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Foto: Rodrigo Díaz Guzmán

Un gran muro color palo de rosa ocupa media cuadra de San Ramón Norte, es la casa donde vive una mujer que prefiere no decir su nombre y esta mañana toma café en una taza anaranjada en la salita de su terraza. Se mudó con su familia el 15 de mayo del año 2000, hace casi 22 años, cuando el metro cuadrado del terreno valía 500 pesos. Ahora está en 7 mil.

Si tuviéramos que describir la colonia San Ramón Norte, diríamos que es una de las zonas habitacionales más caras de la ciudad de Mérida. Donde están la Cervecería Chapultepec, una sucursal de la excéntrica tienda El Triunfo, los restaurantes gourmet exclusivos Kiiwik y Néctar, y el all inclusive Lifestyle Skycity. Este último, un desarrollo inmobiliario que integra departamentos, gimnasio, cafetería, bares, restaurantes, sky lounge, y oficinas.

A un kilómetro de la colonia, se proyecta un segundo all inclusive llamado Infiniti Mérida, 7 torres y 350 departamentos inspirados en Houston y Miami en 3.5 hectáreas, al que los vecinos de colonias cercanas se han opuesto. 

 

 

Las personas que viven en Monterreal, Montealban, Montebello y Sol Campestre se han unido para protestar en contra de este proyecto pues la zona ya está saturada de tránsito y desarrollos comerciales. De acuerdo con la prensa local, temen que desde lo alto, quienes viven en la torre de Infiniti puedan acechar lo que pasa dentro de sus casas y jardines. En esta zona, la exclusividad y la intimidad, siempre tienen un precio. 

La mujer de la taza anaranjada me cuenta que hace 15 años los vecinos de San Ramón Norte estaban en contra de que pavimentaran la calle. “Sabíamos que habría mucho tráfico, que iba a quitar la privacidad. Había muchos pájaros Toh y colibríes, un pajarito negro con amarillo siempre estaba acá. El polvo era tremendo, pero valía la pena por la vegetación y los animalitos”, dice.

 

 

Todavía se pueden oír las aves en su jardín: son los periquitos que viven en los árboles crecidos del terreno de enfrente, desocupado. Hay algunos terrenos a los que solo les construyeron un muro y los dejaron; otros más son casas enormes con palmeras, fuentes y albercas; y los menos, casas pequeñas, escondidas entre la ostentación.

Aunque muchas colonias de Mérida se han transformado con el paso del tiempo, San Ramón Norte es la única en la que no puedo imaginar que hace 20 años “fuera monte”. Todo es tan grande, parece tan terminado y sólido que da la impresión de que lleva años construyéndose. 

 

 

“Cuando nos mudamos solo habían dos casas en la cuadra, y nada más. Una plaza sobre la avenida siempre quebraba porque no había gente. Elegimos la colonia porque era tranquila”, dice. Su casa era un terreno baldío con un pozo y la construyeron a su gusto. Solo en esta cuadra no llega el agua potable y se abastecen con agua de pozo y un sistema de limpieza. 

Uno de los jefes de la policía estatal vive por aquí, así que la seguridad, dice, no es un problema. “Una vez llamé de emergencia porque pensé que habían entrado a la casa del vecino. Ni cinco minutos habían pasado y la calle ya estaba llena de patrullas. Impactante”. 

Tere, otra vecina, vive en San Ramón desde hace más de 20 años, cuando la colonia nacía. Dice que cuando compró el terreno casi se lo tuvo que imaginar porque no había acceso para verlo. “El primer año, sin calles, los niños salían a montar bicicleta y convivíamos entre vecinos. Luego se hicieron las calles y se llenó de grandes casas con muros altos y con suerte te podías topar con algún vecino de coche a coche”, recuerda. 

No le gusta el tránsito ni la falta de convivencia entre vecinos, pero sí que al ser terrenos grandes con jardines y árboles “podamos disfrutar de aves, mariposas, luciérnagas e incluso ardillas”. 

 

 

Mientras me muestra las calles donde ha vivido la mayor parte de su vida, Marigaby explica que las personas pueden ser muy cerradas. “¿Cómo cerradas?”, pregunto. Y ella responde lo que ya sé, pues llevo meses intentando entrevistar a alguien de esta zona: “No dejarían que tú entraras, por ejemplo”. 

