien las cosas. Porque tú ves solo la violencia física y verbal, no teníamos idea de que existía la violencia económica, laboral, sicológica, el acoso. Mucha gente sufría violencia en su casa y no lo sabía. Violencia sexual, eres casada y te dicen que tienes que aguantar tener relaciones con él. Pero ahora sabemos que no puede obligarte a tener relaciones si tú no quieres", dice.
El programa era implementado por la Policía Municipal a través de la Asociación Mexicana para la Igualdad y el Bienestar YAXCHÉ A.C. en colaboración con Murmurante Teatro.
Murmurante comenzó a colaborar en julio de 2020, y una de las primeras acciones fue el documental Las huellas del silencio en el que participan las mujeres de las colonias San Antonio Xluch y San José Tecoh. Rosa es una de las protagonistas del documental. El programa terminó en diciembre del 2020, pero Murmurante decidió continuar trabajando en la zona desde su programa Virar al Sur: teatro para la vida.
Dan talleres de iniciación a los lenguajes escénicos, incluyendo el teatro documental, y herramientas de expresión sobre el cotidiano, generan testimonio y documento sobre relaciones de género, violencia, diversidad sexual, salud mental, masculinidades. También tienen un laboratorio de procesos sociales y un cine-foro en el que abren conversaciones sobre temáticas de interés para las participantes.
Ahora están creando una instalación comunitaria, sobre la identidad colectiva de los habitantes de la zona acotada por el aeropuerto y el penal que alguna vez fue propiedad ejidal "y donde también hubo una pequeña hacienda cuyos vestigios permanecen en la memoria de estas mujeres. Buscamos la mirada que ellas tienen de su colonia, los vínculos extraviados con sus pueblos de origen, los recuerdos de una lengua maya que entienden pero que ya no hablan".
Rosa dice que le hubiera gustado tener un grupo de personas que le guiara, una red de apoyo como la que han formado las mujeres de la colonia. "Mucha gente ha cambiado su vida, su forma de pensar y hacer las cosas. Han dado testimonio del cambio que han tenido a través de las pláticas con los sicólogos. Se rebelan. Los papás antiguos decían que si te pegaba tu marido, te tenías que aguantar y no es así. Nadie tiene derecho a privarte de las cosas. Con mi pareja soy una persona que aviso, no pido permiso. Nunca pido permiso", dice.
Su terraza tiene pequeños montes de tela, una mesa de sastre, material de pintura y albañilería. La ventana y la puerta de la casa están enmarcadas con formas geométricas y del otro lado hay una frase poética sobre los vidrios, rotulada con letra pequeña (estaban ensayando un trabajo de rotulación). También venden pescado.
Durante 17 años trabajó en maquiladoras y ahora tiene cuatro máquinas en su casa. Hace ropa de personas y de perritos, motivó a su hija a crear jabones de glicerina aromáticos en forma de corazón, y su pareja rotula y pinta. Me muestra los trajes y las bolsas de mandado que ha hecho (le piden hasta mil bolsas en cuatro meses).
La casa de Rosa es una minimaquiladora, un pequeño centro de trabajo donde se hacen muchas cosas, incluso documentales, incluso charlas sobre violencia. Cuando habla de su trabajo, lo hace enfatizando en que es un medio para un fin pero que también lo disfruta.
"Yo animo a mis hijas, a decirles 'tú lo puedes hacer'. Fui mamá a las 19 y me separé del papá de mi hijo. Lo crecí sola, trabajando. Me gustaba aprender las cosas y les di a mis hijos la educación que a mí no me tocó. Tengo una comunicación muy buena con mis hijos. No los insultaba, ni los ofendía, no quería el sistema que yo tuve", dice.
Fue difícil porque en ese tiempo, Rosa no sabía leer ni escribir. "Es duro trabajar cuando no sabes leer, escribir, ni hacer nada. Es horrible. Te discriminan por ser analfabeta. Luego estudié por mi cuenta y logré llegar hasta la secundaria. Me siento orgullosa porque cumplí. Todo lo que no me dieron, me lo di yo".
Porque ella, insiste, tenía otros planes.
*Virar al Sur se lleva a cabo gracias al Programa de Apoyos a la Creación México en Escena-Grupos Artísticos (MEGA) y al trabajo transversal que ha gestionado Murmurante en colaboración con la Policía Municipal, la Universidad Modelo, la Dirección de Cultura, el Instituto de la Mujer y Desarrollo Social del Ayuntamiento de Mérida.
Historias para tomar el fresco es una colaboración semanal de Katia Rejón para La Jornada Maya lea, las entregas anteriores aquí:-Colonia Alemán, el último barrio de Mérida fue hecho por mujeres
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Edición: Estefanía Cardeña
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