Pero hay un sitio donde los vecinos coinciden: la parroquia “El señor de la divina misericordia”. La mujer de la taza anaranjada dice que la mayoría de quienes viven acá son yucatecos y católicos, entonces la iglesia es un punto importante para la colonia. “La mitad de las personas tienen menos de 60 años y la otra mitad, menos de 30. Hay muchos lofts y ahí se va la gente joven. La gente de mi edad, o mayor, están muy arraigados en las casas, sólo nos vemos de vez en cuando. Sé quienes son y ellos saben quién soy. Y nada más”, explica. 

Sofía, dueña de la tienda “La Santísima Trinidad” también asiste a esa parroquia. Lleva 33 años, más que todos los entrevistados, viviendo en esta colonia y en los últimos cinco años sus estantes se han ido vaciando. Dice que los súpers y las tiendas grandes han hecho que los vecinos compren en otro lado. “Siempre pienso en irme, vender mi casa y aprovechar el sacrificio de estos años. Me deprime ya no vender”, dice. 

 

 

Le pregunto a dónde se iría y responde que a su pueblo, Suma de Hidalgo, una localidad cercana a Motul.

A dos cuadras de aquí también están las oficinas de este periódico. Sabina León, su directora, dice que eligieron esta zona porque hace siete años la García Lavín le daba un aire familiar y acogedor. Recuerda pasear por la avenida y ver placitas y pequeños restaurantes que le ayudaban a imaginar cómo sería salir de las oficinas por la tarde.  

Sus calles amplias y cuadras largas también le transmitían paz, ahora hay más bares y el ruido nocturno ha crecido, aunque entre las calles sigue habiendo espacio para explorar y caminar por ellas es “casi una experiencia meditativa”. 

 

 

La mujer de la taza anaranjada es administradora de inmuebles y su opinión profesional de la zona donde vive es que ha tenido una plusvalía muy fuerte y los precios de todo han subido impactantemente. Este año el impuesto predial se triplicó. Una buena colonia, explica, debe contar con los servicios básicos y un ambiente vecinal que no incluya fiestas de tres días al hilo (ya le pasó una vez), iglesia, mercado y súper. 

“Yo trabajo y estoy en la calle todo el día. Pero voy al súper de acá cerca, tomo un cafecito por Montecristo. No me gusta moverme mucho. Me gusta estar cerca de todo. Dice mi hija: Mamá, es que si no está a dos cuadras de tu casa, está lejísimos. Me gusta ir a la iglesia. Me gusta ir al super. Ahorita ya fui, compré y vine a cocinar. Soy desesperada, me gusta todo rápido”. 

 

 

Le preguntó cómo imagina el futuro de la colonia y algo que no le debe gustar imaginar porque hace una mueca: “Las casas tiradas. Van a desbaratar las casas para hacer edificios por la misma plusvalía. Va a haber mucha gente”. 

Agrega que hace poco una casa frente a la iglesia “más grande que ésta y preciosa” fue desmantelada para construir ocho lofts. “Por donde te voltees han tirado casas para poner lofts”, dice y describe una colonia futura cuyos muros serán, entonces, verticales y hasta los pájaros tendrán que volar en otra dirección. 

 

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 Historias para tomar el fresco es una colaboración semanal de Katia Rejón para La Jornada Maya lea, las entregas anteriores aquí:

-Pedro Infante no murió solo

-Lo que invade El Roble

-Colonia Alemán, el último barrio de Mérida fue hecho por mujeres

-El tianguis de la esperanza

-Los fantasmas de la 42 sur

-Los piratas y la Cortés Sarmiento, la historia de una casamata

-Las conquistas de Francisco de Montejo (1ra y 2da etapa)

-Pacabtún: las alas del Pez Volador

-Itzimná, el eterno lugar de la calma

-Melitón Salazar, la colonia en la ciudad de los muertos

-Las iglesias y una colonia llamada Juan Pablo II

-Instrucciones para salir de Las Américas II

-La sutil rotura del espacio-tiempo en el Fraccionamiento del Parque

- Dos historias intergeneracionales en la colonia Altabrisa

-Recuento de 23 retratos a domicilio

-La colonia México Norte o el Líbano en Mérida

- La belleza contrastada de Vergel

-Los punks que cambiaron la colonia Mulsay

-Un fin de semana en la colonia Madero

-Los Pinos, un paisaje irregular

-La lluvia y un bolero en Nueva Chichén

-Una casa propia en San Antonio Xluch

 

Edición: Laura Espejo


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